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7/12/18

Edgar Lee Masters en versión de Borges: Tres poemas (bilingüe)





Ana Rutledge

Oscura, indigna, pero salen de mí
Las vibraciones de una música eterna:
"Sin rencor para nadie, con caridad para todos".
En mí el perdón de millones de hombres para millones
Y la faz bienhechora de una nación
Resplandeciente de justicia y verdad.
Soy Ana Rutledge que reposa bajo esta yerba,
Adorada en vida por Abraham Lincoln,
Desposada con él, no por la unión
Sino por la separación.
Florece para siempre, oh república,
Del polvo de mi pecho.


Ana Rutledge

Out of me unworthy and unknown
The vibrations of deathless music;
“With malice toward none, with charity for all.”
Out of me the forgiveness of millions toward millions,
And the beneficent face of a nation
Shining with justice and truth.
I am Anne Rutledge who sleep beneath these weeds
Beloved in life of Abraham Lincoln,
Wedded to him, not through union,
But through separation.
Bloom forever, O Republic,
From the dust of my bosom!




Petit, el poeta

Simientes en una vaina seca, tic, tic, tic,
Tic, tic, tic, como una discusión entre insectos—
Yambos desfallecidos que la fuerte brisa despierta—
Pero el pino hace una sinfonía con ellos.
Triolets, rondeles, villanelas, sextinas,
Baladas a docenas con el mismo viejo argumento:
Las nieves y las rosas de ayer se han desvanecido,
Y qué es el amor sino una rosa que se marchita?
La vida a mi alrededor en el pueblo:
Tragedia, comedia, valentía, verdad,
Coraje, fidelidad, heroísmo, fracaso—
Todo eso en el telar y con qué dibujos!
Monte, pastizales, ríos y arroyos—
Ciego toda mi vida a todo eso.
Triolets, sextinas, villanelas, rondeles,
Simientes en una vaina seca, tic, tic, tic,
Tic, tic, tic, qué minúsculos yambos,
Mientras Homero y Whitman rugían en los pinos!


Petit, the Poet

Seeds in a dry pod, tick, tick, tick,
Tick, tick, tick, like mites in a quarrel—
Faint iambics that the full breeze wakens—
But the pine tree makes a symphony thereof.
Triolets, villanelles, rondels, rondeaus,
Ballades by the score with the same old thought:
The snows and the roses of yesterday are vanished;
And what is love but a rose that fades?
Life all around me here in the village:
Tragedy, comedy, valor and truth,
Courage, constancy, heroism, failure—
All in the loom, and oh what patterns!
Woodlands, meadows, streams and rivers—
Blind to all of it all my life long.
Triolets, villanelles, rondels, rondeaus,
Seeds in a dry pod, tick, tick, tick,
Tick, tick, tick, what little iambics,
While Homer and Whitman roared in the pines!



Chandler Nicholas

Bañándome cada mañana, afeitándome,
Vistiéndome después,
Pero nadie en la vida para alegrarse
Con mi trabajada apariencia.
Caminando cada día, respirando hondo
En pro de mi salud,
Pero la vitalidad ¿de qué me sirvió?
Adelantando cada día la mente
Con meditación y lectura,
Pero nadie con quien canjear sabidurías.
No era un ágora, no era un banco de liquidación
Para lo intelectual, Spoon River.
Buscando, pero no buscado de nadie:
Maduro, afable, utilizable, pero no utilizado.
Encarcelado aquí en Spoon River,
Menospreciado por los buitres mi hígado,
Devorándose solo.


Chandler Nicholas

Every morning bathing myself and shaving myself,
And dressing myself.
But no one in my life to take delight
In my fastidious appearance.
Every day walking, and deep breathing
For the sake of my health.
But to what use vitality?
Every day improving my mind
With meditation and reading,
But no one with whom to exchange wisdoms.
No agora, no clearing house
For ideas, Spoon River.
Seeking, but never sought;
Ripe, companionable, useful, but useless.
Chained here in Spoon River,
My liver scorned by the vultures,
And self-devoured!


Revista Sur, Buenos Aires, Año 1, N° 3, invierno de 1931

Incluido en Borges en Sur (1931-1980)
© 1999 María Kodama
© 2011 para la edición en castellano para España y América Latina, Penguin House Mondadori
© 2011 y © 2016 Buenos Aires, Sudamericana





7/11/18

Jorge Luis Borges: Herman Melville (Prólogo «Bartleby»)






En el invierno de 1851, Melville publicó Moby Dick, la novela infinita que ha determinado su gloria. Página por página, el relato se agranda hasta usurpar el tamaño del cosmos: al principio el lector puede suponer que su tema es la vida miserable de los arponeros de ballenas; luego, que el tema es la locura del capitán Ahab, ávido de acosar y destruir a la Ballena Blanca; luego, que la Ballena y Ahab y la persecución que fatiga los océanos del planeta son símbolos y espejos del Universo. Para insinuar que el libro es simbólico, Melville declara que no lo es, enfáticamente: "Que nadie considere a Moby Dick una historia monstruosa o, lo que sería peor, una atroz alegoría intolerable" (Moby Dick, XLV). La connotación habitual de la palabra alegoría parece haber ofuscado a los críticos; todos prefieren limitarse a una interpretación moral de la obra. Así, E. M. Forster (Aspeas of the Novel, VII): "Angostado y concretado en palabras, el tema espiritual de Moby Dick es, más o menos, éste: una batalla contra el Mal, prolongada con exceso o de manera errónea".

De acuerdo, pero el símbolo de la Ballena es menos apto para sugerir que el cosmos es malvado que para sugerir su vastedad, su inhumanidad, su bestial o enigmática estupidez. Chesterton, en alguno de sus relatos, compara el universo de los ateos con un laberinto sin centro. Tal es el universo de Moby Dick: un cosmos (un caos) no sólo perceptiblemente maligno, como el que intuyeron los gnósticos, sino también irracional, como el de los hexámetros de Lucrecio.

Moby Dick está redactado en un dialecto romántico del inglés, un dialecto vehemente que alterna o conjuga procedimientos de Shakespeare y de Thomas de Quincey, de Browne y de Carlyle; Bartleby, en un idioma tranquilo y hasta jocoso cuya deliberada aplicación a una materia atroz parece prefigurar a Franz Kafka. Hay, sin embargo, entre ambas ficciones una afinidad secreta y central. En la primera, la monomanía de Ahab perturba y finalmente aniquila a todos los hombres del barco; en la segunda, el cándido nihilismo de Bartleby contamina a sus compañeros y aun al estólido señor que refiere su historia y que le abona sus imaginarias tareas. Es como si Melville hubiera escrito: "Basta que sea irracional un solo hombre para que otros lo sean y para que lo sea el universo". La historia universal abunda en confirmaciones de ese temor.

Bartleby pertenece al volumen titulado The Piona Tales (1856, Nueva york y Londres). De otra narración de ese libro observa John Freeman que no pudo ser comprendida con plenitud hasta que Joseph Conrad publicó cierta pieza congénere, casi medio siglo después; yo observaría que la obra de Kafka proyecta sobre Bartleby una curiosa luz ulterior. Bartleby define ya un género que hacia 1919 reinventaría y profundizaría Franz Kafka: el de las fantasías de la conducta y del sentimiento o, como ahora malamente se dice, psicológicas. Por lo demás, las páginas iniciales de Bartleby no presienten a Kafka; más bien aluden o repiten a Dickens... En 1849, Melville había publicado Mardi, novela inextricable y aun ilegible, pero cuyo argumento esencial anticipa las obsesiones y el mecanismo de El castillo, de El proceso y de América: se trata de una infinita persecución, por un mar infinito.

He declarado las afinidades de Melville con otros escritores. No lo subordino a estos últimos; obro bajo una de las leyes de toda descripción o definición: referir lo desconocido a lo conocido. La grandeza de Melville es sustantiva, pero su gloria es nueva. Melville murió en 1891; a los veinte años de su muerte la undécima edición de la Encyclopaedia Britannica lo considera un mero cronista de la vida marítima; Lang y George Saintsbury, en 1912 y en 1914, plenamente lo ignoran en sus historias de la literatura inglesa. Después, lo vindicaron Lawrence de Arabia y D. H. Lawrence, Waldo Frank y Lewis Mumford. Raymond Weaver, en 1921, publicó la primera monografía americana: Herman Melville, Mariner and Mystic; John Freeman, en 1926, la biografía crítica Herman Melville.

