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5/2/21

María Esther Vázquez: Sobre Borges



 


Traducciones
Otra pregunta repetida es si todo lo que escribo lo hago primero en inglés y luego lo traduzco al español. Yo les digo que sí, que, por ejemplo, los versos: "Siempre el coraje es mejor, / nunca la esperanza es vana, / vaya pues esta milonga, / para Jacinto Chiclana" se ve en seguida que han sido pensados en inglés; se notan, inclusive, las vacilaciones del traductor.


Cumplidor
En 1977 Borges escribió un cuento para La Nación: 24 de agosto de 1983, donde el propio Borges se soñaba a sí mismo suicidándose en esa precisa fecha, el día en que cumplía 84 años. A medida que se acercaba la fecha de su cumpleaños, apareció mucha gente preocupada por el posible traslado de la ficción a la realidad.

Borges entonces comentó: "¿Qué hago? ¿Me comporto como un caballero y convierto en realidad esa ficción para no defraudar a esa gente? ¿O me hago el distraído y dejo pasar las cosas?"

Buenos Aires
Siempre he sentido que hay algo en Buenos Aires que me gusta. Me gusta tanto que no me gusta que les guste a otras personas. Es un amor así, celoso. Cuando yo he estado fuera del país, por ejemplo en los Estados Unidos, y alguien dijo de visitar América del Sur, le he incitado a conocer Colombia, por ejemplo, o le recomiendo Montevideo. Buenos Aires, no. Es una ciudad demasiado gris, demasiado grande, triste les digo, pero eso lo hago porque me parece que los otros no tienen derecho de que les guste.



En Vázquez, María Esther; Borges, sus días y su tiempo, Buenos Aires, Javier Vergara Editor, 1984.
Jorge Luis Borges junto a fotografías de María Esther Vázquez, imagen tomada por Adolfo Bioy Casares en Villa Silvina, Mar del Plata, en el verano de 1964, según el relato de M.E.V. en Borges Esplendor y Derrota (1996).

19/1/21

Mario Paoletti: El otro Borges

 



Decimales
Cuando muere la madre de Borges, doña Leonor Acevedo, a los noventa y nueve años, llevaba ya tiempo tullida y postrada en la cama. Sus ayes se oían por toda la casa. Una persona sin imaginación, al darle el pésame a Borges, le dijo que era una pena que no hubiera podido llegar a los cien años. Y entonces Borges le contestó: "Me parece que usted exagera los encantos del sistema decimal".

Atenta
Borges está con otras personas en una editorial de Buenos Aires, esperando a un gerente que se había retrasado y que llega, finalmente, con media hora de tardanza. Entonces ocurre este diálogo: 
Gerente: Disculpen la demora, pero es que me ha sucedido un hecho extraordinario.

Borges: ¿Ah, sí? 

Gerente: Juzguen ustedes mismos: anoche soñé con una antigua y muy querida novia. El sueño, que se repitió una y otra vez durante toda la noche, era de lo más turbador: la imagen de mi novia giraba dentro de lo que parecía un túnel, mientras con la mano derecha saludaba como despidiéndose una y otra vez, una y otra vez, una y otra vez. (El gerente tiene la frente cubierta de sudor; sus interlocutores aguardan).

Gerente: Pero ahí no acaba la cosa. Esta mañana a las siete en punto suena el teléfono y me comunican que mi ex novia, la del sueño, había muerto anoche en un accidente. ¿Comprenden? Durante toda la noche, mientras iba en busca de su muerte, mi novia se despidió de mí una y otra vez, una y otra vez, saludándome con la mano.

Y Borges, entonces, comenta: ¿Qué atenta, ¿no? (Contado por Mario Benedetti)

Sorpresa
En el camino a Lichfield, en Escocia, alguien le dijo a Borges que allí se conservaba una pequeña capilla del siglo IX, desafectada del culto. Hacía mucho frío y había nevado toda la noche, pero Borges se obstinó en que llegaran hasta ella. Borges entró en la vetusta capillita de no más de cinco metros cuadrados y allí, en el helado silencio, recitó en alta voz el padrenuestro en anglosajón. Y al regresar al coche, explicó: "Lo hice para darle una sorpresa a Dios".

Inventos
Borges espera el ascensor en la Biblioteca Nacional. Después de un largo rato, impaciente, le dice a la persona que lo acompañaba: "¿No prefiere que subamos por la escalera, que ya está totalmente inventada?"

El amenazado
En los años setenta Borges había hecho unas declaraciones muy duras contra el peronismo y contra Evita. Y empezaron las amenazas telefónicas, que era uno de los rasgos más habituales del folclore de aquellos días. Pero pronto los llamantes anónimos se encontraron con una doble resistencia inesperada: la de doña Leonor, casi centenaria, que les respondía que no les iba a ser difícil matar a su hijo porque era ciego y no había ningún riesgo de que se defendiese, y la del propio Borges, que les facilitaba la tarea indicándoles la dirección y el piso.

Y añadía: "No se puede equivocar: en la puerta hay una placa que dice Borges. Y el que abre la puerta soy yo".

Jodernos
¿Qué tipo de Estado desearía?
Un Estado mínimo, que no se notara. Viví en Suiza cinco años y allí nadie sabía cómo se llama el presidente.

La abolición del Estado que usted propone tiene mucho que ver con el anarquismo.
Sí, exacto, con el anarquismo de Spencer, por ejemplo. Pero no sé si somos lo bastante civilizados para llegar a eso.

¿Piensa seriamente que tal Estado es factible?
Por supuesto. Eso sí, es cuestión de esperar doscientos o trescientos años.

¿Y mientras tanto?
Mientras tanto, jodernos.

(Revista Siete Días, Buenos Aires, 1973)

Estratagema
Luis, su sobrino (hijo de su hermana Norah y de Guillermo de Torre), anuncia su casamiento. Y entonces se resfría fuertemente y tiene que guardar cama. Borges lo comenta de este modo: "Será una estratagema para no casarse... Qué raro, elegir la inmovilidad como una forma de fuga".

Ilógico sin maldad
Borges sabía que sus declaraciones solían irritar a mucha gente, pero eso no impedía que las repitiese una y otra vez, con pocas modificaciones. Alguna vez, sin embargo, creyó necesario relativizarlas: "Me he burlado de muchas cosas y siempre sin maldad. Yo soy muy ilógico. Lo que pasa es que la gente me toma demasiado en serio".

