27/12/14

Jorge Luis Borges: Posesión del ayer





Sé que he perdido tantas cosas que no podría contarlas y que esas perdiciones, ahora, son lo que es mío. Sé que he perdido el amarillo y el negro y pienso en esos imposibles colores como no piensan los que ven. Mi padre ha muerto y está siempre a mi lado. Cuando quiero escandir versos de Swinburne, lo hago, me dicen, con su voz. Sólo el que ha muerto es nuestro, sólo es nuestro lo que perdimos. Ilión fue, pero Ilión perdura en el hexámetro que la plañe. Israel fue cuando era una antigua nostalgia. Todo poema, con el tiempo, es una elegía. Nuestras son las mujeres que nos dejaron, ya no sujetos a la víspera, que es zozobra, y a las alarmas y terrores de la esperanza. No hay otros paraísos que los paraísos perdidos.



En Los conjurados (1985)
Foto: Borges en NY 1985 © Ferdinando Scianna-Magnum Photos


26/12/14

Jorge Luis Borges: La poesía





Señoras, Señores:

El panteísta irlandés Escoto Erígena dijo que la Sagrada Escritura encierra un número infinito de sentidos y la comparó con el plumaje tornasolado del pavo real. Siglos después un cabalista español dijo que Dios hizo la Escritura para cada uno de los hombres de Israel y por consiguiente hay tantas Biblias como lectores de la Biblia. Lo cual puede admitirse si pensamos que es autor de la Biblia y del destino de cada uno de sus lectores. Cabe pensar que estas dos sentencias, la del plumaje tornasolado del pavo real de Escoto Erígena, y la de tantas Escrituras como lectores del cabalista español, son dos pruebas, de la imaginación celta la primera y de la imaginación oriental la segunda. Pero me atrevo a decir que son exactas, no sólo en lo referente a la Escritura sino en lo referente a cualquier libro digno de ser releído.
Emerson dijo que una biblioteca es un gabinete mágico en el que hay muchos espíritus hechizados. Despiertan cuando los llamamos; mientras no abrimos un libro, ese libro, literalmente, geométricamente, es un volumen, una cosa entre las cosas. Cuando lo abrimos, cuando el libro da con su lector, ocurre el hecho estético. Y aun para el mismo lector el mismo libro cambia, cabe agregar, ya que cambiamos, ya que somos (para volver a mi cita predilecta) el río de Heráclito, quien dijo que el hombre de ayer no es el hombre de hoy y el de hoy no será el de mañana. Cambiamos incesantemente y es dable afirmar que cada lectura de un libro, que cada relectura, cada recuerdo de esa relectura, renuevan el texto. También el texto es el cambiante río de Heráclito.
Esto puede llevarnos a la doctrina de Croce, que no sé si es la más profunda pero sí la menos perjudicial: la idea de que la literatura es expresión. Lo que nos lleva a la otra doctrina de Croce, que suele olvidarse: si la literatura es expresión, la literatura está hecha de palabras, el lenguaje es también un fenómeno estético. Esto es algo que nos cuesta admitir: el concepto de que el lenguaje es un hecho estético. Casi nadie profesa la doctrina de Croce y todos la aplican continuamente.
Decimos que el español es un idioma sonoro, que el inglés es un idioma de sonidos variados, que el latín tiene una dignidad singular a la que aspiran todos los idiomas que vinieron después: aplicamos a los idiomas categorías estéticas. Erróneamente, se supone que el lenguaje corresponde a la realidad, a esa cosa tan misteriosa que llamamos realidad. La verdad es que el lenguaje es otra cosa.
Pensemos en una cosa amarilla, resplandeciente, cambiante; esa cosa es a veces en el cielo, circular; otras veces tiene la forma de un arco, otras veces crece y decrece. Alguien —pero no sabremos nunca el nombre de ese alguien—, nuestro antepasado, nuestro común antepasado, le dio a esa cosa el nombre de luna, distinto en distintos idiomas y diversamente feliz. Yo diría que la voz griega Selene es demasiado compleja para la luna, que la voz inglesa moon tiene algo pausado, algo que obliga a la voz a la lentitud que conviene a la luna, que se parece a la luna, porque es casi circular, casi empieza con la misma letra con que termina. En cuanto a la palabra luna, esa hermosa palabra que hemos heredado del latín, esa hermosa palabra que es común al italiano, consta de dos sílabas, de dos piezas, lo cual, acaso, es demasiado. Tenemos lúa, en portugués, que parece menos feliz; y lune, en francés, que tiene algo de misterioso.
Ya que estamos hablando en castellano, elijamos la palabra luna. Pensemos que alguien, alguna vez, inventó la palabra luna. Sin duda, la primera invención sería muy distinta. ¿Por qué no detenernos en el primer hombre que dijo la palabra luna con ese sonido o con otro?
Hay una metáfora que he tenido ocasión de citar más de una vez (perdónenme la monotonía, pero mi memoria es una vieja memoria de setenta y tantos años), aquella metáfora persa que dice que la luna es el espejo del tiempo. En la sentencia «espejo del tiempo» está la fragilidad de la luna y la eternidad también. Está esa contradicción de la luna, tan casi traslúcida, tan casi nada, pero cuya medida es la eternidad.
En alemán, la voz luna es masculina. Así Nietzsche pudo decir que la luna es un monje que mira envidiosamente a la tierra, o un gato, Kater, que pisa tapices de estrellas. También los géneros gramaticales influyen en la poesía. Decir luna o decir «espejo del tiempo» son dos hechos estéticos, salvo que la segunda es una obra de segundo grado, porque «espejo del tiempo» está hecha de dos unidades y «luna» nos da quizá aun más eficazmente la palabra, el concepto de la luna. Cada palabra es una obra poética.
Se supone que la prosa está más cerca de la realidad que la poesía. Entiendo que es un error. Hay un concepto que se atribuye al cuentista Horacio Quiroga, en el que dice que si un viento frío sopla del lado del río, hay que escribir simplemente: un viento frío sopla del lado del río. Quiroga, si es que dijo esto, parece haber olvidado que esa construcción es algo tan lejano de la realidad como el viento frío que sopla del lado del río. ¿Qué percepción tenemos? Sentimos el aire que se mueve, lo llamamos viento; sentimos que ese viento viene de cierto rumbo, del lado del río. Y con todo esto formamos algo tan complejo como un poema de Góngora o como una sentencia de Joyce. Volvamos a la frase «el viento que sopla del lado del río». Creamos un sujeto: viento; un verbo: que sopla; en una circunstancia real: del lado del río. Todo esto está lejos de la realidad; la realidad es algo más simple. Esa frase aparentemente prosaica, deliberadamente prosaica y común elegida por Quiroga es una frase complicada, es una estructura.
Tomemos el famoso verso de Carducci «el silencio verde de los campos». Podemos pensar que se trata de un error, que Carducci ha cambiado el sitio del epíteto; debió haber escrito «el silencio de los verdes campos». Astuta o retóricamente lo mudó y habló del verde silencio de los campos. Vayamos a la percepción de la realidad. ¿Qué es nuestra percepción? Sentimos varias cosas a un tiempo. (La palabra cosa es demasiado sustantiva, quizá). Sentimos el campo, la vasta presencia del campo, sentimos el verdor y el silencio. Ya el hecho de que haya una palabra parasilencio es una creación estética. Porque silencio se aplicó a personas, una persona está silenciosa o una campaña está silenciosa. Aplicar «silencio» a la circunstancia de que no haya ruido en el campo, ya es una operación estética, que sin duda fue audaz en su tiempo. Cuando Carducci dice «el silencio verde de los campos» está diciendo algo que está tan cerca y tan lejos de la realidad inmediata como si dijera «el silencio de los verdes campos».
Tenemos otro ejemplo famoso de hipálage, aquel insuperado verso de Virgilio «Ibant oscuri sola sub nocte per umbra», «iban oscuros bajo la solitaria noche por la sombra». Dejemos el per umbra que redondea el verso y tomemos «iban oscuros [Eneas y la Sibila] bajo la solitaria noche» («solitaria» tiene más fuerza en latín porque viene antes de sub). Podríamos pensar que se ha cambiado el lugar de las palabras, porque lo natural hubiera sido decir «iban solitarios bajo la oscura noche». Sin embargo, tratemos de recrear esa imagen, pensemos en Eneas y en la Sibila y veremos que está tan cerca de nuestra imagen decir «iban oscuros bajo la solitaria noche» como decir «iban solitarios bajo la oscura noche».
El lenguaje es una creación estética. Creo que no hay ninguna duda de ello, y una prueba es que cuando estudiamos un idioma, cuando estamos obligados a ver las palabras de cerca, las sentimos hermosas o no. Al estudiar un idioma, uno ve las palabras con lupa, piensa esta palabra es fea, ésta es linda, ésta es pesada. Ello no ocurre con la lengua materna, donde las palabras no nos parecen aisladas del discurso.
La poesía, dice Croce, es expresión si un verso es expresión, si cada una de las partes de que el verso está hecho, cada una de las palabras, es expresiva en sí misma. Ustedes dirán que es algo muy trillado, algo que todos saben. Pero no sé si lo sabemos; creo que lo sentimos por sabido porque es cierto. El hecho es que la poesía no son los libros en la biblioteca, no son los libros del gabinete mágico de Emerson.
La poesía es el encuentro del lector con el libro, el descubrimiento del libro. Hay otra experiencia estética que es el momento, muy extraño también, en el cual el poeta concibe la obra, en el cual va descubriendo o inventando la obra. Según se sabe, en latín las palabras «inventar» y «descubrir» son sinónimas. Todo esto está de acuerdo con la doctrina platónica, cuando dice que inventar, que descubrir, es recordar. Francis Bacon agrega que si aprender es recordar, ignorar es saber olvidar; ya todo está, sólo nos falta verlo.
