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30/9/18

Jorge Luis Borges - María Kodama: El navegante





Puedo cantar sobre mí mismo un canto verdadero; puedo narrar mis viajes. En días de opresión padeció mi pecho rigores. Las naves fueron para mí cárceles de ansiedad. Terrible era el tumulto de las olas. Me encorvó muchas veces la estrecha guardia de la noche en la proa del barco, al golpear los acantilados. Atravesados por el frío fueron mis pies, atados con helados vínculos por la escarcha. Hervían las penas y me quemaban el corazón; desde adentro el hambre desgarraba el ánimo del hombre, fatigado de mares. Quien es venturoso en la tierra ignora mis andanzas por los caminos del exilio, sin compañeros... El granizo volaba en ráfagas. Nada oía yo salvo el clamor del mar, la ola fría como el hielo. A ratos el grito del cisne. En lugar de la risa de los hombres me acompañaba el grito de la gaviota. La tormenta, que azotaba los acantilados de piedra, contestaba al águila de plumas heladas y húmedas de rocío. El águila gritaba amenazadora. Ningún hombre de mi linaje podía consolar mi abandonado corazón. A quien soberbio y exaltado de vino goza de la vida en su castillo, poco le importa lo que yo sufro navegando. Anocheció, nevó desde el norte y cayó sobre la tierra el granizo, la más fría de las simientes. Por todo ello urge mi corazón la voluntad de enfrentar yo mismo las corrientes saladas, el alto juego de las olas. Todo mi ser me mueve a buscar una tierra de extraña gente, lejos de aquí. No hay un hombre en el mundo tan altivo, tan generoso de ánimo, y tan confiado en su juventud, tan resuelto en sus actos, que no sienta la ansiedad del próximo viaje y lo que le reserva el Señor. No tiene ánimo para el arpa, ni para la distribución de sortijas, ni para el deleite de la mujer, ni para la grandeza del mundo; sólo le importan las altas corrientes heladas. Siempre está ansioso el que desea navegar. Los bosques se cubren de flores, las ciudades resplandecen, las praderas se adornan, el mundo se renueva. Todas esas cosas incitan al animoso a emprender el viaje, a perderse lejos por los caminos del agua.


Nota

Esta composición es la más famosa de las elegías anglosajonas. Data del siglo IX. Los dos primeros versos prefiguran la remota voz de Walt Whitman. El poeta, hoy anónimo, declara a la vez el horror del mar y la fascinación del mar, que es tan característica de Inglaterra, y que se repite a lo largo de su literatura. Esa dualidad ha sugerido que se trata de un diálogo cuyos interlocutores serían un viejo marinero cansado y un joven ignorante del mar, que no ha intentado aún. Esa conjetura, que contradice los hábitos de la poesía anglosajona, empobrecería esta pieza y no cuenta ahora con partidarios.

En la Edad Media la poesía propendía a lo alegórico. No es imposible que esta poesía sea una alegoría de la vida del hombre, bajo la metáfora de una navegación. Lo indiscutible es que abunda en rasgos directos: "Anocheció, nevó desde el norte y cayó sobre la tierra el granizo, la más fría de las simientes".

La Elegía del Navegante ha sido vertida al inglés por Ezra Pound, que repite menos el sentido que los sonidos del original. Hay asimismo una admirable traducción de Gavin Bone.


En Breve antología anglosajona (1978)
En colaboración con María Kodama

En Obras completas en colaboración
© María Kodama, 1995
© Emecé Editores, 1979, 1991 y 1997
Barcelona, 1997


Imagen: Borges y María Kodama en Japón 
Cortesía Fundación Internacional Jorge Luis Borges