Borges hooligan
Cierta vez me preguntaron qué cuadro prefería y yo pensé que se referían a telas o a óleos y les expliqué que como no veía bien, la pintura no me interesaba demasiado. Pero parece que se referían a cuadros de fútbol. Entonces les dije que no entendía absolutamente nada de fútbol. Ellos contestaron que ya que estábamos en ese barrio, San Juan y Boedo, yo tenía que decir que era de San Lorenzo de Almagro. Me aprendí de memoria esa contestación y cuando me preguntaban yo decía que era de San Lorenzo de Almagro. Pero pronto noté que San Lorenzo casi nunca ganaba. Entonces hablé con ellos y dijeron que eso no tenía importancia, que lo de ganar o perder era secundario ­en lo que tenían razón­ pero que San Lorenzo era el que jugaba un fútbol más "científico". Al parecer, no ganaban, pero lo hacían metódicamente.
(Contado por Emilio Gutiérrez)

Metaforicidio
Borges me contó que en cierta ocasión, en un banco, una empleada le dijo: "Aunque conozco su saldo, lo verificaré porque no me gusta decirle una cosa por otra". Y me comentó: "Esa señorita acababa de dar muerte a la metáfora".


Miope versus ciego
Bioy: Qué incómodo esto de no ver sin anteojos.

Borges: Qué incómodo esto de no ver con anteojos.

Sabato
Qué pena, Alifano, que llega tarde; acaba de marcharse un periodista norteamericano que vino a hacerme una entrevista. Me dijo: "Usted es el segundo escritor argentino que voy a entrevistar; ayer estuve con el primero: Ernesto Sótano. Supongo que lo conoce ¿verdad?" Yo me di cuenta de quién se trataba y le respondí: "Pero claro, por supuesto, señor. Es un autor que escribe sobre túneles, tumbas y cosas así. ¡Cómo no voy a conocer a Ernesto Sótano!" (Contado por Roberto Alifano)




En Paoletti, Mario; El otro Borges, Emecé, Buenos Aires, 2011
Foto Florencia Giani ("Borges" - Buenos Aires) Caja fuerte en Diagonal Roque Sáenz Peña 760, cuarto piso, Ciudad de Buenos Aires





25/8/20

Jorge Luis Borges: Las parodias de Mario Sapag y la censura del COMFER






El 2 de julio de 1981, el recién creado Comité Federal de Radiodifusión (COMFER) prohibió que el popular humorista Mario Sapag volviera a realizar las imitaciones de Jorge Luis Borges que rompían todos los ratings cada semana a la hora del esperado Operación Ja-Ja de Canal 13. 

Ante la censura impuesta por el organismo de control de contenidos de la dictadura gobernante, el cómico Sapag debió abandonar su parodia de Borges, pese a que este último no había mostrado ninguna objeción ni reclamo. ¿Y por qué entonces la repentina censura de algo que entretenía a todas las familias argentinas y no molestaba ni siquiera al imitado?

El fundamento oficial comunicado por el Gral. Rodolfo Emilio Feroglio a cargo del organismo fue que se trataba de un atentado a la cultura argentina y al prestigio del escritor. La palabra atentado tenía resonancias suficientemente atemorizantes por esos tiempos y nadie acusado de semejante conducta se atrevía a desafiar el poder dictatorial sin temer por su seguridad. Pero, ¿realmente se podía enrostrar al humorista un atentado a la cultura y al prestigio de Borges? ¿No era un disparate dentro de los límites de la propia represión, rayano a lo hilarante?

Las repercusiones del levantamiento de las imitaciones de Borges llegaron a todos los medios. Era insólito, aún en plena dictadura, que la censura alcanzara a lo más trivial y familiar. Ni de Borges ni de Sapag se podían sospechar ideologías izquierdistas, ni siquiera progresistas y mucho menos justicialistas o sindicales en el caso del escritor, reconocido conservador. Además, los sketchs cuestionados eran harto inocentes y de guion elemental. Pero el COMFER acababa de ser creado y el militar a su cargo deseaba mostrarse como el Gran Censor.

En el Nro. 521 de la revista Somos, aparecido el 10 de julio de 1981, encontramos las entrevistas hechas por el periodista Raúl García Luna a imitador e imitado, previa reseña del escándalo del momento.

“El 2 de julio, como todos los jueves a las 21, los seguidores de Operación Ja-Ja sintonizaron Canal 9. Pensaban reírse durante una hora y media con Los chetos, la Pequeña galería de tipos molestos, la peluquería de Porcel y los reportajes de Minguito y El Preso. Y también esperaban las imitaciones de Mario Sapag: José Gómez Fuentes, Narciso Ibáñez Menta, Guillermo Nimo, Sergio Villarruel y Jorge Luis Borges, plato fuerte del sketch. Cada personaje tuvo su carcajada (o no), pero el del escritor faltó a la cita. ¿Qué había pasado? La noticia corrió por los pasillos del canal y salió a la calle: el COMFER (Comité Federal de Radiodifusión) prohibió la imitación de Borges porque resulta 'un atentado al patrimonio cultural de la Argentina'. Palabras del general Roberto Emilio Feroglio, titular del COMFER, que agregó: 'Borges ha sido y es un dignísimo embajador de nuestra cultura en todas partes del mundo, y la función de este organismo es respetar a la audiencia, pero también hacer respetar a la audiencia, pero también hacer respetar a las personalidades que honran al país'. Poco después, Mario Sapag y el autor de El Aleph dieron su opinión a Somos, que también entrevistó a varias personalidades del ámbito cultural para ilustrar el caso. En cambio, ese contacto no fue posible con el titular del COMFER, quien aclaró al cronista que estaba dispuesto a hablar sobre otros temas, pero no sobre esta medida en especial.