Cuando yo escribo algo, tengo la sensación de que ese algo preexiste. Parto de un concepto general; sé más o menos el principio y el fin, y luego voy descubriendo las parte intermedias; pero no tengo la sensación de inventarlas, no tengo la sensación de que dependan de mi arbitrio; las cosas son así. Son así, pero están escondidas y mi deber de poeta es encontrarlas.
Bradley dijo que uno de los efectos de la poesía debe ser darnos la impresión, no de descubrir algo nuevo, sino de recordar algo olvidado. Cuando leemos un buen poema pensamos que también nosotros hubiéramos podido escribirlo; que ese poema preexistía en nosotros. Esto nos lleva a la definición platónica de la poesía: esa cosa liviana, alada y sagrada. Como definición es falible, ya que esa cosa liviana, alada y sagrada podría ser la música (salvo que la poesía es una forma de música). Platón ha hecho algo muy superior a definir la poesía: nos da un ejemplo de poesía. Podemos llegar al concepto de que la poesía es la experiencia estética: algo así como una revolución en la enseñanza de la poesía.
He sido profesor de literatura inglesa en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires y he tratado de prescindir en lo posible de la historia de la literatura. Cuando mis estudiantes me pedían bibliografía yo les decía: «no importa la bibliografía; al fin de todo, Shakespeare no supo nada de bibliografía shakespiriana». Johnson no pudo prever los libros que se escribirían sobre él. «¿Por qué no estudian directamente los textos? Si estos textos les agradan, bien; y si no les agradan, déjenlos, ya que la idea de la lectura obligatoria es una idea absurda: tanto valdría hablar de felicidad obligatoria. Creo que la poesía es algo que se siente, y si ustedes no sienten la poesía, si no tienen sentimiento de belleza, si un relato no los lleva al deseo de saber qué ocurrió después, el autor no ha escrito para ustedes. Déjenlo de lado, que la literatura es bastante rica para ofrecerles algún autor digno de su atención, o indigno hoy de su atención y que leerán mañana».
Así he enseñado, ateniéndome al hecho estético, que no requiere ser definido. El hecho estético es algo tan evidente, tan inmediato, tan indefinible como el amor, el sabor de la fruta, el agua. Sentimos la poesía como sentimos la cercanía de una mujer, o como sentimos una montaña o una bahía. Si la sentimos inmediatamente, ¿a qué diluirla en otras palabras, que sin duda serán más débiles que nuestros sentimientos?
Hay personas que sienten escasamente la poesía; generalmente se dedican a enseñarla. Yo creo sentir la poesía y creo no haberla enseñado; no he enseñado el amor de tal texto, de tal otro: he enseñado a mis estudiantes a que quieran la literatura, a que vean en la literatura una forma de felicidad. Soy casi incapaz de pensamiento abstracto, ustedes habrán notado que estoy continuamente apoyándome en citas y recuerdos. Mejor que hablar abstractamente de poesía, que es una forma del tedio o de la haraganería, podríamos tomar dos textos en castellano y examinarlos.
Elijo dos textos muy conocidos porque ya he dicho que mi memoria es falible y prefiero un texto que ya está, que ya preexiste en la memoria de ustedes. Vamos a considerar aquel famoso soneto de Quevedo, escrito a la memoria de don Pedro Téllez Girón, duque de Osuna. Lo repetiré lentamente y luego volveremos a él, verso por verso:
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la Fortuna.
Lloraron sus invidias una a una
con las proprias naciones las extrañas;
su tumba son de Flandres las campañas,
y su epitafio la sangrienta Luna.
En sus exequias encendió al Vesubio
Parténope y Trinacria al Mongibelo;
el llanto militar creció en diluvio.
Dióle el mejor lugar Marte en su cielo;
la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
Lo primero que observo es que se trata de un alegato jurídico. El poeta quiere defender la memoria del duque de Osuna, que según él dice en otro poema «murió en prisión y muerto estuvo preso».
El poeta dice que España debe grandes servicios militares al duque y que le ha pagado con la cárcel. Estas razones carecen de todo valor, ya que no hay razón alguna para que un héroe no sea culpable o para que un héroe no sea castigado. Sin embargo,
Faltar pudo su patria al grande Osuna,
pero no a su defensa sus hazañas;
diéronle muerte y cárcel las Españas,
de quien él hizo esclava la Fortuna,
es un momento demagógico. Conste que no estoy hablando a favor ni en contra del soneto, estoy tratando de analizarlo.
Lloraron sus invidias una a una
con las proprias naciones las extrañas.
Estos dos versos no tienen mayor resonancia poética; fueron puestos por la necesidad de elaborar un soneto: están, además, las necesidades de la rima. Quevedo seguía la difícil forma del soneto italiano que exige cuatro rimas. Shakespeare siguió la más fácil del soneto isabelino, que exige dos. Agrega Quevedo:
su tumba son de Flandres las campañas,
y su epitafio la sangrienta luna
Aquí está lo esencial. Estos versos deben su riqueza a su ambigüedad. Recuerdo muchas discusiones sobre la interpretación de estos versos. ¿Qué significa «su tumba son de Flandres las campañas»? Podemos pensar en los campos de Flandres, en las campañas militares que libró el duque. «Y su epitafio la sangrienta Luna» es uno de los versos más memorables de la lengua española. ¿Qué significa? Pensamos en la luna sangrienta que figura en el Apocalipsis, pensamos en la luna debidamente roja sobre el campo de batalla, pero hay otro soneto de Quevedo, dedicado también al duque de Osuna, en el cual dice: «a las lunas de Tracia con sangriento / eclipse ya rubrica tu jornada». Quevedo habrá pensado, en principio, el pabellón otomano; la sangrienta luna habrá sido la medialuna roja. Creo que todos estaremos de acuerdo en no descartar ninguno de los sentidos; no vamos a decir que Quevedo se refirió a las jornadas militares, a la foja de servicios del duque o a la campaña de Flandres, o a la luna sangrienta sobre el campo de batalla, o a la bandera turca. Quevedo no dejó de percibir los diversos sentidos. Los versos son felices porque son ambiguos.
Luego:
En sus exequias encendió al Vesubio
Parténope y Trinacria al Mongibelo.
O sea que al Vesubio lo encendió Nápoles y Sicilia al Etna. Qué raro que haya puesto estos nombres antiguos que parecen alejar todo de los nombres tan ilustres de entonces. Y
el llanto militar creció en diluvio.
Aquí tenemos otra prueba de que una cosa es la poesía y otra el sentir racional; la imagen de los soldados que lloran hasta producir un diluvio es notoriamente absurda. No lo es el verso, que tiene sus leyes. El «llanto militar», sobre todo militar, es sorprendente. Militar es un adjetivo asombroso aplicado al llanto.
Luego:
Dióle el mejor lugar Marte en su cielo.
Tampoco, lógicamente, podemos justificarlo; no tiene sentido alguno pensar que Marte alojó al duque de Osuna junto a César. La frase existe por virtud del hipérbaton. Es la piedra de toque de la poesía: el verso existe más allá del sentido.
la Mosa, el Rhin, el Tajo y el Danubio
murmuran con dolor su desconsuelo.
Yo diría que estos versos que me han impresionado durante años son, sin embargo, esencialmente falsos. Quevedo se dejó arrastrar por la idea de un héroe llorado por la geografía de sus campañas y por ríos ilustres. Sentimos que sigue falsa; hubiera sido más verdadero decir la verdad, decir lo que dijo Wordsworth, por ejemplo, al cabo de aquel soneto en que ataca a Douglas por haber hecho talar una selva. Y dice, sí, que fue terrible lo que hizo Douglas con la selva, que había derribado una noble horda, «una fraternidad de árboles venerables», pero sin embargo, agrega, nosotros nos dolemos de males que a la naturaleza misma no le importan, ya que el río Tweed y las verdes praderas y las colinas y las montañas continúan. Sintió que podía lograrse un mejor efecto con la verdad. Diciendo la verdad, nos duele que hayan talado esos hermosos árboles, pero a la naturaleza nada le importa. La naturaleza sabe (si es que existe un ente que se llame naturaleza) que puede renovarlos y el río sigue corriendo.
Es verdad que para Quevedo se trataba de las divinidades de los ríos. Quizá hubiera sido más poética la idea de que a los ríos de las guerras del duque no les importara la muerte del de Osuna. Pero Quevedo quería hacer una elegía, un poema sobre la muerte de un hombre. ¿Qué es la muerte de un hombre? Con él muere una cara que no se repetirá, según observó Plinio. Cada hombre tiene su cara única y con él mueren miles de circunstancias, miles de recuerdos. Recuerdos de infancia y rasgos humanos, demasiado humanos. Quevedo no parece sentir nada de esto. Había muerto en la cárcel su amigo, el duque de Osuna, y Quevedo escribe este soneto con frialdad; sentimos su esencial indiferencia. Lo escribe como un alegato contra el estado que condenó a prisión al duque. Parecería que no lo quiere a Osuna; en todo caso, no hace que lo queramos nosotros. Sin embargo, es uno de los grandes sonetos de nuestra lengua.
Pasemos a otro, de Enrique Banchs, Sería absurdo decir que Banchs es mejor poeta que Quevedo. Además, ¿qué significan esas comparaciones?
Consideremos este soneto de Banchs y en qué reside su agrado:
Hospitalario y fiel en su reflejo
donde a ser apariencia se acostumbra
el material vivir, está el espejo
como un claro de luna en la penumbra.
Pompa le da en las noches la flotante
claridad de la lámpara, y tristeza
la rosa que en el vaso agonizante
también en él inclina la cabeza.
Si hace doble al dolor, también repite
las cosas que me son jardín del alma.
Y acaso espera que algún día habite
en la ilusión de su azulada calma
el Huésped que le deje reflejadas
frentes juntas y manos enlazadas.
Este soneto es muy curioso, porque el espejo no es el protagonista: hay un protagonista secreto que nos es revelado al fin. Ante todo tenemos el tema, tan poético: el espejo que duplica la apariencia de las cosas:
donde a ser apariencia se acostumbra
el material vivir…