La vasta población, las altas ciudades, la errónea y clamorosa publicidad, han conspirado para que el gran hombre secreto sea una de las tradiciones de América. Edgar Allan Poe fue uno de ellos; Melville, también.


Herman Melville: Bartleby. Traducción y prólogo de J.L.B. 
Buenos Aires, Emecé Editores, Cuadernos de la Quimera, 1944 

Posdata de 1971. Valéry-Larbaud ha contrastado la pobreza de la literatura hispanoamericana con la abundancia de la de los Estados Unidos. Es común atribuir esa disparidad a razones de orden territorial y demográfico. No debemos olvidar, sin embargo, que los grandes escritores americanos procedieron de un área limitada: New England. Eran virtualmente vecinos. Inventaron todo, incluso la primera revolución y el Far West.









Antologado en Prólogos, con un prólogo de prólogos (1975)
© 1995 María Kodama
© 2016 Buenos Aires, Penguin House Mondadori



Imagen arriba: 
Herman Melville. Reproduction of photograph, frontispiece to Journal Up the Straits. Ca. 1860 
Location: DS48.M5 (Rare Book and Special Collections Division). Reference copy in Biographical File
Reproduction Number: LC-USZ62-39759



Ver el otro Prólogo que Borges dedicó a Bartleby 

9/8/18

Borges profesor: Anexo anglosajón (III): La batalla de Maldon






Este poema describe la batalla que tuvo lugar el 10 u 11 de Agosto del año 991. Los vikingos llegan a la costa de Wessex y solicitan permiso para subir a combatir a tierra firme. Byrhtnoth, alcalde de Essex, les concede el pasaje. El poema ha sido interpretado diversamente como una disculpa, una justificación o una crítica de este acto de arrojo, que los sajones terminan pagando con sus vidas. Encontramos en Maldon un claro ejemplo del código heroico germánico: la narración establece un fuerte contraste entre el proceder de Godric y sus hermanos, que escapan cobardemente, con la noble actitud de los demás guerreros que, perdida toda esperanza, desdeñan de todos modos la huida y combaten por su honor hasta morir.