Borges dixit

-¿Conocía la imitación de Sapag antes de la prohibición?
-Sí. Mis amigos, que ven televisión, me contaron que existía y que era bastante buena. Que no había nada malicioso en ella, esas cosas...
-¿Quiere decir que no le molestaba?
-De ninguna manera, vea. Si ese buen señor se empeñaba en parecerse a mí una vez por semana, si ése era su trabajo, ¿por qué me iba a molestar? En todo caso tendría que sentirme halagado: no se hacen imitaciones a cualquier Juan de los Palotes. En fin, tampoco quiero decir que uno sea tan importante como para que lo imiten. Para mí es un honor.
-¿Qué opina de la medida del COMFER?
-Una pavada. Este ya parece el país de los funcionarios públicos, un país donde la burocracia decide sobre cualquier cosa en lugar del ciudadano. Me parece una medida absurda.
-¿Está en contra todo tipo de censura?
-Si se usa contra la pornografía y el mal gusto, no. Pero éste no es el caso. El Estado no puede andar metiéndose en todo y con todos. Hay cosas más importantes y urgentes de qué ocuparse, pienso. Pero parece que me equivoco, porque los funcionarios argentinos andan enredados en la intimidad ajena. Lamento haberle ocasionado esta molestia a Sapag. Ni él ni yo tenemos la culpa de toda esta banalidad.

Sapag dixit

-¿Qué opina sobre la actitud del COMFER?
-Nada. Es una disposición de las autoridades y listo. Yo soy solamente un trabajador y por lo tanto mi obligación es acatarla. Eso es todo.
-¿Y las declaraciones que hizo ante algunos medios gráficos?
-Yo no hice ningún tipo de declaraciones ni las quiero hacer.
-En esas declaraciones usted habría dicho que encaró su imitación de Borges con mucho respeto y que no imitaba a nadie sin admirarlo...
-Le vuelvo a repetir: no hice ningún tipo de declaraciones...
-...hasta este momento. Otra cosa: ¿No perjudica a su carrera la prohibición de un personaje que ya había alcanzado repercusión pública?
-Mire, si no hago más este personaje, ya haré otro. Mi fuerte son las imitaciones, y en ese campo hay suficiente tela para cortar.
-Anteriormente hubo problemas con el Menotti-triste. ¿Se quejó algún otro de sus imitados: Villarruel o Ibáñez Menta, por ejemplo?
-No, no, ninguno se quejó nunca. Y no quiero hablar más del asunto.”


Las respuestas de Sapag evidenciaron que estaba verdaderamente atemorizado y que su respetuosa voluntad de no opinar excedía al correcto acatamiento de una medida.  No se supo entonces, al menos públicamente, si ese miedo había sido reforzado de algún otro modo. Lo cierto es que Mario Sapag calló tanto como su parodiado Borges.

Recién tras el regreso a la democracia Sapag pudo volver a poner en escena sus parodias de Borges, que llegaron al año 1985. Los absurdos motivos de la inicial censura y el temor infundido entonces en el imitador no terminaron nunca de disiparse. Tampoco se explica que el organismo censor haya persistido en funciones por más de veintiocho años, hasta que en en diciembre de 2009 se derogara la ley de de la dictadura que lo había creado. Pero esa es otra historia.


Entrevistas a Borges y Sapag  
En revista Somos, Nro. 521
10 de julio de 1981
Fotografías periodísticas de Borges y su parodia

8/1/20

Luisa Valenzuela: La risa de Borges








Hay unos versos de Borges que muchos suelen repetir como si lo pintaran de cuerpo entero, como si no hubiese sido, como todo, el reflejo de un sentimiento que habría de diluirse con los años:


"He cometido el peor de los pecados/ que un hombre puede cometer. No he sido/

feliz". (…) para concluir “Me legaron valor. No fui valiente./ No me abandona. Siempre está a mi lado/ La sombra de haber sido un desdichado”.


Soneto éste, El Remordimiento, que me temo inspiró aquél burdo poema apócrifo que en distintas versiones tantos lectores tomaron por cierto, quizá porque el genio se lamentaba de no haber hecho lo que hacemos los simples mortales sin talento. Comer más dulce de leche, por ejemplo, frase que me recuerda cierta pequeña reunión cuando, hablando de los placeres del paladar, Borges preguntó si realmente el dulce de leche era rico, “pero rico rico, como el arroz blanco” y todos reímos, y él también.


Como reían ellos dos, Lisa y Georgie, al regresar de unos paseos estrambóticos y nocturnos por los puentes de Constitución, lugar que le fascinaba a aquel Borges aún medianamente vidente y siempre muy sensible a su entorno. Y volvían, ellos dos, no describiendo los sórdidos lugares que habían recorrido, sino riendo por las cuartetas idiotas que se les habían ido ocurriendo en el camino. 


A este texto que estoy ahora escribiendo, rememorando, me habría gustado ponerle de título "Borges y Yo", pero me temo que la ironía podría pasarse por alto.


Son sin embargo estampas personales.


¡Tantísimos años transcurridos, tantas memorias

La imagen que conservo de aquél a quien solíamos llamar Georgie es la del pícaro que se divierte con sus dichos, no siempre del todo inofensivos pero siempre brillantes y queribles.



La impresión me viene de lejos, puedo hoy contarla sin fatuidad y sin censuras. Porque el tal Georgie frecuentaba mi casa de infancia cuando sus colegas más elocuentes creían que él nunca sería reconocido por el público en general, que era un escritor para escritores. Se sentían privilegiados de apreciar su genio, los colegas, y lo acompañaban a sus escasas conferencias y temblaban –fui testigocuando Borges caía en un largo silencio. Ellos temían que, en su pánico de hablar en público, el amigo había quedado con la mente en blanco cuando en realidad estaba buscando la palabra exacta, la misma que al ser por fin pronunciada deslumbraba a todos.


Testigo de tanta cosas, fui. Y a veces víctima. Más de una vez mi madre, Luisa Mercedes Levinson, que todos conocían ya por Lisa, me reprochó que Borges opinaba que yo era capaz de matar a mi madre por un juego de palabras. Borges no lo habría dicho de envidia, todo lo contrario, porque nunca fueron juegos de palabras lo que le faltaron, aunque eso de meterse con la madre…


En fin, especulaciones actuales al correr del teclado. Eso sí, reíamos mucho.


Como reían ellos dos, Lisa y Georgie, al regresar de unos paseos estrambóticos y nocturnos por los puentes de Constitución, lugar que le fascinaba a aquel Borges aún medianamente vidente y siempre muy sensible a su entorno. Y volvían, ellos dos, no describiendo los sórdidos lugares que habían recorrido, sino riendo por las cuartetas idiotas que se les habían ido ocurriendo en el camino:




O bien:


“En el medio de la plaza/ del pueblo de Pehuajó/ hay un letrero que dice/ la puta que te parió.”