Podemos recordar a Plotino. Quisieron hacerle un retrato y se negó: «Yo mismo soy una sombra, una sombra del arquetipo que está en el cielo. A qué hacer una sombra de esa sombra». Qué es el arte, pensaba Plotino, sino una apariencia de segundo grado. Si el hombre es deleznable, cómo puede ser adorable una imagen del hombre. Eso lo sintió Banchs; sintió la fantasmidad del espejo.
Realmente es terrible que haya espejos: siempre he sentido el terror de los espejos. Creo que Poe lo sintió también. Hay un trabajo suyo, uno de los menos conocidos, sobre el decorado de las habitaciones. Una de las condiciones que pone es que los espejos estén situados de modo que una persona sentada no se refleje. Esto nos informa de su temor de verse en el espejo. Lo vemos en su cuento William Wilson sobre el doble y en el cuento de Arthur Gordon Pym. Hay una tribu antártica, un hombre de esa tribu que ve por primera vez un espejo y cae horrorizado. Nos hemos acostumbrado a los espejos, pero hay algo de temible en esa duplicación visual de la realidad. Volvamos al soneto de Banchs. «Hospitalario» ya le da un rasgo humano que es un lugar común. Sin embargo, nunca hemos pensado que los espejos son hospitalarios. Los espejos están recibiendo todo en silencio, con amable resignación:
Hospitalario y fiel en su reflejo
donde a ser apariencia se acostumbra
el material vivir, está el espejo
como un claro de luna en la penumbra.
Vemos el espejo, también luminoso, y además lo compara con algo intangible como la luna. Sigue sintiendo lo mágico y lo extraño del espejo: «como un claro de luna en la penumbra».
Luego:
Pompa le da en las noches la flotante
claridad de la lámpara…
La «flotante claridad» quiere que las cosas no sean definidas; todo tiene que ser impreciso como el espejo, el espejo de la penumbra. Tiene que ocurrir en la tarde o en la noche. Y así:
… la flotante
claridad de la lámpara, y tristeza
la rosa que en el vaso agonizante
también en él inclina la cabeza.
Para que todo no sea vago, tenemos ahora una rosa, una precisa rosa.
Si hace doble al dolor, también repite
las cosas que me son jardín del alma
y acaso espera que algún día habite
en la ilusión de su azulada calma,
el Huésped que le deje reflejadas
frentes juntas y manos enlazadas…
Aquí llegamos al tema del soneto, que no es el espejo sino el amor, el pudoroso amor. El espejo no espera ver reflejadas frentes juntas y manos enlazadas, es el poeta quien espera verlas. Pero una suerte de pudor lo lleva a decir todo eso de manera indirecta y esto está admirablemente preparado, ya que desde el principio tenemos «hospitalario y fiel», ya desde el principio el espejo no es el espejo de cristal o de metal. El espejo es un ser humano, es hospitalario y fiel y luego nos acostumbra a que veamos el mundo apariencial, un mundo apariencial que al final se identifica con el poeta. El poeta es el que quiere ver al Huésped, el amor.
Hay una diferencia esencial con el soneto de Quevedo, y es que sentimos de inmediato la vivida presencia de la poesía en aquellos dos versos
su tumba son de Flandres las campañas
y su epitafio la sangrienta Luna.
He hablado de los idiomas y de lo injusto que es comparar un idioma con otro; creo que hay un argumento que es suficiente y es que si pensamos en un verso, una estrofa española por ejemplo, si pensamos
quién hubiera tal ventura
sobre las aguas del mar
como hubo el conde Arnaldos
la mañana de San Juan,
no importa que esa ventura fuera un barco, no importa el conde Arnaldos, sentimos que esos versos sólo pudieron haberse dicho en español. El sonido del francés no me agrada, creo que le falta la sonoridad de otros idiomas latinos, pero ¿cómo podría pensar mal de un idioma que ha permitido versos admirables como el de Hugo?
L’hydre-Universe tordant son corpe écaillé d’astres,
¿cómo censurar a un idioma sin el cual serían imposibles esos versos?
En cuanto al inglés, creo que tiene el defecto de haber perdido las vocales abiertas del inglés antiguo. Sin embargo, ello posibilitó a Shakespeare versos como
And shake the yoke of inauspicious stars
From this worlduere flesh,
que malamente se traduce por «y sacudir de nuestra carne harta del mundo el yugo de las infaustas estrellas». En español no es nada; es todo, en inglés. Si tuviera que elegir un idioma (pero no hay ninguna razón para que no elija a todos), para mí ese idioma sería el alemán, que tiene la posibilidad de formar palabras compuestas (como el inglés y aún más) y que tiene vocales abiertas y una música tan admirable. En cuanto al italiano, basta laComedia.
Nada tiene de extraño tanta belleza desparramada por diversos idiomas. Mi maestro, el gran poeta judeo-español Rafael Cansinos-Asséns, legó una plegaria al Señor en la que dice «Oh, Señor, que no haya tanta belleza»; y Browning: «Cuando nos sentimos más seguros ocurre algo, una puesta de sol, el final de un coro de Eurípides, y otra vez estamos perdidos».
La belleza está acechándonos. Si tuviéramos sensibilidad, la sentiríamos así en la poesía de todos los idiomas.
Yo debí estudiar más las literaturas orientales; sólo me asomé a ellas a través de traducciones. Pero he sentido el golpe, el impacto de la belleza. Por ejemplo, esa línea del persa Jafez: «vuelo, mi polvo será lo que soy». Está en ella toda la doctrina de la trasmigración: «mi polvo será lo que soy», renaceré otra vez, otra vez, en otro siglo, seré Jafez, el poeta. Todo esto dado en unas pocas palabras que he leído en inglés, pero no pueden ser muy distintas del persa.
Mi polvo será lo que soy es demasiado sencillo para haber sido cambiado.
Creo que es un error estudiar la literatura históricamente, aunque quizá para nosotros, sin excluirme, no pueda ser de otro modo. Hay un libro de un hombre que para mí fue un excelente poeta y un mal crítico, Marcelino Menéndez y Pelayo, que se titula Las cien mejores poesías castellanas. Encontramos ahí: «Ande yo caliente, y ríase la gente». Si ésa es una de las mejores poesías castellanas, nos preguntamos cómo serán las no mejores. Pero en el mismo libro encontramos los versos de Quevedo que he citado y la «Epístola» del Anónimo Sevillano y tantas otras poesías admirables. Desgraciadamente no hay ninguna de Menéndez y Pelayo, que se excluyó de su antología.
La belleza está en todas partes, quizá en cada momento de nuestra vida. Mi amigo Roy Bartholomew, que vivió algunos años en Persia y tradujo directamente del farsí a Omar Jaiam, me dijo lo que yo ya sospechaba: que en el Oriente, en general, no se estudian históricamente la literatura ni la filosofía. De ahí el asombro de Deussen y Max Müller, que no pudieron fijar la cronología de los autores. Se estudia la historia de la filosofía como diciendo Aristóteles discute con Bergson, Platón con Hume, todo simultáneamente.
Concluiré citando tres plegarias de marineros fenicios. Cuando la nave estaba a punto de hundirse —estamos en el primer siglo de nuestra era—, rezaban alguna de esas tres. Dice una de ellas:
Madre de Cartago, devuelvo el remo,
Madre de Cartago es la ciudad de Tiro, de donde procedía Dido. Y luego, «devuelvo el remo». Hay aquí algo extraordinario: el fenicio que sólo concibe la vida como remero. Ha cumplido su vida y devuelve el remo para que otros sigan remando.
Otra de las plegarias, más patética aún:
Duermo, luego vuelvo a remar.
El hombre no concibe otro destino; y asoma la idea del tiempo cíclico.
Por último, ésta que es harto conmovedora y que es distinta de las otras porque no implica la aceptación del destino; es el hecho desesperado de un hombre que va a morir, que va a ser juzgado por terribles divinidades y dice:
Dioses, no me juzguéis como un dios
sino como un hombre
a quien ha destrozado el mar.
En estas tres plegarias sentimos inmediatamente, o yo siento inmediatamente, la presencia de la poesía. En ellas está el hecho estético, no en bibliotecas ni en bibliografías ni en estudios sobre familias de manuscritos ni en volúmenes cerrados.
He leído esas tres plegarias de marineros fenicios en el cuento de Kipling «The Manner of Men», un cuento sobre San Pablo. ¿Son auténticas, como malamente se diría, o las escribió Kipling, el gran poeta? Después de formularme la pregunta sentí vergüenza, porque ¿qué importancia puede tener elegir? Veamos las dos posibilidades, los dos cuernos del dilema.
En el primer caso, se trata de plegarias de marineros fenicios, gente de mar, que sólo concebían la vida en el mar. Del fenicio, digamos, pasaron al griego; del griego al latín, del latín al inglés. Kipling las reescribió.
En el segundo, un gran poeta, Rudyard Kipling, se imagina a los marineros fenicios; de algún modo, está cerca de ellos; de algún modo, es ellos. Concibe la vida como la vida del mar y lleva puesta en su boca esas plegarias. Todo ocurrió en el pasado: los anónimos marineros fenicios han muerto, Kipling ha muerto. ¿Qué importa cuál de esos fantasmas escribió o pensó los versos?
Una curiosa metáfora de un poeta hindú, que no sé si puedo apreciar del todo, dice: «El Himalaya, esas altas montañas del Himalaya [cuyas cumbres son, según Kipling, las rodillas de otras montañas], el Himalaya es la risa de Shiva». Las altas montañas son la risa de un dios, de un dios terrible. La metáfora es, en todo caso, asombrosa.
Tengo para mí que la belleza es una sensación física, algo que sentimos con todo el cuerpo. No es el resultado de un juicio, no llegamos a ella por medio de reglas; sentimos la belleza o no la sentimos.
Voy a concluir con un alto verso del poeta que en el siglo diecisiete tomó el nombre extrañamente poético, real, de Ángelus Silesius. Viene a ser el resumen de todo cuanto he dicho esta noche, salvo que yo lo he dicho por medio de razonamientos o de simulados razonamientos: lo diré primero en español y después en alemán, para que lo oigan ustedes:
La rosa sin porqué florece porque florece.
Die Rose ist ohne warum; sie blühet weil sie blühet.