... fue roto. Pidió entonces a cada guerrero que dejara su caballo y lo alejara, que avanzara poniendo atención a sus manos y al noble coraje.
Cuando el pariente de Offa se dio cuenta de que el alcalde no iba a tolerar cobardías dejó que el querido halcón volara de su mano al bosque, y entró en la batalla. Quien lo hubiera visto empuñar las armas hubiera comprendido enseguida que el joven no iba a flaquear en la lucha.
También Eadric seguiría al líder, su señor, en la batalla. Comenzó a avanzar, llevando su lanza al combate. No le faltaría coraje mientras pudiere sostener con sus manos espada y escudo, cumpliría su promesa de luchar ante el Earl.
Byrhtnoth comenzó entonces a arengar a sus tropas. Desde su caballo instruyó a sus hombres; les dijo cómo pararse y mantener su posición; les pidió que aferraran bien sus escudos, con sus manos firmes, y que no temieran. Una vez que sus guerreros estuvieron bien formados, Byrhtnoth se apeó entre sus hombres, donde más le gustaba estar: allí donde él sabía más fiel a su séquito.
Fue entonces que el mensajero vikingo gritó ásperamente, habló con palabras. Arrojó hacia el Earl, parado en la otra costa, el amenazante mensaje de los hombres del mar:
«Me envían a ti valientes navegantes. Me han ordenado que te diga que puedes enviar anillos como rescate. Y es preferible para vosotros evitar este torrente de lanzas550pagando un tributo, a que libremos tan dura batalla. No hay razón para que nos destruyamos mutuamente si sois lo suficientemente ricos. Os daremos tregua a cambio del oro. Si tú, que eres aquí el más poderoso, decides pagar rescate por tu gente, dar a los hombres del mar las riquezas que exijan y aceptar nuestra tregua, nos iremos con el tributo a nuestras naves, nos alejaremos sobre las aguas y os dejaremos en paz».
Byrhtnoth habló, levantó su escudo. Agitó su esbelta lanza de fresno; habló con palabras. Enojado y resuelto, les dio respuesta:
«¿Escuchas, oh navegante, lo que te dice esta gente? Como todo tributo os darán puntas de lanza envenenadas y antiguas espadas; aparejos que en la batalla os servirán de poco. Mensajero de vikingos, respóndeles así, lleva a tus gentes el siguiente mensaje, mucho más odioso que el que ellos esperan:
«Aquí está, firme entre sus huestes, el no menos respetable de los earls, que defenderá este reino, el país de Aethelred, la tierra y la gente de mi señor. ¡En la batalla caerán los paganos! Creo que sería una vergüenza si os fuerais con nuestro pago a vuestras naves, sin ser enfrentados, ahora que os habéis adentrado tanto en nuestra tierra. Nuestras riquezas no irán tan fácilmente hacia vuestro lado. Antes de que os entreguemos tributo deberán arbitrar entre nosotros la punta de la lanza y el filo de la espada, el feroz juego de la guerra».
Byrhtnoth ordenó entonces a sus guerreros que avanzaran con sus escudos hasta que todos llegaron a la margen del río. Allí, debido al agua, ninguno de los dos bandos podía alcanzar al otro. A la marea baja sucedió la creciente: las aguas se encontraron. Demasiado larga les pareció la espera hasta que pudieron entrechocar sus lanzas.
Así permanecieron, formados en márgenes opuestas del río Pant, la vanguardia de los sajones del oeste y las huestes de las naves de fresno. Debido al agua que se interponía, ninguno de ellos podía herir a los otros, excepto aquellos que fueran muertos por el vuelo de la flecha.
La marea bajó. Los navegantes se erguían listos, las huestes vikingas ansiando el combate. El señor de héroes ordenó entonces defender el puente a un duro guerrero —su nombre era Wulfstan, valiente entre los suyos. Fue él, el hijo de Ceola, quien derribó al primer hombre con su lanza cuando éste subió, audaz, al puente.
Acompañaban a Wulfstan intrépidos guerreros: Aelfere y Maccus, dos valientes que nunca abandonarían el vado, sino que lo defenderían con firmeza contra los atacantes mientras pudieran empuñar las armas. Así, cuando los odiados forasteros cayeron en la cuenta de cuán enconados eran los defensores del puente (cuando comprendieron y vieron claramente que se enfrentaban en el puente a feroces guardianes), pidieron con engaños que se les diera pasaje a tierra firme, que se les permitiera cruzar, guiar a sus hombres a través del vado.
Entonces Byrhtnoth, arrastrado por su temeridad, cedió a esa odiada gente demasiada tierra. Sus hombres escucharon cuando el hijo de Byrhthelm551 gritó a través de las frías aguas: «El camino está abierto para ustedes. Venid rápido a nosotros, hombres al combate. Sólo Dios sabe quién dominará el campo de batalla».
Los lobos de la matanza552 avanzaron sin prestar atención al agua. Las tropas vikingas cruzaron a través del Pant, hacia el oeste, en alto los escudos sobre las brillantes aguas, los hombres de las naves hacia la tierra.
Haciendo frente a estos feroces hombres aguardaban listos Byrhtnothy sus guerreros. Byrhtnoth ordenó armar el vallado de escudos y pidió a sus huestes que se mantuvieran firmes contra el enemigo. El combate estaba cerca, la gloria en la batalla. Había llegado el momento en que caerían aquellos hombres destinados a morir. Se elevó un clamor; los cuervos volaban en círculo, también el águila ansiosa de carroña.
Hubo un tumulto en la tierra. Las agudas lanzas y afilados dardos volaron de los puños. Los arcos dispararon, los escudos recibieron a las puntas de las lanzas. La batalla era encarnizada: de ambos lados caían los hombres y morían jóvenes guerreros.
Wulfmaer cayó herido, el pariente de Byrhtnoth eligió su reposo en el campo de batalla. El hijo de su hermana cayó derribado, destruido por las espadas. Pero esto fue luego retribuido a los vikingos: me han contado que Eadward atacó a uno sin escatimar fuerzas en la estocada, con tanta violencia que el aciago guerrero cayó allí mismo, muerto a sus pies. Byrhtnoth le agradeció luego esta hazaña apenas tuvo ocasión.
Así se mantuvieron, resueltos, los jóvenes guerreros en la lucha, observando ansiosos quién podría ser el primero en arrancar con su lanza una vida entre los hombres destinados a morir, los guerreros con sus armas. Los muertos cayeron al suelo, los demás se mantuvieron firmes.
Byrhtnoth exhortó a sus hombres, ordenó a cada uno de los guerreros que quisiera lograr la gloria sobre los daneses que se concentrara en la batalla.
Avanzó entonces un vikingo endurecido por la guerra, levantó su arma y su escudo en defensa, y se dirigió hacia el guerrero. Byrhtnoth avanzó resueltamente contra el campesino; cada uno albergaba maldad hacia el otro. El hombre del mar arrojó su lanza sureña, y ésta hirió al señor de guerreros. Byrhtnoth la golpeó con su escudo, partiendo la lanza y empujando la punta, que saltó fuera de la herida. El guerrero, enfurecido, clavó entonces su lanza en el soberbio vikingo que lo había atacado; hizo que su arma atravesara la garganta del joven guerrero,553 guio su mano hasta que ésta alcanzó la vida del repentino atacante. Se lanzó enseguida sobre otro, partió al enemigo su cota de malla, y éste quedó herido en el pecho a través de su coraza, la punta mortal clavada en su corazón. Byrhtnoth se alegró, rió el valiente hombre, dio al Creador gracias por los trabajos de ese día que el Señor le había otorgado.
Entonces uno de los vikingos dejó salir una lanza de su mano, volar desde su puño, y ésta se clavó profundamente en el noble vasallo de Aethelred.554 A su lado estaba un joven guerrero, Wulfmaer, hijo de Wulfstan, un mozo en el campo de batalla, que arrancó de Byrhtnoth la sangrienta lanza y la arrojó de vuelta con todas sus fuerzas; su punta se clavó e hizo caer a tierra a aquel que acababa de herir tan gravemente a su señor.
Avanzó entonces otro hombre hacia el guerrero. Quería quitarle a Byrhtnoth sus riquezas: su armadura, anillos y adornada espada. Byrhtnoth sacó de su funda la hoja, ancha y de brillante filo, y trató de clavársela en su cota de malla. Pero otro de los hombres del mar lo impidió tan bruscamente que mutiló el brazo del caballero.555 Cayó entonces al suelo la espada de dorada empuñadura: ya no pudo Byrhtnoth sostener su duro sable, esgrimir el arma. Tuvo aún una palabra el canoso guerrero, arengó a sus hombres, pidió que avanzaran a sus nobles compañeros.
No pudo luego sostenerse en pie por mucho tiempo más; miró hacia los cielos:
«Te doy las gracias, Señor de las gentes, por todas las alegrías que he tenido en este mundo. Ahora tengo, piadoso Creador, la más grande necesidad de que otorgues bendición a mi espíritu: que mi alma pueda viajar hacia ti, hacia tus dominios, señor de los ángeles, partir en paz. Te suplico que no permitas que la humillen los enemigos infernales».
Allí lo mataron los hombres paganos y también a los dos guerreros que estaban a su lado: Aelfnoth y Wulfmaer. Ambos entregaron su vida y yacieron junto a su señor.
Fue entonces que escaparon de la batalla los que no querían estar allí.
Fueron los hijos de Odda los primeros en huir: Godric escapó del combate y dejó atrás al generoso Byrhtnoth, que le había regalado a menudo más de un corcel; montó el caballo que había pertenecido a su señor, sobre esa montura a la que no tenía derecho, y sus dos hermanos con él, ambos escaparon, Godwine y Godwig.
No pensaron en la batalla, sino que escaparon de la lucha y buscaron el bosque, huyeron a ese refugio y salvaron sus vidas, y también muchos más hombres [escaparon] que lo que hubiera sido apropiado, si todos ellos hubieran recordado los favores que Byrhtnoth les había concedido para beneficiarlos. Así había advertido Offa a Byrhtnoth ese mismo día, en el lugar de la asamblea, en el que había invocado a una reunión: que muchos de los que allí habían hablado con valor no resistirían luego ante el peligro.
El líder de las tropas, el guerrero de Aethelred, yacía allí derribado: todo su séquito pudo ver que su señor yacía muerto. Los orgullosos guerreros, los hombres intrépidos, regresaron entonces a la lucha. Se apuraron anhelantes, pues querían una de estas dos cosas: dejar allí la vida o vengar a su querido señor.
Así habló Aelfwine, hijo de Aelfric, un guerrero joven en inviernos, los arengó con palabras, habló con valor: «Recuerdo los discursos que a menudo pronunciábamos sobre el hidromiel, las promesas hechas sobre el banco por los héroes en la sala, acerca de la dura batalla. Ahora sabremos quién es en verdad valiente. Quiero hacer saber a todos mi alta ascendencia: Que yo era en Mercia de gran linaje; mi abuelo era Ealhelm, un noble sabio y próspero. No tendrán que reclamarme los guerreros de esta tierra que yo haya querido abandonar este ejército para buscar mi suelo, ahora que mi señor yace derribado en la batalla. Mi pena es la más grande: él era a la vez mi pariente y mi señor».
Entonces avanzó, la furia volvió a él y alcanzó a uno con la punta de su lanza, al navegante entre su gente, lo derribó con su arma; comenzó luego a arengar a amigos, camaradas y compañeros para que avanzaran.
Después habló Offa, agitó su lanza de madera de fresno: «Bien por ti Aelfwine, que has hecho recordar lo desesperado de la situación a cada guerrero. Ahora que nuestro señor ha caído, el guerrero sobre la tierra, necesitamos que cada uno exhorte al otro a la batalla, mientras pueda blandir y sostener su arma, dura hoja, lanza y buena espada. A todos nos ha traicionado el cobarde hijo de Odda. Pensaron de ello muchos hombres, cuando él cabalgó sobre el caballo, sobre ese soberbio corcel, que se trataba de nuestro señor, y por ello quedamos dispersos por el campo de batalla, y el muro de escudos se hizo añicos. ¡Maldito sea su proceder, que hizo huir a tantos hombres!»
Leofsunu habló y levantó su escudo, respondió al guerrero: «Esto yo prometo: que desde aquí no retrocederé ni un paso, sino que seguiré avanzando, vengaré a mi señor en la lucha. No deberán reclamarme con palabras los firmes héroes de Sturmere, que haya partido yo a mi hogar, huido de la batalla —ahora que mi señor ha muerto— sino que me tomarán las armas, la lanza o el hierro». Avanzó resuelto, desdeñó la huida.
Entonces habló Dunnere, agitó su lanza, un simple hombre libre, exclamó sobre todos, pidió que cada guerrero vengara a Byrhtnoth: «No puede retroceder aquel que quiera vengar al señor de las gentes, ni preocuparse por su propia vida».
Comenzaron entonces las mesnadas a pelear duramente, feroces portadores de las lanzas, y pidieron a Dios lograr la venganza de su señor, poder causar gran daño a sus enemigos.
El rehén los ayudó animoso. Su nombre era Aescferth, el hijo de Ecglaf, y era en Nortumbria de bravo linaje. No retrocedió nunca en el juego de la guerra sino que lanzó flechas con frecuencia, alcanzando a veces un escudo, lacerando a veces a un hombre, e hiriendo guerreros una y otra vez, mientras pudo sostener su arma.
Eadward el largo estaba entonces todavía en la vanguardia. Listo y ansioso, alardeó que no cedería ni un pie de tierra, que no retrocedería en absoluto ahora que su señor yacía muerto. Rompió el muro de escudos y luchó contra los guerreros, infligió a los hombres del mar una venganza digna de su señor, hasta que yació entre los caídos.
Así también hizo Aetheric, noble compañero, embravecido y ansioso de avanzar: luchó con denuedo. El hermano de Sibyrht, y muchos otros más partieron los cóncavos escudos, combatieron con coraje: el borde del escudo se hizo añicos, el arnés cantó una de sus horrendas canciones.
Entonces Offa mató en combate al hombre del mar, lo derribó y éste cayó al suelo. Pero luego el pariente de Gadda556 buscó también la tierra: cayó bruscamente, derribado en la lucha. Ya había llevado a cabo, sin embargo, aquello que le había ordenado su señor. Así había prometido él a su dador de anillos: que ambos regresarían juntos al pueblo, ilesos a su hogar, o caerían luchando, morirían por las heridas en el campo de batalla. Yació entonces noblemente, al lado de su señor.
Hubo entonces estallido de escudos: los hombres del mar avanzaban enardecidos por el combate, las lanzas atravesaban a menudo la casa de la vida557 de aquellos destinados a morir. Wistan avanzó, el hijo de Wurstan peleó contra los guerreros, fue entre la multitud el matador de tres vikingos, antes de yacer, el hijo de Wigelin, entre los caídos.
Hubo allí grave asamblea.558 Los guerreros se mantuvieron firmes en el combate. Algunos perecieron agobiados por las heridas; los muertos caían a tierra. Todo este tiempo Eadwold y Oswold, ambos hermanos, arengaron a los hombres, pidieron con palabras a sus compañeros que resistieran ante el peligro, que usaran sus armas con valentía.
Entonces habló Bryhtwold, el anciano guerrero levantó su escudo, blandió su lanza de fresno, instó con fervor a los demás guerreros: «Más firme será nuestro propósito, más animoso el corazón, más grande el coraje, cuanto menor sea nuestra fuerza. Aquí yace nuestro señor, hecho pedazos, el que más valía, en el polvo. Aquel que piense en huir de este juego guerrero lo lamentará para siempre. Mi vida ha sido larga; no me iré de aquí. Yaceré tendido al lado de mi señor, de ese hombre tan querido».
Así también arengó a todos Godric, el hijo de Aethelgar. Arrojó a los vikingos lanzas y dardos de muerte y avanzó el primero entre esas tropas, matando e hiriendo, hasta que él mismo cayó en la batalla.
Éste no era el Godric que huyó...