La preadolescente que era yo en aquel entonces se sentía abochornada por tamaño infantilismo. Mi propia madre y el admirable escritor de escritores, ¡por favor!


Georgie y Lisa emprendieron la aventura de escribir un cuento en colaboración. Esas tardes se aislaban en el comedor de nuestra casa en Belgrano y yo sólo podía oír las carcajadas. Cuando emergían, muy circunspectos, consultaban a la adolescente sabihonda que andaba rondando por ahí cuando podía. ¿Los apellidos Zunino y Zungri te parecen lo suficientemente ridículos?, me preguntaban. 


Pasaron años antes de que yo pudiera retrucar con una cuarteta a la altura, nada apreciado por el escritor:

“En el barrio de San Telmo/ Biblioteca Nacional/ hay un letrero que dice/ hacete un lavaje anal”.


Es cierto que admiraba la biblioteca, pero no me resultaba fácil rimar con Nacional. Vicente Varela y otros colegas me felicitaron, sin embargo, y yo me sentía en la gloria.


Las cosas eran así y de otra maneras, por fortuna.


Alrededor de 1952 Georgie y Lisa emprendieron la aventura de escribir un cuento en colaboración. Esas tardes se aislaban en el comedor de nuestra casa en Belgrano y yo sólo podía oír las carcajadas. Cuando emergían, muy circunspectos, consultaban a la adolescente sabihonda que andaba rondando por ahí cuando podía. ¿Los apellidos Zunino y Zungri te parecen lo suficientemente ridículos?, me preguntaban. Y yo no sabía qué decir, Zunino y Zungri eran los dueños de la destapadora de cloacas a la que estábamos abonados –ésas eran las épocas benemérita empresa que tenía el poético nombre de La Flor de la Primavera.


Peor era cuando me consultaban, por ejemplo, si no resultaba demasiado exagerado que el pretencioso arquitecto protagonista del cuento, para hacerlo gastar, le propusiese a su cliente “un jardín con bustos ecuestres”. Ante tamaños disparates, que los ahogaban de risa, yo no podía menos que recalcar lo ridículo de la idea. Cedieron, no ante mi crítica sino ante un dejo de razón, y por fin optaron por poner “cabezas yacentes de emperadores”.


La temprana adolescente de entonces solía ser muy puntillosa. Pero igual me llenaba de orgullo cuando Borges me hablaba de igual a igual, y me decía muy orondo que ese día habían trabajado mucho: habían completado toda una línea.


El cuento, titulado La hermana de Eloísa, apareció por fin en 1955 publicado por la Editorial ENE, en un delgado volumen con otros dos cuentos de cada uno de los autores.


De mi anécdota favorita de aquella época ya no quedan rastros, por suerte, sólo el recuerdo que tiene del asunto María Esther Vázquez. Porque a los pocos años de haber sido nombrado, en 1955, director de la Biblioteca Nacional, quien casi ya no era Georgie, apelativo cariñoso que iría cayendo en desuso hasta para los íntimos, ideó un estupendo y memorable ciclo de conferencias los sábados, invitando a escritores y escritoras de la época a hablar sobre el tema siempre vigente, “Por qué y cómo escribo”.

Hoy corresponde reconocer que Borges fue un precursor en el uso de la Biblioteca Nacional como espacio para la difusión de la cultura.


Los periodistas de entonces eran asiduos a esas manifestaciones, la gente de letras eran considerados referentes importantes del quehacer nacional. No así los propios periodistas, al menos a los ojos de Borges, razón por la cual me contrató a mí ad honorem, claro— para que entrevistara a los/las conferenciantes antes de entrar. Durante la exposición, con cuatro dedos y muchos carbónicos, debía tipear el resumen de las conferencias, cosa de entregárselo a los nobles representares de la prensa, que según Borges sospechaba acudían a los bellos salones de la calle México a echarse un sueñito. Y los diarios de la época, me temo, publicaban mi resumen y no quiero ni saber qué habría resumido yo allí, a mis escasos 17 años.


Pero una se va formando a los golpes. Y con todo descaro.


Así pasaron años y años y más años, encuentros y desencuentros con el Maestro. Indignaciones de mi parte al enterarme de que había comentado por ahí que mi primera novela era una novela pornográfica, años de tragar saliva hasta que me despabilé y supe que una de las definiciones de pornografía es “lo que atañe a la vida de las prostitutas” y entonces sí, Hay que sonreír que este año cumple temibles 50, es una novela pornográfica, si bien expresamente cándida.


Años también de alegrías festejando los retruécanos que el maestro repartía a troche y moche, siempre dejando traslucir su faz lúdica, su a veces punzante sentido del humor.


Y años más sólo frecuentando a Borges en la reiterada y siempre reveladora lectura de su obra, hasta cierto mediodía de primavera neoyorquina de 1985. Las marcas de ese día, imborrables para mí, se resumen en una imagen y una frase.


La imagen: dos figuras vestidas de blanco marfilino, nimbadas por la luz del sol.


La frase: “Isn’t it a pity?”.


Fue en un restaurante italiano del West Village neoyorquino, una especie de bodegón cuya único atractivo era un jardín al fondo más allá de las cocinas, con lindas mesas bajo los árboles. Estábamos allí almorzando con un amigo cuando contra la puerta de las cocinas se dibujaron esas dos figuras más que fantasmales, feéricas. ¡Borges y María Kodama!, me sorprendí. No puede ser. Pero eran. Y los invitamos a nuestra mesa y Borges contó que María tenía un olfato especial para los lugares y los temas más insólitos y maravillosos, que acababan de llegar, dichosos, de su viaje en globo sobre el valle de Napa en California, que se iban al día siguiente de regreso a Buenos Aires, y isn’t it a pity?. Así, en inglés en medio de la charla en nuestro idioma. Isn’t it a pity?, reiteró más de una vez, esto de tener que dejar New York… tras o cual corrí al teléfono, llamé al Instituto de Humanidades al que yo pertenecía, volví con una invitación para ambos el semestre siguiente. Lo que Borges quisiera. Por supuesto. Ya no era más, en absoluto, un escritor sólo para escritores. Era el escritor de todos.


Y volvió, Borges acompañado por María Kodama. Y yo tuve que pagar mi arranque siendo la interlocutora en su presentación multitudinaria en NYU, la Universidad de Nueva York, la misma que había tenido la osadía de contratarme como profesora.