En Siete noches, V
Foto: Borges y Hector Bianciotti en Paris 1977 
© Guy Le Querrec-Magnum Photos


Jorge Luis Borges: Llaneza




Se abre la verja del jardín
con la docilidad de la página
que una frecuente devoción interroga
y adentro las miradas
no precisan fijarse en los objetos
que ya están cabalmente en la memoria.
Conozco las costumbres y las almas
y ese dialecto de alusiones
que toda agrupación humana va urdiendo.
No necesito hablar
ni mentir privilegios;
bien me conocen quienes aquí me rodean
bien saben mi congoja y mi flaqueza.
Eso es alcanzar lo más alto,
lo que tal vez nos dará el Cielo:
no admiraciones ni victorias
sino sencillamente ser admitidos
como parte de una Realidad innegable,
como las piedras y los árboles.



En el Cap. III de su Autobiografía, Borges dice sobre este poema:

Los poemas de Fervor de Buenos Aires ¿eran acaso poemas ultraístas? Cuando volví de Europa en 1921, llegué con la bandera del ultraísmo. Los historiadores de la literatura todavía me conocen como “el padre del ultraísmo argentino”. Cuando en esa época hablé del tema con otros poetas, como Eduardo González Lanuza, Norah Lange, Francisco Piñero, mi primo Guillermo Juan (Borges) y Roberto Ortelli, llegamos a la conclusión de que el ultraísmo español, a la manera del futurismo, estaba sobrecargado de modernidad y de artilugios. No nos impresionaban los trenes ni las hélices ni los aviones ni los ventiladores eléctricos. Aunque en nuestros manifiestos seguíamos defendiendo la primacía de la metáfora y la eliminación de las transiciones y los adjetivos decorativos, lo que queríamos escribir era una poesía esencial: poemas más allá del aquí y ahora, libres del color local y de las circunstancias contemporáneas. Creo que el poema “Llaneza” ilustra de manera suficiente lo que yo buscaba.










En Fervor de Buenos Aires (1923)

Fotos PD: Edición homenaje 50º aniversario de su publicación
Horacio Jorge Becco, Librería Casa Pardo
Buenos Aires 1983


25/12/14

Jorge Luis Borges: Cosmogonía







Ni tiniebla ni caos. La tiniebla
requiere ojos que ven, como el sonido
y el silencio requieren el oído,
y el espejo, la forma que lo puebla.
Ni el espacio ni el tiempo. Ni siquiera
una divinidad que premedita
el silencio anterior a la primera
noche del tiempo, que será infinita.
El gran río de Heráclito el Oscuro
su irrevocable curso no ha emprendido,
que del pasado fluye hacia el futuro,
que del olvido fluye hacia el olvido.
Algo que ya padece. Algo que implora.
Después la historia universal. Ahora.



