20/8/16

Jorge Luis Borges: Entrevista con Gabriel Levinas [El Porteño, septiembre de 1983]












En agosto de 1983, tras la publicación de una nota sobre los niños apropiados por la dictadura, que apareciera en el Número 20 de la revista El Porteño, el local periodístico de Cochabamba al 700 fue reventado mediante la colocación de un artefacto explosivo. Su director, Gabriel Levinas, solicitó a Borges, entonces, una entrevista que se publicaría en el siguiente número mensual de la revista.



—Van llegando las elecciones y la cosa se pone más crítica en torno a los derechos humanos…
—¿Usted está seguro que están llegando las elecciones?
—Yo creo que van a llegar.
—Sí, creo que son tan impopulares que no pueden animarse a demorarlas más. Donde está sentado usted estuvo sentada la Sra. Fallaci. Después la atacaron de muy bajo, yo lo vi por televisión. Decían “la fea ésa”. No importa que una mujer sea fea o linda; puede importar… para otras cosas, pero es tan bajo eso de acusar a una mujer de fealdad…
—Nosotros hemos publicado el famoso reportaje que le hizo a Galtieri.
—Galtieri se mostró como un imbécil, desde luego.
—El reportaje muestra en manos de quien estuvimos.
—Bueno, yo no diría estuvimos; de hecho estamos. Estamos con facsímiles, con variantes… Están arrepentidos de que haya salido mal, pero no de que hayan ocurrido estas cosas; están arrepentidos de las consecuencias, pero no de los actos.
—Pero esta Ley de Amnistía…
—Bueno, pero es para salvarse ellos.
—De alguna manera es un reconocimiento de que hubo delito.
—Cuando una amnistía está propuesta por la delincuencia es muy sospechosa…; si temo que me arresten, soy partidario de la amnistía. Eso empobrece nuestra imagen.
—La cuestión es que nosotros le hemos dado espacio al tema de los derechos humanos.
—¡Con toda razón! Ellos hablan tanto de la imagen argentina; la imagen que de Argentina se tiene en todo el mundo es la de un país donde es frecuente la violación de los derechos.
—Su respuesta no se hizo esperar, la otra noche pusieron una bomba en la redacción.
—La verdad que uno siente nostalgia del tiempo de Rosas… la edad de oro. Ahora disponen de un instrumental más adelantado. Antes, los puñales de parra, de troncoso…
—La bomba logró abrir la caja fuerte, retirar carpetas, sacar papeles, rollos... Una bomba muy sofisticada.
—(Risas) Es casi un robo…
—Hemos tenido bastante apoyo; por supuesto la gente del gobierno no mandó su repudio.
—Claro que no.
—Aunque sea para guardar las apariencias. Me imagino que un gobierno tiene la obligación de proteger a sus ciudadanos y la libertad de prensa.
—La libertad de prensa no existe. La autocensura ha agravado las cosas, claro. Si todo el país está acobardado… ¿Qué puedo hacer yo por ustedes?
—Darnos su apoyo…
—Sí, pero ¿cómo puedo manifestarlo? Por ejemplo, pasado mañana van a presentar un libro mío en El Ateneo… ¿Usted conoce a un señor Montenegro? Bueno, hemos hecho unos diálogos que ahora van a salir en forma de libro y van a ser presentados pasado mañana en El Ateneo. Y yo hablo oficialmente de eso. No se qué puede suceder, pero… en mi caso yo creo que soy más o menos conocido… Al mismo tiempo creo que mi deber es aprovechar esa impunidad o esa relativa impunidad para decir lo que pienso en la época más terrible de la Nazi Argentina, que debe ser ésta.
—El motivo por el cual nos interesó hablar de los derechos humanos…
—¡Es que es una cosa terrible! ¿Cuánta gente ha sido secuestrada y luego asesinada? Creo que 27.000, no?
—Dicen que alrededor de 30.000. 
—Aunque fueran tres, estaría mal.
—Estaría mal uno.
—Estaría mal uno, claro. Hay otra cosa que sería peor aún: que fueran menos y ellos se jactaran de que son más. Quizás no son 27.000 sino 27, pero a ellos les gusta mostrarse así, como terribles. La imagen que ellos tienen clara es ésa.
—Si ellos hubieran sido certeros en lo que buscaban, mucha gente no hubiera tenido miedo, pero como no eran certeros, daban miedo.