No era nada sencillo sostener lo que Borges proponía en esos tiempos: armar la presentación con forma de entrevista, ya que se negaba a dar una conferencia de corrido. Hacerle preguntas públicas a Borges era casi suicida, bien lo sabía yo que había asistido a muchos sufrimientos ajenos. Imposible salir airosa ante esa mente lucidísima, de un brillo casi ultraterreno. Irónica por demás. Porque si una le hacía una pregunta tonta o sencilla, quedaba al descubierto. Y si la pregunta era compleja, o molesta, él le contestaría como me respondió a mí en aquella conferencia sobre La Metáfora. Ya un poco cansada del juego pero haciendo todo tipo de circunloquios a manera de disculpa, improvisando le pregunté si tenía en cuenta la simbología freudiana del falo cuando escribía sobre cuchillos y cuchilleros.


“Usted es una joven escritora moderna”, me contestó sin contestar, “y yo soy un pobre viejo ciego”.


Y ahí me dejó. Boqueando en el vacío.


Hasta la mañana siguiente, cuando desde el Village atravesábamos todo Manhattan en el coche del poeta Daniel Halpern para llegar a la Universidad de Columbia donde seguirán sus charlas y mis preguntas, pero sólo para estudiantes, menos mal.


Esa mañana Borges se giró levemente la cabeza y me enfrentó:


“ Usted anoche mencionó el falo…”


“ Sí, Borges, pero hablando de los cuchillos, como metáfora”, intenté disculparme. “Conozco una metáfora mejor”, me contestó; “El dedo de Dios”.


“¿No le parece un tanto pretenciosa?”, me asombré.


“Y sí”, reconoció Borges muy a su pesar. “Creo que es de Victor Hugo”.


En aquel memorable último viaje a Nueva York de Borges y María Kodama pasamos toda la semana juntos con él, y a lo largo de esos días y después de los encuentros matinales en la Universidad de Columbia, el supuestamente frágil Escritor de escritores pedía más: una vuelta por Central Park en mateo, escuchar jazz en algún sitio emblemático del Village. Todo mientras iba desgranando sus hilarantes aventura de viaje con María, al punto que propuse hacerle una nota al respecto para la revista Vogue norteamericana, que apareció en el número de marzo de 1986, poco antes de su fallecimiento en Suiza.


Dicha nota es un canto a la felicidad de esa pareja tan despareja y a la vez tan absolutamente solidaria y armoniosa que formaban María Kodama y Jorge Luis Borges.


“Estoy cerca de él desde hace más de veinte años. Si me piden que defina nuestra relación”, aclaró ella, aún no se habían casado, “diré que somos como compañeros de colegio, cómplices” .


Y Borges: “María no pudo hacerme mejor regalo que este gusto por los viajes. Hasta estamos pensando en ir a vivir al Japón. ¿No está mal, no, para un hombre que abordó su primer avión a los 50 años? Pero había un recién nacido que lloró todo el tiempo y le quitó la dimensión épica al vuelo”.


Acababa de aparecer Atlas, el libro de Borges con fotos de María, pero muchas anécdotas compartidas habían quedado en el tintero. Como la de la dama que le cantó a Borges sus milongas al oído:


“Qué raro”, contó él que le había comentado a María, “mientras ella cantaba yo sentía telarañas en la cara…” “Es que la señora era muy elegante”, rió María, “¡lo que usted sintió eran las largas plumas aigrettes de su sombrero!”


Y fue así como, dispuesta a hacerles la entrevista, compré un pequeño grabador y me dirigí al hotel Uptown donde estaban hospedados. Nos reunimos en la gran habitación del maestro, y mi imagen favorita es la de nosotros tres, Borges, María y yo, cómodamente instalados en la gigantesca cama mientras ellos desgraban sus insólitas historias de viajes y reíamos a carcajadas. Carcajadas discretas, sí, pero no menos felices. Pero esa es otra historia, para citar a uno de los autores favoritos del Maestro.



En revista Haroldo, 24 de julio de 2016

Foto: Jorge Luis Borgs y Luisa Valenzuela en New York, 1969
Publicada en el sitio personal de Luisa Valenzuela





13/7/19

Escritores desaparecidos en Argentina. Borges se interesa ante el general Videla








A la ya larga lista de secuestros y asesinatos políticos cometidos en la Argentina se suma ahora la desaparición de dos conocidos escritores, Haroldo Conti y Daniel Moyano, secuestrados hace varias semanas. A estos dos secuestros hay que añadir los recientes asesinatos contra la persona del editor Burnichon y su hijo, dedicados ambos a la publicación y venta de libros de poesía. Haroldo Conti nació en 1925, en Chacabuco, Argentina. En 1962 recibió el Premio Fabril por su novela Sudeste. En 1966, el Universidad de Veracruz, por Alrededor de la sombra. Era Premio Barral de Novela, en 1971, por En vida.
Daniel Moyano, nacido en 1930, es una de las mayores figuras de su generación. Autor de varios libros de cuentos, pasa por ser uno de los mejores especialistas en el género y una de las mayores figuras de su generación. La lombriz (1964), El fuego interrumpido (1967) y Una luz muy lejana (novela, 1966) algunos de sus títulos. Por El oscuro, mereció el Premio Primera Plana, 1967.
Tanto uno como otro estaban empeñados en la construcción de la llamada nueva narrativa, y, aunque no se adscribían a tendencias realistas o sociologistas, no por ello renunciaban a la indagación de la realidad argentina.
Una comisión de escritores, presidida por Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato, se han entrevistado recientemente con el presidente argentino, general Jorge Videla, para interesarse por su suerte. Videla les aseguró el respeto sagrado de su gobierno por la cultura, y prometió una investigación a fondo. Hasta el momento, sin embargo, se desconoce la suerte de los dos desaparecidos.
Por otra parte, un nutrido grupo de escritores españoles, encabezados por el editor y poeta Carlos Barral ha enviado un telegrama al presidente argentino, reclamando una urgente investigación del caso.