En La rosa profunda (1975)
Foto: Borges en Galeria Nazionale de Palermo (Sicilia) 1984
© Ferdinando Scianna/Magnum Photos


Jorge Luis Borges: His end and his beginning








Cumplida la agonía, ya solo, ya solo y desgarrado y rechazado, se hundió en el sueño. Cuando despertó, lo aguardaban los hábitos cotidianos y los lugares; se dijo que no debía pensar demasiado en la noche anterior y, alentado por esa voluntad, se vistió sin apuro. En la oficina, cumplió pasablemente con sus deberes, si bien con esa incómoda impresión de repetir algo ya hecho, que nos da la fatiga. Le pareció notar que los otros desviaban la mirada; acaso ya sabían que estaba muerto. Esa noche empezaron las pesadillas; no le dejaban el menor recuerdo, sólo el temor de que volvieran. A la larga el temor prevaleció; se interponía entre él y la página que debía escribir o el libro que trataba de leer. Las letras hormigueaban y pululaban; los rostros, los rostros familiares, iban borrándose; las cosas y los hombres fueron dejándolo. Su mente se aferró a esas formas cambiantes, como en un frenesí de tenacidad.
Por raro que parezca, nunca sospechó la verdad; ésta lo iluminó de golpe. Comprendió que no podía recordar las formas, los sonidos y los colores de los sueños; no había formas, colores ni sonidos, y no eran sueños. Eran su realidad, una realidad más allá del silencio y de la visión y, por consiguiente, de la memoria. Esto lo consternó más que el hecho de que a partir de la hora de su muerte, había estado luchando en un remolino de insensatas imágenes. Las voces que había oído eran ecos; los rostros, máscaras; los dedos de su mano eran sombras, vagas e insustanciales sin duda, pero también queridas y conocidas.
De algún modo sintió que su deber era dejar atrás esas cosas; ahora pertenecía a este nuevo mundo, ajeno de pasado, de presente y de porvenir. Poco a poco este mundo lo circundó. Padeció muchas agonías, atravesó regiones de desesperación y de soledad. Esas peregrinaciones eran atroces porque trascendían todas sus anteriores percepciones, memorias y esperanzas. Todo el horror yacía en su novedad y esplendor. Había merecido la Gracia, desde su muerte había estado siempre en el cielo.



En Elogio de la sombra (1969)
Foto: Borges acepta la Legión de Honor de Francia (Paris, enero 1983) [s-d Vía]


24/12/14

Adolfo Bioy Casares: "Borges" (Martes 24 de diciembre de 1957)







Vamos con Silvina a casa de Borges. Con él están su madre, Norah, Guillermo y los chicos. Brindamos. Borges me regala Empédocle d'Agrigente de Jean Zafiropulo; a Silvina, Sappho (pronúnciese Psafo) de Jean Larnac y Robert Salmon. Lo traemos a comer en casa.

BIOY: «Cuando yo era chico, Navidad tenía poca importancia». BORGES: «Cuando yo era chico, no tenía ninguna: la celebraban solamente los ingleses y los alemanes, en Belgrano. Ahora es una especie de ensayo de primero de año, que es, como Navidad, una especie de ensayo de carnaval. Ahora celebran Navidad y primero de año con cohetes; pronto lo harán con caretas». BIOY: «Cuando yo era chico no había esta manía de los petardos. Recuerdo que mis primos Blaquier, en Vicente Casares, tiraban petardos: yo veía esa actividad como un rasgo peculiar del carácter de los Blaquier que no podía compartir».

BORGES: «Ha refrescado. Eso es lo típico del verano: encontrar que ha refrescado, que hace menos calor que la víspera. Cuando uno dice eso, tenelo por seguro: hace un dog's weather».

Asegura que el premio municipal se le amargó a Mastronardi, al saber que sus compañeros son Murena, Viñas y Lisa Lenson: «Ya todo se convierte en a roaring farce».

Oímos tangos. De Gardel, al que oímos en Ivette, dice: «Es invertebrado, es un bicho baboso, no vocaliza, se derrama». Volvemos a oír Ivette, ahora cantado por Vidal. BIOY: «Qué raro que Gardel sea el gran cantor». BORGES: «Y la letra de Ivette es extraordinaria. Fijate, todos los regalos que le hace son robados:

¿No te acordás que conmigo
usaste el primer sombrero...?

Qué mundo miserable. Qué bien.

¿No te acordás que traía
aquella crema lechuga
que hasta la última verruga
de la cara te piantó?

Se ve que la mujer era un bagayo». Elogia:

...y que por una pavada
te acoplaste a un mishé.

Parodia los versos, adelantando los labios y poniendo especial énfasis en pavada.

Oímos también Milonga de antaño, Una noche de garufa («el mejor tango»), El pollito («un tango cauteloso», según uno de los sobrinos de Borges).

Borges, muy inspirado —oír tangos, por la noche, lo exalta— me cuenta su cuento (o poema en prosa, o mito) del Rapsoda*: primero vive en el presente, muy despierto a las sensaciones, en un mundo bárbaro; así un día, muy joven aún, pelea con un enemigo y otro día va hacia una cámara subterránea donde lo espera una mujer; cuando pelea, recuerda a Áyax o Aquiles y se ve como ellos; poco a poco pierde la vista; pasa a una vida en que las sensaciones son más apagadas y por primera vez desciende a sus recuerdos (su vida y las historias que le contaron cuando era chico, de los héroes antiguos); ya ciego, escribe sus Ilíadas y Odiseas (es Homero).

Borges había pensado hacer su mito de Homero con Milton. BIOY: «Ya no sería un mito, sino un juego de erudición y de ingenio». BORGES: «Nadie puede emocionarse con Milton». BIOY: «Con Homero es poético; esa poesía se perdería con Milton. Has sorteado el peligro de poner como héroe a Milton; peligros como éste, que siempre acechan al creador, pueden arruinar un cuento». BORGES: «Y, sin embargo, con Homero o con Milton la idea es la misma». Observa que, para el cuento, debe cuidar especialmente la transición de un mundo bárbaro indeterminado a un mundo griego.




* «El hacedor» (1960)

En Bioy Casares, Adolfo: Borges

Edición al cuidado de Daniel Martino
Barcelona: Ediciones Destino ("Imago Mundi"), 2006
Foto: Georgie & Adolfito (circa 1934) s-d 



23/12/14

Jorge Luis Borges: El acto del libro







Entre los libros de la biblioteca había uno, escrito en lengua arábiga, que un soldado adquirió por unas monedas en el Alcaná de Toledo y que los orientalistas ignoran, salvo en la versión castellana. Ese libro era mágico y registraba de manera profética los hechos y palabras de un hombre desde la edad de cincuenta años hasta el día de su muerte, que ocurriría en 1614.
Nadie dará con aquel libro, que pereció en la famosa conflagración que ordenaron un cura y un barbero, amigo personal del soldado, como se lee en el sexto capítulo.
El hombre tuvo el libro en las manos y no lo leyó nunca, pero cumplió minuciosamente el destino que había soñado el árabe y seguirá cumpliéndolo siempre, porque su aventura ya es parte de la larga memoria de los pueblos.
¿Acaso es más extraña esta fantasía que la predestinación del Islam que postula un Dios, o que el libre albedrío, que nos da la terrible potestad de elegir el infierno?



La cifra (1981)
Foto: Borges en la Capilla Alfonsina durante su 
primera visita a México en 1973 por Rogelio Cuéllar
Fuente


22/12/14

María Bonatti: Dante en la lectura de Borges




Borges en Pittsburgh 1967 por A. F. Supervielle


Aunque Borges haya declarado varias veces su admiración por la Divina Comedia1 hasta ahora no se había estudiado seriamente la influencia de Dante en la obra del escritor argentino.2

En un libro reciente Borges, Percorsi di significato 3, Roberto Paoli hizo un análisis excelente de algunos cuentos fundamentales de Borges, y aplicando un amplio material crítico estructuralista, puso en evidencia los aspectos más sobresalientes de la obra borgiana en lo que se refiere a la estrecha relación con Dante.