14/5/17

Jorge Luis Borges - María Kodama: Un diálogo anglosajón del S.XI






Aquí se cuenta cómo Salomón y Saturno midieron su sabiduría. 
Saturno le dijo a Salomón:
—Dime dónde estaba Dios cuando hizo las cielos y la tierra.
—Yo te digo que estaba sobre las alas de los vientos.
—Dime qué palabra salió primero de la boca de Dios.
—Ya te digo que fue Fiat lux et facta lux.
—Dime por qué el cielo se llama cielo.
—Yo te digo que porque cela todas las cosas que están abajo.
—Dime qué es Dios.
—Yo te digo que es el que tiene todas las cosas en su poder.
—Dime en cuántos días creó Dios a todas las criaturas.
—Yo te digo que en seis días creó Dios a todas las criaturas. El primer día hizo la luz; el otro, a las criaturas que guarda el cielo; el tercero, el mar y la tierra; el cuarto, las estrellas del cielo; el quinto, los peces y las aves; y el sexto, las bestias y los ganados y a Adán, el primer hombre.
—Dime cómo fue hecho el nombre de Adán.
—Yo te digo que con cuatro estrellas.
—Dime cómo se llamaban.
—Yo te digo que Arthox, Dux, Arotholem, Minsymbrie.
—Dime con qué material fue hecho Adán, el primer hombre.
—Yo te digo que con ocho libras.
—Dime de qué.
—Yo te digo que la primera era una libra de polvo y con ella se hizo su carne; la otra era una libra de fuego y por eso la sangre es roja y caliente; la tercera era una libra de viento y así el aliento le fue dado; la cuarta era una libra de nube y con ella se hizo la flaqueza de su ánimo; la quinta era una libra de gracia y así la mente y el pensamiento le fueron dados; la sexta era una libra de flores y por eso hay tantos colores de ojos; la séptima era una libra de rocío y así le fue dado el sudor; la octava era una libra de sal y por eso las lágrimas son saladas.
—Dime los años de Adán cuando fue creado.
—Yo te digo qué tenía treinta años.
—Dime qué estatura tenía Adán.
—Yo te digo que ciento dieciséis pulgadas.
—Dime cuántos inviernos (años) habitó Adán en este mundo.
—Yo te digo que vivió novecientos inviernos y treinta inviernos en el trabajo y las aflicciones, y luego fue al infierno, y en ese cruel castigo padeció cinco mil inviernos y doscientos inviernos y veintiocho inviernos.



Nota

Salomón, en el diálogo es el maestro; Saturno, el discípulo que recibe con pareja pasividad las contestaciones triviales y las contestaciones de índole mágica. Al cabo de los siglos, da en rebelarse y se transforma en el insolente Marcul. Escribe Groussac: "En los folklores medievales, el sabio Salomón va seguido siempre de un acólito, Marcul, encargado de encontrar un reverso irónico a las nobles máximas del primero" (Crítica literaria, pág. 39).
La adición de las palabras del relato a las palabras de Dios deja suponer que el autor no sabía latín.
Los nombres de las estrellas corresponden a los nombres griegos de los cuatro puntos cardinales.
La cifra treinta, o de treintaitantos, se acerca al punto meridiano del arco que la vida humana describe; su término normal, según la Escritura (Psalmos 90,10) es de setenta años. También coincide con la edad en que muere Jesús, el último Adán. Un escolio rabínico declara que Adán, como Eva, fue creado a los veinte años.
La precisa cronología de Adán atareó a la Edad Media. Los datos del anónimo anglosajón pueden complementarse con otros, que miden su estadía en el Paraíso. Dante (Paradiso, XXVI, 139-142) la limita a siete horas; el Talmud, a doce, distribuidas de esta manera: "En la primera hora se juntó el polvo con que Adán fue amasado; en la segunda se hizo con este polvo una materia informe; en la tercera fueron delineados los miembros; en la cuarta le insuflaron un alma; en la quinta Adán se puso de pie; en la sexta puso nombres a las criaturas; en la séptima recibió a Eva como mujer; en la octava se acostaron dos y se levantaron cuatro (Caín y su hermano); en la novena le fue prohibido el fruto del árbol; en la décima pecó; en la undécima fue juzgado y condenado; en la duodécima fue arrojado del Paraíso."
Debemos esta cita a las curiosas anotaciones que Longfellow agregó a su versión inglesa de la Comedia, publicada en 1867.




En Breve antología anglosajona (1978)
En colaboración con María Kodama


En Obras completas en colaboración
© María Kodama, 1995
© Emecé Editores, 1979, 1991 y 1997
Barcelona, 1997
A esta edición corresponde el paginado (sin más data) citado en las Notas

Foto: Manos de Kodama y Borges - Paris, 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos



7/3/17

Jorge Luis Borges - María Kodama: El relato de Ottar







Ottar dijo a su señor Alfredo el Rey que de todos los hombres de Noruega el que habitaba más al norte era él. Dijo que habitaba hacia el norte en la tierra que orilla el mar occidental. Dijo que esa tierra se alargaba todavía más hacia el norte y que toda ella era desierta, salvo en pocos lugares donde residen, aquí y allá, los fineses, que se mantienen de la caza en el invierno, y de la pesca, junto a ese mar, en el verano. Dijo que había querido averiguar hasta dónde la tierra seguía alargándose o si algún hombre moraba al norte del yermo. Navegó entonces hacia el norte, junto a esa tierra, y durante tres días tuvo a estribor el desierto y el abierto mar a babor. Alcanzó entonces el extremo boreal a que llegan los cazadores de ballenas. Durante tres días más navegó todo lo que pudo hacia el norte. Hacia el este la tierra penetra en el mar o el mar entra en la tierra, él no sabía cuál de las dos cosas, pero esperó ahí vientos del oeste o del norte y navegó junto a la costa lo que se puede navegar en cuatro días. Tuvo que esperar un viento del norte porque la tierra se inclinaba hacia el sur o el mar penetraba en la tierra, él no sabía cuál de los dos. Cinco días navegó hacia el sur costeando la tierra. Remontando un gran río entró en la tierra, pero no prosiguieron más, porque sentían el temor de enemigos, ya que otra margen de la tierra estaba cultivada. No había encontrado tierra habitada desde que salió de su patria, durante todo el trayecto había tierra yerma a estribor y a babor mar abierto, con excepción de algunos cazadores y pescadores y pajareros y todos eran fineses.

Los beormas le dieron muchas noticias de la tierra que habitan y la de sus vecinos pero acaso no eran verdad ya que él no las vio con sus ojos. Le pareció que los fineses y los beormas hablaban más o menos la misma lengua.

Emprendió aquel viaje no sólo para descubrir esas tierras, sino en busca de morsas, porque sus colmillos son de muy noble hueso. De éstos le trajo algunos al rey. El cuero sirve para hacer cordajes de navío. Esa ballena (la morsa) es menor que las otras. Tienen siete codos de largo y los mejores balleneros son los de su tierra. Las ballenas tienen cincuenta codos de largo y las mayores ochenta y cuatro. Dijo que él era uno de seis balleneros que en dos días mataron sesenta ballenas (morsas).

Era un hombre muy poderoso y sus bienes eran de animales salvajes y también cuando vino el rey de seiscientos ciervos mansos que había criado. Esos ciervos se llaman renos, de los cuales seis eran señuelos, que los fineses aprecian porque atraen a los renos salvajes. En su tierra era uno de los primeros, aunque no tenía más que veinte cabezas de hacienda y veinte ovejas y veinte cerdos y la poca tierra que araba, la araba con caballos, pero sus bienes eran principalmente el tributo que le rendían los fineses. Este tributo era de pieles de ciervo y de plumas de pájaro, de huesos de ballena (marfil) y de cordajes que se entrelazan con piel de morsa y con piel de foca.



Nota


Alfredo el Grande (849-901), rey de los sajones occidentales, hizo traducir del latín al anglosajón el De Consolatione de Boecio y la Historia Universal del español Orosio, para la educación de sus nobles. Agregó como apéndice de la última el relato de los viajes del explorador noruego Ottar, que era súbdito suyo.
Los sajones podían componer versos memorables, pero su prosa, como lo prueba este pasaje, era vacilante y pesada.
En esta página el intrínseco interés del relato logra sobreponerse a las torpes y repetidas palabras del escriba. El mundo no era hospitalario; Ottar renuncia a explorar el río cuando sabe que en su margen hay hombres.
Longfellow ha usado este relato para escribir el hermoso poema que se titula The Discoverer of the North Cape.



En Breve antología anglosajona (1978)
En colaboración con María Kodama

Foto: Borges y M. Kodama (1975) by Willis Barnstone 
at Borges at Eighty: Conversations, AA.VV., 1982 
Edition, foreword and photographs: Willis Barnstone 
Contributing authors: Willis Barnstone, Alastair Reid, 
Dick Cavett, Alberto Coffa, Kenneth Brechner & Jaime Alazraki




26/11/15

Jorge Luis Borges - María Kodama: Deor








Welund supo del destierro entre las serpientes. Hombre de una sola pieza arrastró desventuras. Sus compañeros fueron el pesar y el anhelo, el destierro frío como el invierno. Más de una vez dio con la desdicha, desde que Nithhad sujetó con firmes tendones a quien valía más que él.

Esas cosas pasaron; también pasarán éstas.