Notas


550 «garraes», un kenning para la batalla.
551 El hijo de Bryhthelm: se refiere a Byrhtnoth.
552 Los vikingos.
553 El joven guerrero: el vikingo que había atacado a Byrhtnoth.
554 El vasallo de Aethelred: Byrhtnoth.
555 Se refiere a Byrhtnoth.
556 Se refiere probablemente al mismo Offa.
557 Casa de la vida: «el cuerpo».
558 Grave asamblea: «combate».

Traducciones del inglés antiguo por Martín Hadis

La mayoría de los textos anglosajones a los que Borges hace referencia durante este curso han sido traducidos por él mismo al castellano (esto se indica en cada caso a pie de página ante la primera mención de cada poema).


Varios de los poemas que el profesor menciona no se encuentran, sin embargo, en ninguno de sus libros. Este anexo intenta complementar las clases con traducciones de aquellos textos anglosajones que no han sido traducidos por Borges y que son de hecho muy difíciles —si no imposibles— de encontrar en castellano. Estos textos son:


• Fragmento final de la Gesta de Beowulf : La batalla de Brunanburh (con la traducción de Tennyson, «The Battle of Brunanburh»)
• La «Batalla de Maldon»
• La «Elegía del Hombre Errante»
• «La Visión de la Cruz»
• Tres conjuros anglosajones.

Siguiendo el ejemplo de Borges, estas traducciones intentan ser literales; el uso de la prosa tiene la ventaja de preservar, además del sentido, la sencillez y la fuerza del verso original.


M.H.


En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Martín Arias & Martín Hadis
Buenos Aires © María Kodama, 2000




Imagen arriba: Borges (sin atribución) Foto archivo El Universal


16/6/18

Borges profesor: Anexo anglosajón (II): La batalla de Brunanburh (con la traducción de Tennyson)






Traducciones del inglés antiguo por Martín Hadis
  

La mayoría de los textos anglosajones a los que Borges hace referencia durante este curso han sido traducidos por él mismo al castellano (esto se indica en cada caso a pie de página ante la primera mención de cada poema).
Varios de los poemas que el profesor menciona no se encuentran, sin embargo, en ninguno de sus libros. Este anexo intenta complementar las clases con traducciones de aquellos textos anglosajones que no han sido traducidos por Borges y que son de hecho muy difíciles —si no imposibles— de encontrar en castellano.
Estos textos son:

• Fragmento final de la Gesta de Beowulf
• La batalla de Brunanburh (con la traducción de Tennyson, «The Battle of Brunanburh»)
• La «Batalla de Maldon»
• La «Elegía del Hombre Errante»
• «La Visión de la Cruz»
• Tres conjuros anglosajones.

Siguiendo el ejemplo de Borges, estas traducciones intentan ser literales; el uso de la prosa tiene la ventaja de preservar, además del sentido, la sencillez y la fuerza del verso original.

M.H.

En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Martín Arias & Martín Hadis
Buenos Aires © María Kodama, 2000



Segundo anexo: La batalla de Brunanburh
con la traducción de Tennyson, «The Battle of Brunanburh».

Se incluye esta versión en inglés moderno que Borges califica como ejemplar.

Este poema conmemora la victoria de Aethelstan, rey de Wessex, y su hermano el príncipe Eadmund, contra una confederación de escoceses, pictos, britanos de Strathclyde y vikingos («hombres del norte») procedentes de Dublín. Brunanburh celebra la victoria de los sajones: Aethelstan y Eadmund regresan a sus hogares exultantes; el rey Anlaf se ve forzado a escapar humillado a Dublín; el rey de los escoceses, Constantino, el de los cabellos grises, debe huir lamentando la pérdida de amigos y parientes. Este poema aparece en el anal correspondiente al año 937 de la Crónica anglosajona. El lugar de la batalla, que da nombre al poema, no ha podido ser identificado nunca con precisión.

El rey Aethelstan, señor de guerreros, dador de anillos, y también su hermano, el príncipe Eadmund, obtuvieron gloria eterna en la batalla con el filo de sus espadas, cerca de Brunanburh. Los hijos de Eadweard partieron la muralla de escudos, hacharon los tilos de la batalla543 con los frutos de los martillos,544 como correspondía a su linaje, desde sus ancestros: que lucharan a menudo en la guerra contra cada enemigo, que defendieran tierra, riqueza y hogares.

Los atacantes cayeron, las gentes de Escocia y también los navegantes, destinados a morir. El campo se oscureció con la sangre de los hombres desde que el sol, esa famosa estrella, la brillante candela de Dios, saliera a la mañana y flotara sobre la tierra, hasta que la noble criatura del eterno Señor se hundió en el poniente: yacían allí entonces muchos hombres, destruidos por las lanzas, guerreros del norte heridos sobre sus escudos, y también escoceses, saciados del combate.

Los sajones del oeste habían avanzado durante el día entero, formados en tropa, siguiendo las huellas de esas gentes odiosas, matando ferozmente a los que escapaban con sus afiladas espadas. Las gentes de Mercia no retacearon el encuentro de hombres545 a ninguno de aquellos guerreros que junto con Anlaf habían navegado, sobre las embravecidas olas,546 en el seno de la nave —buscando la tierra—, destinados a morir en la guerra.

Cinco reyes jóvenes quedaron muertos en el campo de batalla, adormecidos por la espada, también quedaron tendidos siete condes de Anlaf, y otro sinnúmero de vikingos y escoceses.

Así, los sajones hicieron huir al rey de los hombres del norte,547 acuciado por el peligro, hacia la proa de su barco, con reducido ejército. La nave se apresuró sobre el mar. El rey escapó, navegando, sobre las oscuras corrientes: salvó su vida.

Así también escapó el sabio Constantino, ese guerrero gris, que huyó hacia el norte a su hogar. No pudo jactarse de aquel encuentro de espadas; en el combate fue despojado de amigos y su parentela se redujo, quedaron muertos en el campo de batalla. Tuvo que dejar atrás a su hijo en el lugar de la matanza, consumido por las heridas, joven en el combate. No pudo el canoso guerrero, el anciano traicionero, ufanarse de este choque de espadas; tampoco pudo Anlaf.

No pudieron alegrarse con lo que quedaba de sus ejércitos; no pudieron reír por haber sido los mejores en la lucha, en la guerra, en el choque de los estandartes, en el encuentro de las lanzas, en la reunión de los hombres, en el forcejeo de las armas al que habían jugado con los hijos de Eadweard.

Partieron entonces los hombres del norte en sus naves con clavos, apesadumbrados sobrevivientes de las lanzas, sobre las aguas profundas, por Dingesmere, hacia Dublín, buscando Irlanda con vergüenza.

Así también ambos hermanos, el príncipe y el rey, buscaron su hogar, la tierra de los Sajones del Oeste, exultantes. Dejaron atrás a los carroñeros que se repartían los cuerpos: el negro cuervo con su pico encorvado, vestido de oscuro, el águila marrón con plumas blancas en su cola, el codicioso halcón de la guerra,548 y aquella bestia gris, el lobo del bosque.

No había ocurrido hasta ahora a ninguna gente en esta isla matanza más grande por el filo de la espada, según nos dicen los libros y los sabios de antaño, desde que del este vinieron hacia aquí, sobre anchos mares, anglos y sajones: los orgullosos herreros de la guerra que vinieron a Bretaña, vencieron a los galeses, deseosos de gloria, y conquistaron su tierra.