Lástima que por falta de conocimiento directo de algunos textos críticos de Borges –como el prólogo a la Divina Comedia, publicado en 1949 4 y que Paoli cita sin analizar–, en su trabajo se encuentran algunas imprecisiones que trataremos de corregir.

Leyendo el ensayo sobre “El Aleph”, que es el primero del libro, asombra no hallar ninguna cita del artículo de Borges “Encuentro en un sueño”5 que, como subraya correctamente Cro, ha dejado la huella más profunda en la elaboración de este cuento.

Entre los personajes clave del mismo aparece también una Beatriz que, aun resultando desde distintos puntos de vista una evidente alusión a la Beatrice dantesca, llegará a ser exactamente su antítesis.6 

En el artículo mencionado Borges describe y analiza el encuentro de Dante con Beatrice en el Paraíso Terrenal. Observa que Dante idolatró tanto a Beatrice (a pesar de que ella lo despreciara y hasta se mofara públicamente de él) que, después de muerta, en la ficción del encuentro evocado en la Divina Comedia, no pudo evitar representarla muy severa, inaccesible, dispuesta a humillarlo de nuevo.

La humillación misma es el elemento de conjunción entre las dos Beatrices. 

En la Divina Comedia la humillación impuesta al personaje Dante tiene una doble finalidad positiva, es decir el logro de la salvación y la visión final de Dios. En “El Aleph” la incesante humillación a que somete Beatriz Viterbo al personaje Borges, llega a su límite cuando éste, en la visión multiforme del Aleph, tiene la revelación de las cartas obscenas enviadas por ella a su primo Carlos Argentino Daneri, revelación que termina por descalificarla totalmente ante sus ojos.

El ensayo, “Encuentro en un sueño”, que Paoli ni siquiera menciona, es imprescindible para la comprensión perfecta de “El Aleph”, porque ilumina su núcleo y permite el acceso a su sentido más profundo. O para decirlo con palabras de Cro, esta relación de las dos Beatrices ilumina “l’intensa analogía simbólica con il poema dantesco, per quanto riguarda la rappresentazione, e con il significato onirico dell’evocazione di Beatrice7.

Analizando el personaje de Carlos Argentino Daneri, Paoli con razón destaca la semejanza fonética con el nombre de Dante Alighieri, signo de un “mensaje paródico y antifrástico” y en varias ocasiones subraya el elemento paródico presente a menudo en la obra borgiana, pero nunca hace una interpretación de conjunto de este recurso, que el autor utiliza para acentuar y destacar situaciones y personajes como “proyecciones invertidas” de otros muy conocidos, en este caso los dantescos.

En este ensayo sobre “El Aleph” Paoli incurre en excesos de interpretación textual. Así, por ejemplo, le parecen “piuttosto improbabili” (p. 29) los apellidos Zunino y Zungri que identifican a los dueños de la casa donde vive Carlos Argentino. Sin embargo, en Montevideo existió una empresa de demoliciones con el nombre “improbable” pero verdadero de Zunino. En otra ocasión Paoli adelanta una hipótesis bastante exagerada sobre el coñac nacional que Borges regala a Carlos Argentino y que éste a su vez le hará tomar antes de llevarlo al sótano para mostrarle el Aleph.

Paoli sostiene que: “non è assolutamente possibile escludere che si tratti di una bevanda allucinogena introdotta da Borges in quella casa per ragioni inconsapevolmente ritorsionistiche” (p. 37). 

Más adelante hasta emite la sospecha de que pueda ser veneno disfrazado de coñac (p. 38), aunque dos páginas más adelante se contradiga afirmando que puede “anch’essere che il cognac, sebbene di modesta qualità (coñac del país) sia innocentissimo” (p. 40).

Por perseguir una superflua motivación realista, Paoli no advierte la evidente referencia paródica al conocido cuento de E. A. Poe, “The Cask of Amontillado” donde, contra todas las expectativas del lector, el vino amontillado no es otra cosa que el anzuelo inocente que usa el asesino para atraer a su víctima al sótano y matarla de una manera mucho más atroz que un simple envenenamiento.

Por lo que se refiere a la concepción borgiana del Aleph, como visión inefable, punto que incluye todos los puntos del universo, Paoli muy agudamente destaca los pasajes análogos del “Paradiso” (XXX, 22-23 y XXXIII, 85-89), donde Dante proclama la insuficiencia de su lenguaje poético para expresar la belleza de Beatrice, y donde logra la visión sublime del Absoluto; pero al mismo tiempo subraya cómo en Borges no hay nada de sobrenatural, “... il suo dantismo è senza al di là. Per lui il divino è al di fuori di questo mondo” (p. 44).

Sin embargo, analizando la enumeración caótica por medio de la cual Borges describe el Aleph, Paoli no se da cuenta, por ejemplo, de que “vi un laberinto roto (era Londres)”8 es una alusión a una frase de De Quincey y la estudia como si fuera una invención del mismo autor argentino. Por otra parte parece atribuir seriamente al Capitán Burton una cita que aparece al final del cuento sobre la existencia del Aleph, porque así la refiere Borges, sin advertir que en realidad ha sido inventada por él mismo.

En el segundo ensayo de su libro, Paoli continúa con profundo sentido crítico el estudio de otros dos importantes cuentos de Borges: “El Sur” y “La muerte y la brújula”, de la colección Ficciones

En “El Sur”, “racconto di una morte sognata come rinascita”, destaca en seguida el aspecto más relevante, o sea el onírico, y subraya cómo la posibilidad de una doble lectura (experiencia real y experiencia soñada) sugiere y confirma “la nota indistinzione borgesiana fra vivere e sognare, fra universo reale e universo mentale” (p. 47).

En “La muerte y la brújula”, Paoli subraya la novedad más auténtica, la contaminación del cuento por la doctrina y el sistema de la Cábala hebrea que constituye un código 

che con le sue divaricazioni simboliche tra il tre e il quattro, con le sue oscurità, polivalenze e ambiguità, col suo verbo ignoto che nasconde la chiave dell’universo è un sistema di segni che opera a livello paradigmatico, suggerendo le possibili scelte semiologiche in base alle quali si determina l’intreccio (p. 55).

Paoli analiza con cuidado la profusión de signos y de símbolos “ai limiti della ridondanza” que abundan en este cuento, 

testo proteiforme costituito da una continua emissione di nuovi segni the giocano a contraddirsi fra di loro, in una delirante e insieme lucidissima altalena (p. 68).

Tal vez la única observación que podría hacerse a este brillante ensayo sobre la numerología borgiana de “La muerte y la brújula” es la de no haber intentado una vinculación con la numerología dantesca de los cap. 28-29 de la Vita Nuova, donde Dante explica la razón de su insistencia en los números 3 y 9. 

El capítulo tal vez más interesante de este estudio crítico es el tercero, sobre Dante en Borges, y es en éste donde nos detendremos más tiempo.

Paoli regresa de nuevo a “La muerte y la brújula” y a “El Sur”, para reducir su trama a dos funciones esenciales (según el método de Propp): “infracción seguida de castigo”, “elección de un fin seguida de fracaso”, y también para establecer la analogía con el último viaje de Ulises. Es curioso que Borges, en el mismo Estudio Preliminar a la Divina Comedia se detenga largo rato en el personaje de Ulises, sobre el que adelanta una tesis bastante interesante.9

Paoli cita esta tesis pero sin analizarla y sin referirse críticamente a ella. Las analogías que subraya con el Ulises dantesco son esencialmente éstas. 

También Lonnrot y Dahlmann, en los respectivos cuentos, pagan con la vida su propia temeridad. 

Lönnrot ha decifrato (o crede di averlo fatto) la trama profonda che si cela sotto il disegno superficiale, ma la scoperta del segreto ha un suo prezzo che egli non aveva forse preventivato. Varcato il limite (la convalescenza? il sogno?), Dahlmann entra in una sfera che solo in apparenza è di gioiosa libertà ... Il visitatore viola un mondo che non è suo, ambiguo kafkianamente estraneo ed ostile (p. 87).