Beadohilde deploró menos la muerte de sus hermanos que la congoja que la afligía. Estaba encinta y no podía prever lo que le esperaba.

Esas cosas pasaron; también pasarán éstas.

¿Quién no ha oído hablar de Matilde? La pasión del Geata era infinita. El pesaroso amor lo privó del sueño.

Esas cosas pasaron; también pasarán éstas.

Teodorico rigió durante treinta inviernos la ciudad de los visigodos; esto era sabido de muchos.

Esas cosas pasaron; también pasarán éstas.

Conocemos el corazón de lobo de Ermanarico, que rigió la vasta nación del reino de los Godos. Ese rey era cruel. Encadenados por el pesar y aguardando la desventura muchos hombres deseaban que su reino tuviera fin.

Esas cosas pasaron; también pasarán éstas.

El hombre triste yace apesadumbrado. Anochece en su alma y piensa que puede ser infinita su porción de rigores. Debe reflexionar que sobre la faz de la tierra el sabio Dios ordena diversos caminos. A muchos les da honra y duradera fortuna, a otros su parte de dolores. En cuanto a mí diré que fui cantor, alguna vez el cantor de los heodeningas, amado por mi príncipe. Mi nombre era Deor. Tuve un buen cargo y un señor generoso hasta que Heorrenda, diestro en el arte de la poesía, tomó las tierras que me dio el protector de los guerreros.

Esas cosas pasaron; también pasarán éstas.


Nota

Esta elegía, compuesta en el siglo IX, recoge con evidente nostalgia viejas memorias de Germania. Es un monólogo dramático. Su protagonista, Deor, fue rapsoda del rey en una corte de Pomerania y lo desposeyó un rival, Heorrenda. El texto prodiga alusiones históricas y mitológicas.

Welund (que en la tradición escandinava se llama Völundr y en la alemana Wieland) era un famoso forjador de espadas. Para alabar una espada se decía que era obra de Welund. Encarcelado por Nithhard, que le cortó los tendones y a cuya hija ultrajó, luego de matar a sus hermanos, fabricó alas para huir, con plumas de cisne. Las serpientes del primer verso son las espadas. Kipling nos ha dejado un enigmático y admirable poema que se titula The Runs on Wayland’s Sword.

El verso
Esas cosas pasaron; también pasarán éstas.

es el único ejemplo de estribillo en la poesía anglosajona.

La erudición, en este poema, puede ser una forma del pudor; lo indiscutible es que es muy personal y que Deor puede ser una máscara del poeta.




En Breve antología anglosajona (1978)
En colaboración con María Kodama
Foto: Borges y Kodama en Buenos Aires
Propiedad de ©María Kodama

15/10/15

Jorge Luis Borges - María Kodama: La sepultura







Para ti fue hecha la casa, antes que nacieras.
Para ti fue destinada la tierra antes que salieras de tu madre.
No la hicieron aún. Su hondura se ignora.
No se sabe aún qué largo tendrá.
Ahora yo te llevo a tu sitio.
Ahora te mido a ti primero y a la tierra después.
Tu casa no es muy alta. Es humilde y baja.
Cuando yazgas ahí, las vallas serán bajas, humildes las paredes.
La techumbre está cerca de tu pecho. Habitarás entonces en el polvo y sentirás frío.
Toda tiniebla y toda sombra, se pudrirá la cueva.
Esa casa no tiene puerta y no hay luz adentro.
Ahí estás firmemente encarcelado y la muerte tiene la llave.
Aborrecible es esa casa de tierra y atroz morar en ella.
Ahí estarás y te partirán los gusanos.
Ahí estás acostado lejos de tus amigos.
Ningún amigo irá a visitarte y a preguntarte si esa casa te gusta.
Nadie abrirá la puerta.
Nadie bajará a ese lugar porque muy pronto serás aborrecible a los ojos.
Tu cabeza será despojada de su cabello y la hermosura de tu pelo se apagará.



Nota
El concepto de la sepultura como última morada del hombre ya está en el Eclesiastés (12,5) donde se lee que el hombre, al morir, va a su larga morada.
Sin embargo no es necesario conjeturar que la fuente de ese poema es ese pasaje de la Escritura. La imagen ha sido sentida con tal intensidad que ese último poema de los sajones nos conmueve y aterra personalmente.



En Breve antología anglosajona (1978)
En colaboración con María Kodama
Foto: Borges y Kodama, Roma, 1981
Propiedad de ©María Kodama
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