En El País, Madrid, sábado 12 de junio de 1976
Jorge Luis Borges en México, Foto 
©Rogelio Cuéllar

9/4/19

Abel Posse: Diálogo con Jorge Luis Borges (en ocasión de sus 80 años)





La Gaceta, 26/08/1979
Borges vive en la calle Maipú, en pleno centro de Buenos Aires. Ocupa un modesto departamento de tres ambientes, de los construidos en la década del 30, con muebles coetáneos. Lo atiende Fanny, una sólida mucama ‑ cocinera paraguaya enérgica y poco sensible a las cosas del mundo literario del patrón de casa. Por la casa merodea “Beppo” un gato blanco, gordo y poco espiritual.
Sorprende no ver adornos. Sobre un aparador hay un centro de mesa de cristal donde estaban mezcladas algunas boletas de la electricidad con la medalla de la Orden Británica. Las paredes están recubiertas de libros que fueron usados hasta hace unos 25 años, cuando todavía Borges podía leer. Son casi todos libros en inglés, encuadernados. Allí están los frecuentados clásicos y esos libros exóticos con los que Borges creó muchos de sus juegos literarios y esas citas que le dieron fama de erudito. En el pequeño cuarto de Borges, con una cama contra la pared (no ocupa el cuarto dejado por la madre que quedó igual desde su muerte, con la gran cama, testimoniando lo que significa para Borges una pesadísima ausencia), hay una biblioteca con los clásicos españoles.
No se ve ningún libro nuevo o siquiera reciente. Fanny, según dicen, echa a la basura sin más trámite las decenas que llegan cada mes, enviados por jóvenes escritores entusiastas de todo el mundo. Algunos sospechan que la correspondencia no corre mejor suerte. Lo cierto es que Borges, si se ocupase de ella, debería montar una oficina.
Lo curioso es que tampoco se ven libros de Borges (no pude encontrar ninguna de sus tantas traducciones en lenguas extranjeras). Sólo vi un ejemplar de las Obras Completas.
Borges tiene 80 años. Dice mucho en su favor que nadie lo trate como a un anciano. Logra hacer olvidar la edad y también la ceguera casi completa (observé muchas veces que la gente le dice ¿vio esto? ¿leyó aquello?, sin sentirse incómoda después de formulada la pregunta).
Cuando llegué se estaba terminando de afeitar. Lo hacía con una máquina eléctrica que él llama la navaja (y me explicó: “Al fin de cuentas se trata de varias navajitas que giran, Le hago una reflexión sobre su edad y me dice:
B: no, nada de hablar de la edad. Es insignificante. Además, fíjese, no soy más que una víctima del sistema métrico decimal. Según él cumplo ochenta años. Si se les hubiese ocurrido contar cada doce o cada catorce unidades yo ahora podría tener una edad decorosa, sesenta años digamos…
P: usted cumple con una tradición de familia, la longevidad.
B: sí, es cierto. He estado pensando que la longevidad es una forma de insomnio.
P: pero sería el único insomnio en que se rehuye el sueño reparador. El insomne normal lo único que desea es dormir. En cambio nadie quiere morir…
B: no. Los longevos ‑más bien queremos morir. Mi madre siempre me decía “¿Viste? Otro día:. todavía no me he muerto”. Si a mí me dijesen que me muero esta noche sería tanta la alegría que a lo mejor no me muero.
P: vengo de España y muchos amigos me comentaron algunos de sus juicios sobre la literatura española, a muchos les cayeron mal…
B: ¿por qué? No creo haber dicho nada malo. La literatura española… Trataré de decirlo cortésmente: empieza espléndidamente con los Romances que son realmente lindísimos. Luego vienen escritores admirables como Fray Luis de León que para mí sigue siendo el mejor poeta castellano. Y San Juan de la Cruz. Y así llegamos al Quijote que creo que es un libro realmente inagotable, sobre todo la segunda parte. Pero después ocurre algo que ya se nota en dos hombres de genio como lo son Quevedo y Góngora: todo se torna rígido. Uno tiene la impresión de que ya no hay caras sino máscaras. La culminación de este fenómeno se da en Baltasar Gracián, donde no se siente ninguna pasión ni sensibilidad. Es un mero juego de formas como el cubismo o la literatura de Joyce… Luego tenemos el siglo XVIII, muy pobre. Y el movimiento romántico donde España sirve para inspirar a todo el mundo menos a los españoles. Solamente queda Bécquer: una réplica débil del primer Héine…
P: ¿y Saavedra Fajardo?
B: es un gran escritor, justamente me lo estaban leyendo en estos días.
P: un pariente cercano suyo, un gran estilista.
B: gracias, haré lo posible por ser digno del parentesco… Luego de este panorama general ocurre un hecho que creo que no se debe ocultar: cuando todo se renueva sobre todo por influencia de Francia (la obra de Hugo, de Verlaine, de Poe ‑ Poe también nos llegaba de Francia porque entonces Francia era la forma para que se puedan comunicar dos países americanos) esa renovación se hace desde este lado del Atlántico y no desde España. Si Ud. piensa en Rubén Darío, en Jaimes Freyre, en Lugones; son poetas no inferiores y ciertamen­te anteriores a los Machado y a Juan Ramón Jiménez.
P: ¿y en la prosa?
B: yo quisiera mencionar el nombre de un renovador que tal vez va a molestar a los españoles: Groussac. Alfonso Reyes me dijo: Groussac, que era francés, me enseñó cómo debe escribirse en castellano…
P: muchos dicen ahora eso de usted.
B: gracias. Espero que alguien pueda enseñarme a mí a escribir bien…
P: ¿y la generación del 98? ¿Qué diría de Azorín?
B: no me gusta. Evaristo Carriego decía que escribía estilo “pan rallado” ¿querría decir que Azorín escribía sin unidad?
P: sin embargo es un creador de lenguaje. Tiene una gran fuerza estilística: domina el arte de crear un clima o una intimidad, con muy pocos elementos… ¿Y Valle Inclán?
B: me parece que era un guarango. Una vulgaridad.
P: ¿no le encuentra ningún valor literario?
B: no. Me parece de mal gusto. Como persona debió ser muy desagradable.
P: ¿y Unamuno?
B: Unamuno sí, aunque nunca me pude explicar bien ese deseo de inmortalidad que tenía. Más notable que su obra es su hábito de pensar continuamente, fue un pensador notable. A quien recuerdo con particular afecto es a Baroja. Se lo quiere más a él que a su obra. Es al revés de lo que pasa con Shakespeare: todos recordamos Hamlet y casi no nos interesa el hombre que lo escribió.
P: a mí me parece que Ud. fue un poco injusto con García Lorca cuando lo calificó de “andaluz profesional”. En España encontré gente enojada con Ud. ¿Tampoco le interesó el teatro de él?
B: vi “Yerma” y me pareció mala. Nunca me interesó García Lorca, pero no me gustaría que alguien crea que tengo algo en contra de los andaluces. Yo hubiera querido ser andaluz. Lo que nunca habría querido ser es catalán: los odian en España y entre los franceses se nota enseguida que son impostores… Pero recapitulando, yo creo que nosotros le dimos más a España que España a Hispanoamérica, a partir de Darío.
P: en su lista no recordó a Garcilaso…
B: muy bueno, extraordinario. Pero fíjese que venía de la poética italiana, de Petrarca; los mismos españoles lo consideraron exótico. Aunque, si uno los compara, Garcilaso nos parece más fuerte, más grande. En esa época los dos idiomas más importantes eran el español y el italiano. El inglés era un idioma raro, como sería el danés hoy. Esas importaciones de formas, como en el caso de Garcilaso, eran frecuentes. Saavedra Fajardo, por ejemplo, viene de los latinos, de la estructura de la frase latina. Mire qué maravillosa esta frase de Saavedra cuando habla de los escoceses: “El tribunal de sus iras y de sus venganzas es la espada”. (Borges recita): Corrientes aguas puras cristalinas