Si para el Ulises dantesco lo ignoto está vagamente situado en el “occidente”, en el “lato mancino”, bajo “le stelle... dello altro polo”, en Borges se encuentra del otro lado de Buenos Aires, la capital que representa la civilización, o sea en el interior, en la pampa, al “Sur”, que representa el desierto, la barbarie. Con razón Paoli observa que:

con un po’ di esagerazione mitologica, si può affermare che in ogni bonaerense che s’avventuri nell’interno del suo paese s’annida un ulisside europeo che affronti l’ignoto di un continente diverso (ma lo stesso si può dire anche di un abitante di Lima e forse con minore esagerazione) (p. 90).

En “La muerte y la brújula”, el Sur está indicado por el cuarto punto que hay que agregar al triángulo equilátero dibujado en un mapa de la ciudad y enviado a la policía, y que Lönnrot situará con la ayuda de una brújula determinando así un rombo perfecto. El punto que falta es lo opuesto al Norte que significa orientación, por consiguiente “il Sud viene a significare all’inverso, disorientamento, perdita della bussola, propria perdizione” (p. 91). Por eso en ambos cuentos el Sur torna a ser lugar de encuentro con la muerte y de cumplimiento del destino secreto.

La obsesión del Sur como frontera –continúa Paoli– se encuentra también en la poesía de Borges, en especial en el conocido “Poema conjetural”10, donde el escritor imagina las reflexiones y sensaciones de su antepasado Francisco Laprida, mientras huye hacia el Sur, antes de morir en manos de sus perseguidores.

Uno de los aspectos más interesantes de este poema lo constituye la precipitada narración de la derrota, relatada en primera persona por el mismo Laprida, que llega a ser:

bilancio lapidario della propria vita, ... condensazione di una biografia in un’ultima carrellata di coscienza ..., che richiama gli inserimenti “mimetici” delle anime dei tre regni nella narrazione dantesca, col racconto compendiario e selettivo the fanno della propria vita ... Il discorso interiore di Laprida è poi avvicinabile alle confessioni the le anime fanno a Dante anche in ragione del suo carattere “conjetural”, cioè in quanto ipotesi fondate, riferimento di una versione sconosciuta e segreta ma realmente o idealmente autentica e verace, la quale ristabilisce un ordine di verità infranto dalle false versioni (p. 97).

La referencia a Dante, en este poema, es evidente en particular en los versos en que Borges compara la huida de Laprida con la de Bonconte da Montefeltro:

Como aquel capitán de Purgatorio
que, huyendo a pie y ensangrentando el llano,
fue cegado y tumbado por la muerte
donde un oscuro río pierde el nombre,
así habré de caer. Hoy es el término.
La noche lateral de los pantanos
me acecha y me demora. Oigo los cascos
de mi caliente muerte que me busca
con jinetes, con belfos y con lanzas.11

que corresponde bastante fielmente, como ya Cro había notado, a la imagen del canto V del “Purgatorio”. Con mucho acierto Paoli ha subrayado, además de la clara referencia a Bonconte, la relación, tal vez por “inconsciente contaminación”, con otro episodio del mismo canto del “Purgatorio”: la persecución a que es sometido Jacopo del Cassero, la primera de las tres almas que se dirigen a Dante en ese canto V. Aclara Paoli, esta comparación destacando cómo los pantanos y el lodo del Sur, que detienen la huida de Laprida, encuentran su equivalencia en “la palude”, “le cannucce”, “il braco” que atrapan a Jacopo del Cassero. 

Infine l’errore fatale compiuto da Jacopo durante la fuga, l’essersi messo in trappola praticamente da sè, dirigendosi verso la palude della foce dove è stato raggiunto, anzichè verso l’interno dove si sarebbe salvato, suona come un richiamo misterioso della morte, una manifestazione subdola del destino che è perfettamente in chiave con le formule borgesiane, mentre l’episodio di Bonconte, al pari di quello di Ulisse, è viceversa esemplare piuttosto per quanto riguarda il resoconto della “versione segreta” della morte (p. 99).

En la segunda parte de este ensayo Paoli evidencia el aspecto tal vez más notable de la mayoría de los cuentos de Borges, que consiste en una gran intensidad, condensación narrativa de acontecimientos relatados con aceleración, para detenerse en un momento particular, “istante privilegiato verso il quale tutto il resto converge, preparandolo e subordinandovisi: momento cruciale o culminante in cui il destino si compie e si rivela” (p. 103).

Para entender este proceso hay que remitirse, como hace Paoli, a la famosa cita de Borges, donde este último se refiere a su técnica estructurante del cuento: “Cualquier destino, por largo y complicado que sea, consta en realidad de un solo momento: el momento en que el hombre sabe para siempre quien es”.12 

Este momento culminante, que en muchos cuentos coincide con una iluminación en vísperas de la muerte, o con un momento crucial de la vida, Paoli lo relaciona con las historias particulares que las almas de los tres reinos refieren a Dante. También los relatos de estos difuntos “si riducono a un solo episodio estremamente condensato, si che fra l’uomo e il suo atto (o abito) fondamentale si stabilisce un’equazione che è anche una condanna immutabile” (p. 107).

Muchas veces el cuento se concentra en su fin, como ocurre en los ejemplos dantescos de Pier della Vigna, Ulisse, Ugolino, Manfredi, Jacopo del Cassero; fin que casi siempre ha sido causado por una muerte violenta. Este es otro aspecto más que asemeja los personajes de Borges a los de Dante. 

Paoli reconoce una última analogía entre los textos de Borges y el poema dantesco, comparando “la versión secreta y la versión conjetural” de muchos cuentos borgianos. Considera, según la conocida clasificación de Genette, los niveles narrativos de la Divina Comedia, estableciendo como nivel diegético aquel constituido por “las peripecias del viaje, la relación de Dante con Virgilio y luego con Beatrice, por el encuentro o choque entre los viajeros y las almas de ultratumba.” Por otra parte Paoli coloca a nivel metadiegético “le varie narrazioni incastrate entro la narrazione omnicomprensiva del viaggio” (p. 109).

Regresa luego a Borges para establecer los respectivos universos diegético y metadiegético. Reconoce el primero en el ambiente casi siempre autobiográfico del autor, poblado de amistades, lecturas, relaciones, sean reales o ficticias: “È un universo che può apparire un po’ monotono e grigio, statico e libresco, ma è anche imbevuto di una sua serena pacatezza e anche percorso da una vena ironica e bizzarra che lo rendono piacevole” (p. 109). Mientras que considera universo metadiegético: “i racconti tradizionalmente definiti ‘in prima’ o ‘in terza persona’, che hanno come tratto tematico comune un segreto, o una o più congetture sulla base di dati controversi” (p. 110). Ejemplos de textos en posición metadiegética son –según Paoli– los impresos y los manuscritos apócrifos en que se basan textualmente “El jardín de senderos que se bifurcan” y “El inmortal”; los resúmenes de fingidas obras ajenas (“El acercamiento a Almotásim”), falsos esbozos de libros propios (“Tema del traidor y del héroe”).

Ma soprattutto –continúa Paoli– lo sono nella maniera più classica e ortodossa, i racconti orali inseriti nella cornice dei racconti di primo grado (“La forma de la espada”, “El indigno”) ... Tutti questi racconti di secondo grado ... hanno – come abbiamo già detto– la funzione di riferire una storia sconosciuta o di rivelare una versione che è, di solito, “segreta” e/o “congetturale”. È “segreta” nel rapporto the unisce il narratore del metaracconto (assente o, perlopiù, presente nella storia narrata) al destinatario (che può essere il narratore del racconto primo o, semplicemente, un personaggio del primo livello narrativo). È, invece, “congetturale” sul piano del messaggio che il narratore extradiegetico (che ribadiamo, non coincide neppure in questo caso con fautore, anche se ne porta il nome, come di solito in Borges) intende comunicare a un “narratario” che a questo livello si confonde con il lettore virtuale (pp. 110-111).

En el último capítulo, “Il muro e l’infinito”, que concluye su libro, Paoli sintetiza la situación presente en tres cuentos de Borges, “La casa de Asterión”, “La escritura del Dios” y “La espera”, de la colección El Aleph, que tienen “per storia (per tempo) una reclusione e per spazio una prigione”, lo que sin embargo no limita la capacidad perceptiva y alucinatoria del espacio exterior.