The Battle of Brunanburh 549 
Traducción de la «Oda de Brunanburh» al inglés moderno de Lord Alfred Tennyson


Constantinus, King of the Scots, after having sworn allegiance to Athelstan, allied himself with the Danes of Ireland under Anlaf, and invading England, was defeated by Athelstan and his brother Edmund with great slaughter at Brunanburh in the year 937.

Athelstan King, Lord among Earls, Bracelet-bestower and Baron of Barons,
He with his brother,
Edmund Atheling,
Gaining a lifelong
Glory in battle,
Slew with the sword-edge
There by Brunanburh,
Brake the shield-wall,
Hew’d the lindenwood,
Hack’d the battleshield,
Sons of Edward with hammer’d brands.
Theirs was a greatness
Got from their Grandsires-
Theirs that so often in
Strife with their enemies
Struck for their hoards and their hearths and their homes.
Bow’d the spoiler,
Bent the Scotsman,
Fell the ship crews
Doom’d to the death.
All the field with blood of the fighters
Flow’d from when first the great
Sun-star of morning tide,
Lamp of the Lord God
Lord everlasting,
Glode over earth till the glorious creature
Sank to his setting.
There lay many a man
Marr’d by the javelin,
Men of the Northland
Shot over shield.
There was the Scotsman
Weary of war.
We the West-Saxons,
Long as the daylight
Lasted, in companies
Troubled the track of the host that we hated
Grimly with swords that were sharp from the grindstone
Fiercely we hack’d at the flyers before us.
Mighty the Mercian,
Hard was his hand-play,
Sparing not any of
Those that with Anlaf,
Warriors over the
Weltering waters
Borne in the bark’s-bosom
Drew to this island
Doom’d to the death.
Five young kings put asleep by the sword-stroke,
Seven strong earls of the army of Anlaf
Fell on the war-field, mimberless numbers,
Shipmen and Scotsmen.
Then the Norse leader-
Dire was his need of it,
Few were his following,
Fled to his war ship:
Fleeted his vessel to sea with the king in it,
Saving his life on the fallow flood.
Also the crafty one,
Constantinus,
Crept to his north again,
Hoar-headed hero!
Slender warrant had
He to be proud of
The welcome of war-knives-
He that was reft of his
Folie and his friends that had
Fallen in conflict,
Leaving his son too
Lost in the carnage,
Mangled to morsels,
A youngster in war!
Slender reason had
He to be glad of
The clash of the war glaive-
Traitor and trickster
And spurner of treaties-
He nor had Anlaf
With armies so broken
A reason for bragging
That they had the better
In perils of battle
On places of slaughter,
The struggle of standards,
The rush of the javelins,
The crash of the charges,
The wielding of weapons-
The play that they play’d with
The children of Edward.
Then with their nail’d prows
Parted the Norsemen, a
Blood-redden’d relic
of javelins over
The jarring breaker, the deep-sea billow,
Shaping their way toward Dyflen again,
Shamed in their souls.
Also the brethren,
King and Atheling,
Each in his glory,
Went to his own in his own West-Saxonland,
Glad of the war.
Many a carcase they left to be carrion,
Many a livid one, many a sallow-skin-
Left for the white tail’d eagle to tear it, and
Left for the horny nibb’d raven to rend it, and
Gave to the garbaging war-hawk to gorge it, and
That gray beast, the wolf of the weald.
Never had huger
Slaughter of heroes
Slain by the sword-edge-
Such as old writers
Have writ of in histories-
Hapt in this isle, since
Up from the East hither
Saxon and Angle from
Over the broad billow
Broke into Britain with
Haughty war-workers who
Harried the Welshman, when
Earls that were lured by the
Hunger of glory gat
Hold of the land.

Notas a la segunda parte del Anexo Anglosajón


543 En el original, heaðolinde, de heado, batalla y linde, tilos: «Los escudos».
544 La expresión original en el poema es «hamora lafum». La palabra laf, «resto, herencia, lo que se deja o queda», está relacionada con el verbo anglosajón laefan, «dejar», del que proviene el verbo «to leave» del inglés moderno; hamora es el genitivo plural de hamor, «martillo», «Hamora lafum» significa entonces literalmente «con lo que dejan, con lo que producen los martillos», es decir, «con las espadas».
545 Kenning para «la batalla».
546 En el poema: eargebland, literalmente: «conmoción de las aguas».
547 En el poema: «norðmanna bregu». Se trata obviamente del rey Anlaf.
549 Se incluye esta versión en inglés que Borges califica como ejemplar.


Imagen: Exposición Borges en Buenos Aires Cosmópolis, Borges y Buenos Aires 2011
a 25 años de su muerte, en la Casa de Cultura de Buenos Aires
Instalación multimedia dedicada a Jorge Luis Borges en el marco de “Buenos Aires Capital Mundial del Libro 2011”
Foto: PD 16 septiembre 2011

3/4/18

Borges profesor: Anexo anglosajón (I): Fragmento final de la Gesta de Beowulf






Traducciones del inglés antiguo por Martín Hadis
  

La mayoría de los textos anglosajones a los que Borges hace referencia durante este curso han sido traducidos por él mismo al castellano (esto se indica en cada caso a pie de página ante la primera mención de cada poema).
Varios de los poemas que el profesor menciona no se encuentran, sin embargo, en ninguno de sus libros. Este anexo intenta complementar las clases con traducciones de aquellos textos anglosajones que no han sido traducidos por Borges y que son de hecho muy difíciles —si no imposibles— de encontrar en castellano.
Estos textos son:

• Fragmento final de la Gesta de Beowulf
• La «Oda de Brunanburh» (junto con la traducción de Tennyson, «The Battle of Brunanburh»)
• La «Batalla de Maldon»
• La «Elegía del Hombre Errante»
• «La Visión de la Cruz»
• Tres conjuros anglosajones.

Siguiendo el ejemplo de Borges, estas traducciones intentan ser literales; el uso de la prosa tiene la ventaja de preservar, además del sentido, la sencillez y la fuerza del verso original.

M.H.


En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Martín Arias & Martín Hadis
Buenos Aires © María Kodama, 2000



Primer anexo: Fragmento final de la Gesta de Beowulf

La Gesta de Beowulf comienza con el funeral de Scyld Scefing y termina con el del protagonista. Tras su combate con el dragón, y ya herido de muerte, Beowulf pide que sus hombres erijan «en un cabo del océano un montículo brillante después del fuego funerario. Será un recuerdo para mi gente, irguiéndose alto sobre Hronesness, de manera que los navegantes, aquellos que conducen sus naves desde lejos sobre las aguas oscurecidas, lo llamarán el túmulo de Beowulf». Sus deseos son obedecidos. Siguiendo antiguas tradiciones, los geatas creman sus restos mortales. Erigen luego sobre ellos una bóveda «alta y ancha» que puede verse desde lejos en el mar.

Los geatas prepararon entonces para Beowulf una espléndida pira sobre el suelo, cubierta de yelmos, escudos y brillantes cotas de malla, tal como él lo había pedido. Los dolientes héroes hicieron yacer luego en su medio al famoso príncipe, a su querido señor. Encendieron luego sobre la colina el más grande fuego funerario. El humo ascendió, negro, sobre la conflagración, el crepitar de las llamas entretejido con los llantos —el viento se calmó— hasta que el fuego rompió la casa de los huesos539 e hizo arder su corazón.
Apesadumbrados, los guerreros lamentaban su pena y la muerte de su señor. Así también una mujer geata de cabellos trenzados cantó, angustiada, una canción de tristeza en honor de Beowulf, y dijo una y otra vez que temía los días de daño que vendrían: matanzas en gran número, terror de tropas, humillación y cautiverio. El cielo se tragó al humo.
Las gentes de Wederas540 erigieron entonces un túmulo sobre un promontorio; era alto y ancho, claramente visible para los navegantes de las olas. Construyeron en diez días el monumento del héroe, los restos del fuego541 rodeados por un muro, tan dignamente como pudieron diseñarlo los hombres más sabios. Pusieron en el túmulo anillos y collares, todas aquellas joyas que habían obtenido antaño como botín. Entregaron al suelo el tesoro de los guerreros; dejaron el oro en la tierra, donde aún permanece, tan inútil para los hombres como antes lo era.
Cabalgaron luego alrededor del túmulo doce guerreros, todos hijos de nobles. Querían decir su pesar, lamentar a su rey, recitar su elegía y hacer su alabanza. Exaltaron su hidalguía y sus hazañas y elogiaron su virtud, como corresponde que un hombre alabe con palabras y aprecie en sentimiento a su señor, cuando a éste le llega el turno de ser conducido más allá de su cuerpo.
Así lamentaron los geatas la caída de su señor. Dijeron que era entre los reyes del mundo el más suave de los hombres y el más gentil, el más amable con su pueblo y el más ansioso de alabanza.