Qué maravilla, ¿no? Aunque algunas veces en Hispanoamérica la tradición española se torna un peligro. Fíjese que cuando estuve en Colombia, un señor que era poeta para elogiarme me dijo: “Qué bien se lo ve, señor Borges, redondo y colorado como un queso”: Terrible pasión por la metáfora, ¿no? Y una influencia de la métrica de Garcilaso:
Corrientes aguas puras cristalinas
Redondo y colorado como un queso…”
P: volviendo al tema de sus críticas a la literatura española, nuestra literatura, me parece que muchas cosas que usted dijo interesaron porque muchos tienen la sospecha de que gran parte de ella es aburrida.
B: claro. Tiene lo muy bueno y lo mucho de aburrido. Antes, en las primeras décadas del siglo, ocupaba un lugar de segunda, cuando la importante era la francesa, la inglesa, la alemana. A mí me contó Manuel Gálvez que fue una vez a verlo a Lugones y Lugones le dijo: “¿Para qué lee Ud. literatura española? Es como si Ud, se dedicara a la literatura búlgara. Lea la gran literatura y olvídese de esas piezas de museo de la literatura española, búlgara, etc.”
P: creo Borges que Ud. estará de acuerdo en que a pesar del mucho aburrimiento hay dos momentos inobjetables: la grandeza del Quijote, culminación de la nobleza literaria: y la poesía mística, San Juan, Fray Luis. Sólo esos dos momentos la ponen por encima, en cuanto a genialidad, de la literatura francesa, por ejemplo…
B: si. Y a pesar de Sancho.
P: ¿por qué?
B: Lugones decía que el contrapunto entre los dos personajes era innecesario, fácil. En “Martín Fierro” elogiaba que los dos gauchos, Cruz y Fierro no viviesen en contrapunto. Pero estoy de acuerdo con lo que dijo. Y ya que estamos hablando de literatura española no quisiera olvidar a dos amigos míos que fueron entre ellos enemigos personales: a Ramón Gómez de la Serna y a Cansinos Assens. Dos hombres de genio aunque completamente distintos, uno un erudito, el otro un gran artista. Gómez de la Serna fue un extraordinario literato y quedará en las letras. Buenos Aires le hizo mal. Yo creo que hubiera sido un gran poeta. Las “greguerías” le anularon muchas posibilidades: si uno se acostumbra a pensar en forma tan atomizada termina atomizado. Se disgregó en greguerías.
P: ¿un caso parecido tal vez al de Macedonio Fernández?: un buen escritor con poca obra.
B: Macedonio no quedará. A Macedonio sólo lo pueden apreciar los que le oyeron contar sus cosas… Y ya que no hablé tan bien de García Lorca quisiera decir que para mí Marcelino Menéndez y Pelayo es un gran poeta injustamente olvidado. Un gran poeta, mire este verso:
La náyade en el agua de la fuente…
P: tal vez su fama de erudito, su gran erudición, ocultó ante la gente su realidad de poeta…
B: sí, eso pasa. Ahora me acuerdo una cosa que decía Macedonio Fernández y que yo quiero suscribir totalmente; decía que los españoles y los hispanoamericanos deberíamos llamarnos “La familia de Cervantes”. Sería difícil unirnos todos diciendo “la familia de Quevedo”, a pesar de su grandeza de literato. En cambio si decimos “la familia de Cervantes” no creo que encontremos ningún opositor…
P: ¿Y de Pérez Galdós?
B: nunca me interesó ese tipo de novela, aunque leí “Misericordia” con placer. Pero en general no me interesa esa novela que se origina en Flaubert y según la cual cuando uno entra en una habitación tiene que describir todos los muebles que ve.
P: pero en cierto Flaubert. Porque en “Bouvard y Pecuchet”, que Ud. tanto elogió, hay un increíble avance: es la primera novela de este siglo.
B: sí, pero la que hizo escuela fue “Madame Bovary”. Stevenson creía que el que tenía la culpa de todo esto era Walter Scott. Pero en Sir W alter Scott se justificaba porque describe la Edad Media y hay que informar al lector de cosas y ambientes que no conoce.
P: ¿y Proust?
B: no me interesa. A mí me parece que creó un mundo menor, un mundo mezquino. Del mismo modo que creo que hay mezquindad en Joyce. (Joyce es más bien ilegible pero no se pueden olvidar ciertas frases espléndidas, era poeta, debió haber escrito sólo poemas). Pero al leer a Proust sentía que me asfixiaba, que estaba incidido en un mundo de chismes, que es lo que pasa un poco con Henry James, ¿no?
P: pero en Proust hay una nostalgia de una vida, de un tiempo, el fin de siglo, que hemos cargado de prestigios y que Proust lo supo conservar. El es como un símbolo de un mundo perdido.
B: sí, pero eso ya está fuera de lo literario. A mí me parece que no fue un “bon vivant”, por eso quizá pudo imaginar ese mundo…
P: a usted, que respeta tanto a Schopenhauer me gustaría preguntarle sobre el amor, las mujeres, la muerte, como en el título de aquel libro.
B: sobre las mujeres puedo decir que están y estuvieron siempre muy presentes en mí. Yo pienso tanto en las mujeres que trato de no pensar en ellas cuando escribo. Pero sin embargo están presentes. Diría también que siempre hay una mujer única que sin embargo no ha sido siempre la misma.
P: es una idea más bien platoniana.
B: en cuanto a la noción de arquetipo sí. Pero esa mujer es real aunque múltiple. En mi obra poética hay muchos versos de amor, pero la gente prefirió creer que yo tendría algún reparo en estos temas. No es así, al contrario.
P: tal vez eso ocurra porque usted no quiso llevar a su obra sus experiencias personales. Tampoco usted ha hablado de ellas en público, en ese sentido es usted muy “british”.
B: creo que sí. Usted sabe que, en Inglaterra si uno le decía a una mujer que era linda, se indignaba. Era un improcedente “personal remark” y uno no tenía derecho a hacer eso. Uno sólo tiene derecho a hablar de temas impersonales, generales.
P: pero los argentinos no somos así. Somos más bien impúdicos en ese sentido.
B: claro. Y además las mujeres esperan que les digan que son bonitas. Es casi al revés. Pero no participo de ese estilo. Fíjese que tengo amigos a quienes nunca hice ese tipo de confidencias, ni ellos a mí: Macedonio Fernández, Bioy Casares, Manuel Peyrou.
P: ¿y la muerte?
B: ¿la muerte?: la única esperanza que me queda.