—No, porque eso se hace indiscriminadamente. A mí me dijeron esto, no sé si es cierto: que cuando arrestaban a alguien, en poder de ese alguien había en general una libreta con direcciones, con números de teléfono, y entonces esas personas eran secuestradas también. Me dijeron que en Rosario había una especie de rivalidad entre el Ejército y la Policía, a quién se llevaban primero, a quién secuestraban, quién se llevaba la radio, el saqueo de la casa… Y eso ocurrió en Rosario, habrá ocurrido aquí también, en todo el país.
—Lo que motivó este atentado —aparentemente, yo no puedo meterme en el cerebro de esta gente— fue…
—Hablar de cerebro… es una metáfora muy arriesgada.
…Fue una nota sobre niños desaparecidos. Narramos historias en que habían torturado a niños para que los padres hablaran.
—La verdad que realmente es persuasivo eso. Es horrible. Y pensar, señor, que su destino personal y el mío, está en manos de esos insensatos, ¿no? Nosotros y tantos millones de argentinos… Y no se arrepienten de nada; han pasado seis años, siete y no se han arrepentido de nada de lo que han hecho, no han confesado un solo error. Y además, como hay complicidad entre ellos… lo que hace un aviador será acordado por todos los marinos y militares, aunque sin duda es un mundo de rivalidades.
—¿Y qué tengo que hacer yo?
—Yo soy un hombre viejo, un hombre que no pertenece a ningún partido político… Ni siquiera sé por quién voy a votar —si es que voy a votar—, o sea en contra de quien voy a votar y no a favor de quién… No, la verdad que… a buen puerto va por agua, yo no sé qué aconsejarle a usted. ¿Ustedes van a seguir con la revista?
—La idea es seguir.
—Lo que puede hacer es juntar algunas firmas como protesta, para condenar este atentado. Si se publicara eso, convendría que hubiera pocas firmas, pero que esas firmas fueran publicables inmediatamente. Y que se publicaran por orden alfabético para no hacer jerarquías, ¿no? No porque mi apellido empiece con “B”. Si hay listas de nombres, los únicos que se ven son los del principio y los del fin; si uno no se llama Zúñiga o Arias, es hombre perdido.
—Lo más extraño del atentado es que yo estoy a 20 metros del Comando de Inteligencia del Ejército. Que un cobarde tenga la valentía de poner una bomba a 20 metros del Comando, con tres comisarías cerca, es una contradicción rara.
—Bueno, cuenta con la complicidad general. Es lo más terrible de todo, si se cuenta conque hay comisarías y comandos de inteligencia, y todo eso… Bueno, el hecho de colocar una bomba es inverosímil.
—Lo que me parece terrible es que una cosa que sale escrita sea contestada con una bomba, en lugar de ser contestada con tinta.
—Si usted afirma la realidad de esos actos violentos, el hecho de arrojar una bomba es más una confirmación que una refutación, una lógica muy rara. Es como darle la razón de un modo terrible. ¡Qué horror! ¿Qué reacciones hubo, señor?
—En Estados Unidos esto salió en el Washington Post, en el New York Times, en la CBS, en toda la cadena de radio de allí. Sale también en la televisión para la United Press para Europa… en México también se le dio amplia difusión. Acá salí en todos los diarios. Clarín inclusive editorializó netamente a favor de la libertad de prensa…
La Nación ha sido como siempre bastante floja, no?
—También publicó una carta editorial. ¿Usted viaja ahora?
—Me han hablado de la posibilidad o probabilidad de ser nombrado ciudadano romano, honorario, desde luego. Podemos decir que los romanos somos muchos, porque de algún modo todos somos ciudadanos romanos, pero fuera de eso… es el mayor honor que un país pueda darle a uno, ¿no? Es más eso que ser comendador de tal orden o doctor en la Universidad, es aceptarme a mí mismo como uno de ellos. Si eso ocurre se va a dar una casualidad bastante rara: yo soy ciudadano honorario de Texas —una vez estuve cuatro meses en Texas—, después viene otro que es distinto: vecino honorario de Adrogué, y ahora ciudadano romano, ¿qué le parece? Cuando fui ciudadano honorario de Adrogué, fue el intendente el que lo hizo; yo le agradecí, y dije —un poco en broma, todos se rieron—: “yo creía ser vecino viejo y ahora soy vecino, es casi como si me echaran ustedes”. No, pero la intención no era ésa, era una intención amistosa. Pero ciudadano de Roma… Roma sigue siendo… como decía Kipling “the very Rome”.