Notas a esta primera parte del Anexo anglosajón:

539 «La casa de los huesos» es un kenning para «el cuerpo».
540 Los geatas.
541 «Los restos del fuego»: se trata obviamente de las cenizas de Beowulf.


Imagen: Borges (sin atribución de autor y fecha)
en Revista Ñ n° 21 del año 2006. Archivo Clarín



28/3/18

Langston Hughes en versión de Borges: El negro habla de ríos (bilingüe)








He conocido ríos...
He conocido ríos antiguos como el mundo y más antiguos que la
fluencia de sangre humana por las venas humanas.
Mi espíritu se ha ahondado como los ríos.

Me he bañado en el Eufrates cuando las albas eran jóvenes,
he armado mi cabaña cerca del Congo y me ha arrullado el sueño,
he tendido la vista sobre el Nilo y he levantado pirámides en lo alto.

He escuchado el cantar del Mississippi cuando Lincoln bajó a New Orleans,
y he visto su barroso pecho dorarse todo con la puesta del sol.

He conocido ríos:
ríos envejecidos, morenos.
Mi espíritu se ha ahondado como los ríos.


The Negro Speaks of Rivers

I've known rivers...
I've known rivers ancient as the world and older than the flow
of human blood in human veins.
My soul has grown deep like the rivers.

I bathed in the Euphrates when dawns were young.
I built my hut near the Congo and it lulled me to sleep.
I looked upon the Nile and raised the pyramids above it.

I heard the singing of the Mississippi when
Abe Lincoln went down to New Orleans,
And I've seen its muddy bosom turn all golden in the sunset.

I've known rivers:
Ancient, dusky rivers.
My soul has grown deep like the rivers.




Revista Sur, Buenos Aires, Año I,  N° 2, otoño de 1931

Véase también Borges: "Biografía sintética de James Langston Hughes"

Incluido en Borges en Sur (1931-1980)
© 1999 María Kodama
© 2011 para la edición en castellano para España y América Latina, Penguin House Mondadori
© 2011 y © 2016 Buenos Aires, Sudamericana

Vía Corbis Images



29/12/17

Jorge Luis Borges: Entrevista con Ramón Chao e Ignacio Ramonet [París, abril de 1978]






Buenos días, señor Borges, le agradezco que me reciba.

Llámeme Borges no más. Tengo casi ochenta años. Todos mis amigos han desaparecido. Cuando pienso en ellos pienso en fantasmas. Todos somos fantasmas, ¿no? En 1955 perdí la vista y ya no leo los periódicos. No tengo a menudo la ocasión de hablar con la gente. Por eso, cuando tengo una entrevista agradezco a mi interlocutor. Pero siempre lo prevengo: soy muy categórico, a veces hasta desagradable. Es tal vez una reacción contra mi timidez, pues nunca estoy seguro de lo que digo. Cuando afirmo algo, no hago sino avanzar una posibilidad. Propongo entonces, antes de comenzar, que emitamos algunas locuciones de duda, como “tal vez”, “probablemente”, “no es imposible que…”, etcétera. El lector los pondrá cuando lo considere oportuno.

¿Puede poner un rostro sobre una voz?

No, no tengo necesidad de hacerlo. Un pensador inglés decía que todas las ideas, todos los sentimientos podían ser expresados por la palabra. Habría preferido conservar la vista, pero la voz es tan personal que el hecho de no verlo no tiene mucha importancia. Hay una afinidad entre las personas difícil de explicar. Mis relaciones con los objetos son más problemáticas, pues los objetos no hablan. Sólo puedo tocarlos. Hubiera debido ser escultor. Por supuesto, preferiría verlo, pero debo buscar argumentos para soportar mi ceguera, ¿no es cierto? De otra manera, me daría lástima a mí mismo, lo cual es detestable. Bernard Shaw decía que la piedad degrada tanto al que se apiada como al que recibe la piedad.

¿Este estoicismo es debido a su situación personal o a la herencia de sus ancestros? Usted desciende de una familia de militares. Muy valerosos, por supuesto.

Mi abuelo, el general Borges, murió en 1874, en una batalla contra los indios. Su vanguardia acabada, se quedó solo sobre su caballo blanco. Avanzó a galope hacia el enemigo que lo perforó a balas. Esto dicho, no hay razón para suponer que un militar es valiente. Un individuo que pasa su vida de cuartel en cuartel para obtener su promoción y que estudia la estrategia no tiene necesidad de ser valiente. Y, por supuesto, no está preparado para gobernar. La idea de mandar y de ser obedecido es lo propio de una mentalidad infantil. Eso explica que los dictadores sean gente inmadura.

Es curioso, con su genealogía de guerra y de violencia, usted es alguien pacífico, detesta la violencia y pone todas sus frases en condicional. ¿Es por eso que se desfoga en sus obras hechas de crímenes, duelos y traiciones?

Nunca lo había pensado. Es posible que yo sea, de alguna manera, la memoria de mis antepasados. Es posible que a través de mí ellos intenten sus vidas de guerra y violencia.

¿Cuándo pensó en convertirse en escritor?

Desde siempre. Tenía dos o tres años cuando comencé a escribir. Mi padre, psicólogo anarquista, me reveló el valor de la poesía. El hecho de que las palabras no son simplemente medios de comunicación, sino sonidos musicales, mágicos y complejos. Ya tenía veinticuatro años y él me aconsejaba continuar leyendo, y no escribir sino hasta cuando tuviera verdaderamente necesidad. Y,
sobre todo, no apresurarme a publicar. Él mismo escribió una novela que nunca editó. En el fondo, me volví escritor porque era su vocación y él no la había realizado. Seguí todos sus consejos. Lo digo con cierta nostalgia, pues, desde 1955, mi ceguera me impide leer. Ese año se produjeron dos cosas capitales en mi vida: me nombraron director de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires y, casi simultáneamente, me volví ciego. Doscientos mil volúmenes al alcance de mi mano… sin poder leerlos.

Usted realizó la vocación de su padre, pero no completamente. Su padre se equivocaba. Usted mismo lo reconoce cuando, en el prefacio de Ficcionesescribe que es vano querer desarrollar en quinientas páginas lo que puede ser resumido en veinte o treinta.

De hecho, no he leído muchas novelas. He leído a Conrad, Dickens, Dostoyevski, Melville… y Don Quijote, como todo el mundo. Sería ilógico que no siendo un lector de novelas yo intente escribirlas. 

La vida está llena de paradojas. Le dieron el Premio Cervantes siendo que usted no ama su lengua, el español.

¡Nunca he dicho eso! He podido decir que el francés es una lengua muy bella, con giros que no tienen las otras, como las “y” en “j’y suis” o “j’y reste” o los “en” de “nous en reparlerons”. Pero tenemos, en español, los verbos “ser” y “estar”, que no existen en ninguna otra lengua y que separan lo metafísico de lo contingente. Tenemos también una movilidad envidiable de los adjetivos y una construcción más flexible de la frase. Los españoles tienen por qué estar orgullosos de su lengua. Pero no saben hablarla. La pronuncian como si se tratara de una lengua extranjera.

¿Entonces de dónde viene esa opinión tan divulgada de que usted no está a sus anchas en español?

Me gustaría que se me juzgue por lo que escribo y no por lo que he podido decir. O por lo que me han hecho decir, pues, por timidez, a veces no me atrevo a contradecir a mi interlocutor. Por el contrario, cuando uno escribe, uno corrige hasta el infinito. De hecho, esa opinión fue sacada de una conversación con Pablo Neruda, la única vez que nos encontramos. Durante dos horas jugamos a asombrarnos. Él me dijo: “No se puede escribir en español”. Yo le respondí: “Tiene razón, es por eso que nadie nunca ha escrito en esa lengua”. Entonces él sugirió: “¿Por qué no escribir en inglés o en francés? Pero… ¿Estamos seguros que merecemos escribir en esas lenguas?”. Entonces decidimos que tocaba resignarse a seguir escribiendo en español.

Curiosa conversación entre dos personas que no se entendían.