En La Gaceta, Tucumán, 26 de agosto de 1979.
Foto:Abel Posse, Jorge Luis Borges,el prof Zilio y cuerpo docente
En la universidad de Ca Foscari, Venecia, 1974.
Archivo Abel Posse 

29/3/19

Jorge Luis Borges: El jugador






A Borges le fascinaba el azar que brinda la vida. A pesar de su timidez, se entregaba al azar en cuanto podía. Para él fue azar tanto viajar en globo como perderse en los arrabales de Buenos Aires o recorrer países remotos. No fue ajeno al juego. Alguna vez me comentó: «En una época fui jugador. Nunca me interesaron el póker ni la canasta, pero jugué al truco y al mus, que no llegué a entender demasiado».

—Al truco, usted me contó que había jugado con Nicolás Paredes —interrumpí.

  —Sí. Él era un gran jugador —recordó Borges—. Yo aprendí muchas picardías de Paredes y llegué a jugar en pareja con él. Otras veces jugamos mano a mano. Recuerdo que en la segunda visita que le hice, Paredes me preguntó si sabía jugar al truco; yo le contesté imprudentemente que sí. Entonces él sacó las barajas y nos pusimos a jugar. Al principio él me dejó ganar. Después me di cuenta de que ésa era la clásica o la consabida astucia de los tahúres; empezó luego a ganar él, y finalmente me ganó todo el dinero que yo tenía, que era bastante para la época. Paredes era un profesional del juego. Entonces le pedí que me prestara diez centavos para el tranvía. Paredes me devolvió todo el dinero que estaba encima de la mesa. Un poco molesto yo le pregunté si él había hecho trampa; y me contestó: «Bueno, usted tiene que entender que siempre yo voy a ser el ganador».

  —¡Qué linda anécdota! ¿Y él le enseñó luego a jugar bien?

  —Sí, yo fui aprendiendo con él, y algunas veces jugamos en pareja contra otros. Era un excelente jugador de truco.

  —¿Alguna vez usted me contó que jugaba a la ruleta, también? —vuelvo a preguntar.

  —Bueno, en una época sí; me gustaba la ruleta y fui inventor de algunas martingalas que no tuvieron demasiado éxito, ya que eran totalmente ineficaces. Alguna vez, sin embargo, llegué a ganar siguiendo ese método.

  —¿En qué consistía, Borges?

  —Yo anotaba los pares y los impares de, digamos, diez o doce bolillas, en el exacto orden en que iban saliendo; los anotaba y luego trazaba una línea, los unía y formaba una simetría. Una vez logrado esto, yo los seguí y, algunas veces, me dio buen resultado.

  —¿Con ese procedimiento esperaba salir de pobre?

  —No, no. Yo lo hacía para entretenerme, para demostrarme a mí mismo que podía ganar con ese método; pero no por codicia. No, digamos, al estilo Dostoievski, que lo hacía de una manera casi enfermiza. Yo tenía en claro que nadie gana a la ruleta y lo hacía con un interés que, bueno, podemos llamar placer intelectual.

  —¿Llegó a perder dinero con su sistema?

  —La mayoría de las veces sí. Gané otras, pero cuando perdía, perdía lo que ganaba y el capital invertido también. De manera que nunca me fue bien en el juego. Luego yo pensé en inventar un sistema de juego en el que no se ganara ni se perdiera nunca. La gente juega, en la mayoría de los casos, porque está desesperada, porque debe dinero o porque quiere dejar de ser pobre. Y luego viene la humillación de perder, la humillación que perdiendo en el juego puede llegar a ser trágica. Sin embargo, usted ve cómo se fomenta el juego, y eso lo hacen hasta los gobiernos; a mí me parece una inmoralidad… Yrigoyen fue el presidente más íntegro en ese sentido. Él quería cerrar el Jockey Club y el casino de Mar del Plata, pero no tuvo éxito. Tampoco llegó a pisar el hipódromo, y cuando lo invitaron a una carrera donde se corría un Gran Premio, él se ofendió y les contestó con una carta muy severa. ¡Cómo lo iban a invitar al Presidente de la República a concurrir a un sitio donde se jugaba por dinero! Él lo sintió como una ofensa, y yo creo que tenía razón, ya que el juego es un vicio, una cuestión de azar donde no hay esfuerzo personal.

  —También a la lotería jugó durante un largo tiempo. Borges entrecierra los ojos y concluye nostálgico:

  —Sí, yo seguí por años, cuando trabajaba en la biblioteca de Almagro, un número de lotería. Ahora, fíjese cómo en el azar la suerte siempre me fue esquiva. Cuando dejé de trabajar en la biblioteca, dejé también de comprar el billete, y a los pocos días salió premiado con la grande.


En: Alifano, RobertoEl humor de Borges (1995)
Imagen: Borges' Mid Lecture at First Church, junto a David Young
5-6 de mayo de 1983, Oberlin College Archives, Foto Edsel Little
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