Yo no sé realmente qué puedo decide; sólo tiene que buscar cuatro o cinco firmas, cuente desde luego con la mía, de personas que puedan ser inmediatamente identificadas por el lector, que el lector no diga “¿Y éste quién es?”
—¿Y cómo opina usted que debería ser el texto?
—…En un episodio penoso como éste. Pero eso puede redactarlo otro, yo no sé escribir ese tipo de textos. ¿A quién podrían ver ustedes? Yo estoy pensando, la gente es muy timorata en nuestro país; es un país singularmente manso éste.
—En Roma, cuando mataron a Aldo Moro, la gente estaba toda en diez minutos en la calle sin que nadie hubiera organizado nada.
—Yo no me imagino eso en Buenos Aires; cuando pasa algo así la gente se queda en sus casas por las dudas.
—…Permitiendo que estas cosas ocurran.
—Yo pienso en gente que yo conozco. Beatriz Jurado está en Holanda.
—Bioy Casares, él está acá.
—Pero es más bien tímido ese hombre, ¿no? Tienen que ser hombres que se identifican: por ejemplo un excelente escritor como José Bianco… O… Roy Bartolomew ¿no?, pero Roy no porque es de La Nación y tengo la impresión de que en La Nación todos reciben órdenes de cómo deben pensar, o se comunican de uno a otro. Yo estuve en La Nación hace poco y me di cuenta de que todos eran partidarios de Alfonsín, por ejemplo, no se admitía que alguien disintiera. A alguien que hizo una observación le dijeron que no había que decir eso, porque decir que Alfonsín no iba a ganar era obrar para que no ganara, como una especie de magia; si uno repite una cosa, eso va a ser profético… “wishfull thinking”.
La Academia Argentina de Letras es una institución bastante mediocre, ¿no?
—Las academias son —casi siempre— instituciones mediocres, están ligadas al poder, no al talento.
—Son académicos los que se toman el trabajo de serlo, ¿no? Mujica Láinez y yo somos académicos, pero somos por una trampa de la Academia. La Academia Argentina de Letras había recibido a Eva Perón. Entonces cuando fue la revolución del ’55 pensaron que eso podía recordarse y podían ser disueltos. Entonces rápidamente nos nombraron académicos, sin consultarnos, a Mujica Láinez y a mí, y nosotros aceptamos porque había una gran ola de esperanza. Por eso lo hicieron, porque habían sido complacientes con el peronismo antes; para desinfectarse eligieron a dos personas notoriamente antiperonistas como Mujica Láinez y yo.
Son personas básicamente secretas, no recuerdo los nombres de ellos… Abruzzeze, Battistessa.
—Battistessa es el que dice que sabe mucho de Dante. ¿no?
—A juzgar por la traducción de él, no sabe nada.
Una posibilidad interesante sería tomar una foto de cuatro o cinco personas que mencionamos en el lugar del hecho; tendría otra carga.
—Pero yo no sé quiénes pueden ser los otros. Porque hay personas al lado de quienes no quiero estar, por ejemplo, Neustadt.
—Pero usted se imagina que yo no lo llamaría. La idea es elegir de cada rama de las artes una de las personas más significativas.
—Es usted el que elige, no yo, siempre que no haya personas como Neustadt. Para cualquier cosa que usted necesite yo estoy a sus órdenes. A mí me parece que, ya que yo gozo de cierta impunidad, mi deber es decir las cosas que otros no pueden decir por razones tan obvias como esa bomba. Es horrible, estamos en manos de estas personas. Estas personas hablando continuamente de derecho, nuestro derecho… ¿y quién los ha elegido? El presidente, o uno de los presidentes de turno, jura sobre los Evangelios respetar la Constitución, que está violando en el momento mismo de jurarla.


Texto e imágenes de entrevista con Gabriel Levinas
En El Porteño, Número 21, Septiembre 1983





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