Él había escrito un poema contra los tiranos de América Latina dedicando algunas estrofas a los Estados Unidos, pero ni una sola a Perón. Suponíamos que él estaba lleno de una noble indignación; de hecho, estaba pensando en un juicio que le estaban haciendo en Argentina y no quería indisponer al gobierno de mi país. Estaba casado con una mujer argentina y sabía muy bien qué era lo que pasaría, ¿no? Pero no quería que su poema lo perjudicara. Cuando fui a Chile, él se eclipsó para no verme, y menos mal. La gente quería oponernos. Él era un poeta comunista chileno y yo un poeta conservador argentino, yo estaba contra los comunistas.

¿Qué les reprocha a los comunistas?

No puedo estar de acuerdo con una teoría que predica la dominación del Estado sobre el individuo. Pero todo lo que acabo de contar no tiene nada que ver con la calidad de la poesía de Neruda. Cuando en 1967, el Premio Nobel fue dado a Miguel Ángel Asturias, dije de inmediato que era Neruda quien lo merecía. Y terminó por recibirlo en 1971. No me parece justo que se juzgue a un escritor por sus ideas políticas. Pues, si es verdad que Rudyard Kipling defendió el Imperio Británico, hay que reconocer que fue un gran escritor.

Durante cierto tiempo usted también ignoró los crímenes de los militares en su propio país.

A riesgo de decir lo mismo, la explicación debería ser fácil. Cuando, como yo, se comete la imprudencia de aproximarse a los ochenta años, uno se queda bastante solo. Como lo sabe, no leo los periódicos y conozco a muy poca gente. No obstante, había oído hablar de “desapariciones”. Mis amigos me aseguraron, sinceramente, creo, que se trataba de turistas que simplemente cambiaban de lugar, pero que no había “desapariciones”. Les creí hasta que las Madres y las Abuelas de la Plaza de Mayo vinieron a verme. Entre ellas, se encontraba la prima de los propietarios de uno de los periódicos más importantes de Argentina. Rápidamente comprendí que esa mujer no era una actriz. Me dijo que su hija estaba “desaparecida” desde hacía años. Quería que le dijeran la verdad, incluso si su hija estaba muerta. Se dirigió a los ministros, al jefe de la policía, al Vaticano, y siempre la misma respuesta: “Usted la tendrá en casa dentro de seis meses”. Nunca la volvió a ver. Los militares argentinos están completamente locos.

Como el término de “desaparecido” [en el original, "disparu"]

La realidad es mucho más terrible: esos “desaparecidos” fueron secuestrados, torturados y asesinados. Es una película que termina mal.

Antes de su ceguera, usted era crítico de cine. ¿Extraña ese tiempo?

No mucho, pues el cine dejó de ser mudo.

¿Era mejor?

¡Por supuesto! Después apareció el cine en tecnicolor. Otra calamidad.

¿De qué película se acuerda?

Una película dirigida por Josef von Sternberg, sobre los gangsters de Chicago. Era una película épica. Pocos días después, Carlos Gardel iba a cantar en la misma sala de cine y no quise ir a oírlo por miedo de perder la impresión que me había hecho esa película. Así me perdí de ver a Carlos Gardel.

¿Es que según usted Carlos Gardel encarna eso que pomposamente se llama el alma argentina?

El alma argentina ha sido varias veces pervertida y corrompida. Sobre todo por la abominable dictadura del general Perón. Nunca fui peronista. El país ha cambiado mucho. En este momento, vivimos años considerados, sin duda, como ridículos por el resto del mundo, pero que para nosotros son espantosos e infernales.

De todas formas, Gardel continúa siendo un símbolo de Argentina. ¿No dice usted que cada vez canta mejor?

Cuando era niño, los hombres bailaban el tango entre ellos. No las mujeres, pues las palabras eran escabrosas. Cantaban en voz baja, de una manera deliberadamente inexpresiva. Sobre todo cuando se trataba de crímenes y de sangre. Tenían esa timidez propia de los argentinos. Hasta que apareció el argentino Carlos Gardel. Su gran descubrimiento, además del encanto de su voz, fue dramatizar el tango. Me acuerdo que estaba con mi madre en los Estados Unidos y escuchamos un tango. El tango no nos gustaba. Y no obstante, algunos instantes después, llorábamos de emoción. Si hubiera sido sordo no hubiera podido apreciar el tango ni la milonga. Me hubiera gustado ser músico, pero no soy más que un hombre de letras. Quizá mi frustración es debida a mi sordera musical. No entiendo nada de música, excepto la guitarra, que me gusta. En general, los gauchos no tocan bien la guitarra, pero pueden pasar horas afinándola, lo que produce ya una suerte de música elemental.

Por el contrario, entre sus pasiones figura la genealogía, ¿no es cierto?

Es para mí un género de literatura. Los ingleses disponen de un bello aforismo: “Sabio el niño que sabe quién es su padre”. Mucho más sabio el que conoce el origen de sus bisabuelos, ¿no?

Ya me habló de su padre. ¿Y su madre?

Era inglesa y yo hablaba inglés con ella. Muy joven, me llevaron a Suiza y hablaba francés con la maestra, y aprendía latín con un profesor. Con mi papá hablaba y escribía en español. Entonces creí en un tiempo que cada persona tenía su propia lengua. Curioso: cientos de millones de lenguas. Pero tal vez es cierto, por eso no nos comprendemos.

¿Escribía como su padre o su padre como usted?

Yo tenía un estilo muy barroco, como él. Cuando uno comienza a escribir, uno imita a sus maestros, por modestia o por ambición. Creo que el escritor encuentra su estilo propio después de años. Cuando era joven, entonces copiaba a mi padre, buscaba palabras arcaicas, inesperadas. Ahora evito las metáforas, las palabras raras, todo lo que puede llevar a consultar un diccionario. Espero alcanzar el fondo común de la lengua, más allá de las limitaciones temporales o geográficas.

¿Piensa que ha llegado a ser Borges ahora que tiene una “obra”?

Lo que dice es muy emocionante, pero le ruego poner obra entre comillas. No tengo una “obra”, sino fragmentos. Ignoro por qué soy célebre. Al principio pensaba que no publicaría nunca; después, que yo era una superstición argentina, pero ahora debo resignarme y pensar que no soy un impostor: he recibido la Legión de Honor en Francia, me han hecho doctor honoris causa de varias universidades… Pero lo que Borges preferiría es que se le celebre mucho más por lo que no ha escrito que por lo que ha escrito. Es decir, por lo que él borró y que se encuentra entre líneas. Eso se puede hacer gracias a Cervantes y a las literaturas francesa e inglesa, pues, en general, el español es muy grandilocuente. Siempre tengo en mente la frase de Boileau: “Aprendí de Molière el arte de hacer versos simples con dificultad”. Según creo, pocos escritores han alcanzado la perfección, salvo quizá Kipling en sus cuentos. No tienen una palabra de más. Intento aprender de él, con toda modestia. Ser a la vez simple y complejo. Por supuesto, algunos temas exigen la novela, como la invasión de Rusia por Napoleón. Pero no pienso escribir novelas. 

Y, sobre todo, no se va a poner a leer a Tolstoi.

Había comenzado a leer La guerra y la paz, pero la abandoné cuando los personajes se volvieron inconsistentes. Georges Moore dice que Tolstoi había hecho una transcripción tan minuciosa de un jurado que, en el cuarto miembro, ya no se acordaba de las características del primero. Como desde hace un cuarto de siglo ya no veo, me hacen la lectura, y prefiero las relecturas. Para escribir, me contento con dictar. Llegando a mis ochenta años tengo muchos proyectos.

La última vez que vine a verlo, en compañía de Ignacio Ramonet, su pasión era la etimología.

Y continúo. El origen de las palabras va más lejos que el de las generaciones. Observe la palabra sajona bleig, que significa “incoloro”. Ha evolucionado en dos sentidos opuestos. En español hacia “blanco” y en inglés hacia “negro”, black. ¿Y sabe de dónde viene la palabra jazz? Del inglés creol de la Nouvelle Orleáns, en donde to jazz significaba hacer el amor, pero de una manera rápida, espasmódica, como lo sugiere esa onomatopeya. Acabo de enterarme de que la palabra “cosmético” viene del griego: “ordenar el mundo”. Embellecer el rostro, como si se tratara del universo. Curioso, ¿no? 

El profesor Pascual acaba de enseñarme que “Canarias” no quiere decir que había muchos patos en esas islas. Éstas fueron bautizadas en el primer siglo por un rey de Mauritania porque había visto allí perros (canes) enormes. 

¡Qué desilusión! Pero me enseñó algo. El otro día, su amigo Ramonet me explicó la etimología de “Gabón”, que vendría del portugués “gabão”, abrigo. 

¡Qué memoria tiene! Casi como la de Funes, el héroe de uno de sus cuentos.

¡Nada de eso! Funes murió aplastado por su memoria. Ese cuento es una metáfora del insomnio. 

Por eso nos angustia tanto.

Sí, la falta de sueño es terrible. Sufrí de eso durante un año en Buenos Aires. Era el verano, largas noches con zumbidos de moscos… como si un enemigo diabólico me hubiera condenado.

¿No Dios? Bien se ve que usted es agnóstico, por no decir dualista. ¿Ahí está todavía la influencia de su padre o tuvo una educación religiosa?

Una educación religiosa, como todo el mundo. Pero no mucho tiempo. Rápido me di cuenta, leyendo a los griegos, de que había muchos dioses. ¿Para qué uno solo? ¿Y por qué éste debía ser el correcto? Nunca hubiera podido perdonarle ser el responsable de mi vida. ¿Y qué religión es ésa, el Vaticano, con sus bancos, su policía y sus servicios secretos? Cristo dijo: “Mi reino no es de este mundo”. Mi padre decía que en este mundo todo es posible, incluso la Trinidad. ¿Cómo creer en ese monstruo teológico? La teología es más extraña que la literatura fantástica: tres seres, entre ellos una paloma, en un solo dios… Estamos más allá de las pesadillas de Wells o Kafka. Por el contrario, admiro la Biblia. ¡Esa idea de reunir en un solo libro cuatro textos de autores diferentes y atribuirlos al Santo Espíritu! En suma, yo hubiera podido ser… metodista, por ejemplo, como algunos de mis ancestros, pero no católico. Los católicos de mi país pertenecen a un género que me es desagradable. Piensan que Argentina es un país esencial, siendo que todos sabemos que se trata de un país tardío del que no podemos comprender la historia sin referirnos a España.

¿Se interesa todavía en las disputas teológicas? Desde los padres de la Iglesia no hay gran cosa de nuevo.

Ahora la teología está muy abandonada, pero es inagotable ¡como las novelas policiales! Y qué sacrilegio: se está en búsqueda de Dios como si se tratara de un vulgar asesino. Se nos dice que Dios es un personaje todo poderoso y lleno de bondad, pero basta un simple ruido de mosquito para dudarlo. La gente no habla sino de política y deporte. Dos cosas frívolas que crean un sentimiento nacionalista. El gobierno argentino quiere organizar ahora un torneo de fútbol. Increíble, ¿no?, de la parte de un gobierno. ¿Puede uno imaginarse al jefe de estado levantarse y gritar “goool”? ¿Cómo se puede ser tan ridículo? Los periódicos, la gente, gritando: “¡vencimos a tal país!”. Si bastaran con que once muchachos argentinos en pantaloneta ganen un partido contra once muchachos de otro país para vencer a una nación…

Usted ha viajado mucho últimamente.

Cuando era joven, no me gustaba mucho viajar. Ahora que soy viejo y ciego no paro de hacerlo. Me gustaría conocer el Oriente, que para mí se reduce a Egipto y Andalucía. Y también la India, que conozco gracias a Kipling. Tengo una invitación para ir al Japón, y me urge ir. Usted me dirá que siendo ciego no voy a apreciarlo; no lo creo. El hecho mismo de pensar “Estoy en Japón” representa ya una riqueza. No quiero ver los países, sino percibirlos a través de no sé qué signos. No es extraordinario; sucede todos los días. En este momento, percibo su amistad, no porque usted me lo dice. Es algo intraducible. ¿Por qué una persona está enamorada? No por lo que ella ve o escucha, sino a causa de algunos signos ocultos que emanan del otro. Bueno, cuando hablamos con alguien sentimos si esa persona nos ama o si le somos indiferentes. Se siente al margen de las palabras, que de ordinario son banales.

¿Es capaz también de sentir un paisaje? ¿Lo percibe igualmente a través de la vibración de las voces?

Lo que imagino puede ser completamente anacrónico. Es posible que me refiera a impresiones que me quedan del tiempo en que disfrutaba de la vista. Ahora, cerrando un ojo, soy capaz de adivinar ciertos colores, sobre todo el verde y el azul. El amarillo nunca me ha dejado. Por el contrario, he perdido el negro. La oscuridad me hace falta. Curioso, ¿no? Un ciego privado de oscuridad. Incluso cuando duermo, me encuentro en una nebulosa verdosa o azulosa. 

Con tantos viajes, la idea del cosmopolitismo que se tiene de usted se confirma.

Esa idea de fronteras y de naciones me parece absurda. La única cosa que puede salvarnos es ser ciudadanos del mundo. Voy a contarle una anécdota personal. Cuando era pequeño, fui con mi padre a Montevideo. Debía tener nueve años. Mi padre me dijo: “Mira bien las banderas, las aduanas, los militares, los curas, porque todo eso va a desaparecer”. Es todo lo contrario. Hoy hay más fronteras, más banderas que nunca. 

Menos curas, con todo. 

¿Qué sabemos? Ahora están disfrazados. Y como mi padre era vegetariano, me mostró una carnicería para que yo pudiera decir más tarde: “Incluso vi una tienda donde vendían carne”. Tal vez mi padre tenía razón; fue sin duda una profecía prematura que necesitará algunos siglos para realizarse.

¿Demasiado tarde? Las Escrituras aconsejan retirarse de la vida a los setenta años.

Soy demasiado viejo, ¿no?

No quería decir eso, Borges.

Espero el momento de la muerte con impaciencia, pero en mi familia la muerte siempre ha sido terrible. Mi madre murió de noventa y nueve años, desesperada. No es a la muerte a lo que le temo, sino a la decrepitud. Conmigo desaparece un linaje, lo que es muy doloroso para un enamorado de la genealogía como yo.

No se inquiete demasiado. No deja epígonos.

Me tranquiliza. ¿Entonces puedo esperar calmadamente la muerte?

Falta por ver. Usted escribió: “La eternidad me acecha”.

La inmortalidad personal es increíble, como la muerte personal, por lo demás. Pienso que yo hice una paráfrasis del verso de Verlaine “Et tout le reste n’est que littérature”. Cuidado, no soy responsable de lo que he podido decir ni de lo que digo en este momento. Las cosas cambian sin cesar y nosotros también. No le voy a citar le célebre frase de Heráclito sobre el río que cambia, sino un verso de Boileau: “El momento en el que le hablo ya está lejos de mí”.

No obstante, le sucede ironizar sobre la muerte o sobre la longevidad, “…un mal hábito difícil de extirpar”.

No soy yo quien lo dice sino la vox populi. “No hay nada como la muerte/ para volver a la gente mejor./ Morir es un hábito/ común a todo el mundo”.

¡Parece de Borges! ¿Ese Borges tiene miedo de la muerte?

No. Como mi padre, tengo la esperanza de morir completamente, de alma y carne. Muchos creyentes que conozco están aterrados. Unos esperan ir al paraíso, otros temen el infierno. Por el contrario, un agnóstico como yo, que no cree en todas esas historias, no se cree digno ni de recompensa ni de castigo. No me queda sino esperar.

Puedo darle la dirección de la Asociación por el derecho a morir con dignidad, de la que yo hago parte.

¿Suicidarme? Como lo dice Lugones: “Amo de mi vida, quiero serlo también de mi muerte”. Y se suicidó. Lo pensé varias veces, cuando estaba más infeliz que de costumbre. Y también para saber lo que pasa cuando uno pierde la vida después de haber perdido la vista, ¿no? Luego me dije que tener la idea de suicidarse, bastaba. Ahora que soy viejo, me digo que es demasiado tarde. La muerte puede venir en todo momento. Pero todavía tengo pesadillas y proyectos que necesitan dos o tres años.






Versión castellana de Juan Moreno Blanco
En Cuadernos de Literatura, Bogotá, vol. 14, nro. 26, julio-diciembre de 2009
Entrevista original en francés, París, abril de 1978
Realizada por Ramón Chao e Ignacio Ramonet
En el Hotel de la calle Beaux Arts, Paris, posando Borges en el lecho de muerte de Oscar Wilde
Original en francés publicado en Le Monde Diplomatique, agosto de 2001
Propiedad intelectual de imágenes y texto ©Ramón Chao, 2012




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