Con este ensayo termina el valiosísimo estudio de Paoli, contribución fundamental a la nueva crítica borgiana. La novedad principal de este trabajo es, sin duda, el análisis sutil de la influencia dantesca en la narrativa del escritor argentino. Las únicas reservas que se le pueden hacer conciernen a algunas imprecisiones críticas debidas al desconocimiento de textos o declaraciones de Borges. Por ejemplo, las declaraciones contenidas en An Autobiographical Essay, que está incluido en la traducción norteamericana de El Aleph. Allí Borges cuenta (p. 242) su primera experiencia como lector de la Divina Comedia, realizada por primera vez, bastante tarde en su carrera, a fines de los años ‘30. Este material, como también el Prólogo a la Divina Comedia, ya mencionado, habría sin duda constituido una ayuda ulterior y complementaria para Paoli en su minucioso estudio de la narrativa borgiana.13

Yale University, María Bonatti


Notas

1 Este ha sido también el tema de una conferencia dictada por Borges el 1° de Julio de 1977 en el Teatro Coliseo de Buenos Aires, la cuarta de un ciclo que incluía variados temas: La ceguera, El budismo, Los sueños, La Cábala. Fue recogida en el diario La Opinión, BuenosAires, 10 de agosto de 1977.

2 Stelio Cro, en su libro Jorge Luis Borges, poeta, saggista, narratore, (Milano, Mursia, 1971), ha dedicado un capítulo a las lecturas dantescas del escritor argentino.

3 Paoli, R., Borges: Percorsi di significato. (Firenze: D’Anna, 1977).

4 J. L. Borges, “Estudio Preliminar” a La Divina Comedia (Buenos Aires: “Clásicos Jackson”, 1949).

5 Borges, “El encuentro en un sueño”, La Nación, Buenos Aires, 3 de octubre de 1948, recogido en Otras Inquisiciones, (Buenos Aires, Sur, 1952), pp. 116-120. También forma parte del Prólogo a la Divina Comedia, ya citado, pp. XXIV-XXVII.

6 Cro, op. cit., p. 118.

7 Cro, ibid.

8 Borges, “El Aleph”, en Obras Completas (Buenos Aires: Emecé, 1957), p. 165.

9 Stelio Cro en su estudio sobre Borges resume esta tesis: “La premessa è data dalle ipotesi di alcuni studiosi” (Hugo, Friederich, Carlo Steiner), secondo i quali Ulisse è vittima della sua superbia, che provoca la tragedia del naufragio, mentre Dante, illuminato dalla grazia e dalla fede, porta a felice compimento il suo viaggio ultraterreno. La tesi di Borges è che il problema non va impostato in termini cosi contrapposti. Dopo aver esaminato i passi del poema in cui Dante confessa la sua incapacità e impossibilità di portare a termine l’alta impresa, Borges osserva che il personaggio di Ulisse è la personificazione di uno stato d’animo dello stesso Dante, che temeva di aver osato troppo”. Cfr. “Estudio Preliminar” pp. XVII-XXI.

10 Borges, “Poema Conjetural”, Obra Poética 1923-1964, (Buenos Aires: Emecé, 1964), p. 148.

11 Op. cit., p. 115.

12 Borges, “Biografía de Tadeo Isidoro Cruz (1829-1874)”, El Aleph, p. 55. 

13 Para este trabajo he aprovechado indicaciones del Profesor Emir Rodríguez Monegal en un curso sobre Borges, dictado en la Universidad de Yale.



En 40 Inquisiciones sobre Borges 
Revista Iberoamericana, número especial dedicado a Borges 
Dirigido por Alfredo Roggiano y Emir Rodríguez Monegal
Universidad de Pittsburgh
Vol. XLIII Números 100-101 Julio-Diciembre de 1977
La fotografía fue tomada durante una visita de Jorge Luis Borges a Pittsburgh en 1967 
por A. F. Supervielle y es propiedad de Alfredo Roggiano


21/12/14

Jorge L. Borges: Epílogo de "Vida de un loco" de R. Akutagawa






Tales midió la sombra de una pirámide para indagar su altura; Pitágoras y Platón enseñaron la trasmigración de las almas; setenta escribas, recluidos en la isla de Pharos, produjeron al cabo de setenta jornadas de labor setenta versiones idénticas del Pentateuco; Virgilio, en la segunda Geórgica, ponderó las delicadas telas de seda que elaboran los chinos y, días pasados, jinetes de la provincia de Buenos Aires se disputaban la victoria en el juego persa del polo. Verdaderas o apócrifas las heterogéneas noticias que he enumerado (a las que habría que agregar, entre tantas otras, la presencia de Atila en los cantares de la Edda Mayor) marcan sucesivas etapas de un proceso intrincado y secular, que no ha cesado aún: el descubrimiento del Oriente por las naciones occidentales. Este proceso, como es de suponer, tiene su reverso; el Occidente es descubierto por el Oriente. A esta otra cara corresponden los misioneros de hábito amarillo que un emperador budista envió a Alejandría, la conquista de la España cristiana por el islam y los encantadores y a veces terribles volúmenes de Akutagawa. Discernir con rigor los elementos orientales y occidentales en la obra de Akutagawa es acaso imposible; por lo demás, los términos no se oponen exactamente, ya que en lo occidental está el cristianismo, que es de origen semítico. Entiendo, sin embargo, que no es aventurado afirmar que los temas y el sentimiento son orientales, pero que ciertos procederes de su retórica son europeos. Así, en Kesa y Moritô y en Rashômon, asistimos a diversas versiones de una misma fábula, referidas por los diversos protagonistas; es el procedimiento de Robert Browning, en The Ring and the Book. En cambio, cierta tristeza reprimida, cierta preferencia por lo visual, cierta ligereza de pincelada, me parecen, a través de lo inevitablemente imperfecto de toda traducción, esencialmente japonesas. La extravagancia y el horror están en sus páginas, pero no en el estilo, que siempre es límpido.


Akutagawa estudió las literaturas de Inglaterra, de Alemania y de Francia; el tema de su tesis doctoral fue la obra de Morris y nos consta que frecuentó a Schopenhauer, a Yeats y a Baudelaire. La reinterpretación psicológica de las tradiciones y leyendas de su país fue una de las tareas que ejecutó.


Thackeray declara que pensar en Swift es como pensar en la caída de un imperio. Análogo proceso de vasta desintegración y agonía nos dejan entrever las dos narraciones que componen este volumen. En la primera, Kappa, el novelista recurre al artificio de fustigar la especie humana bajo el disfraz de una especie fantástica; acaso los bestiales yahoos de Swift o los pingüinos de Anatole France o los curiosos reinos que atraviesa el mono de piedra de cierta alegoría budista fueron su estímulo. A medida que procede el relato, Akutagawa olvida las convenciones del género satírico; a los kappas no les importa revelar que son hombres y hablan directamente de Marx, de Darwin o de Nietzsche. Según los cánones literarios, esta negligencia es una falla; de hecho, infunde en las últimas páginas una melancolía indecible, ya que sentimos que en la imaginación del autor todo se desmorona, y también los sueños de su arte. Poco después, Akutagawa se mataría; para quien escribió esas últimas páginas, el mundo de los kappas y el de los hombres, el mundo cotidiano y el mundo estético, ya eran parejamente vanos y deleznables. Un documento más directo de ese crepúsculo final de su mente es el que nos propone Los engranajes. Como el Inferno de aquel Strindberg que entrevemos al fin, esta narración es el diario, atroz y metódico, de un gradual proceso alucinatorio. Diríase que el encuentro de dos culturas es necesariamente trágico. A partir de un esfuerzo que se inició en 1868, el Japón llegó a ser una de las grandes potencias del orbe, a derrotar a Rusia y a lograr alianzas con Inglaterra y con el Tercer Reich. Esta casi milagrosa renovación exigió, como es natural, una desgarradora y dolorosa crisis espiritual; uno de los artífices y mártires de esta metamorfosis fue Akutagawa que se dio muerte el día 24 de julio de 1927.




En Vida de un loco - tres relatos
Título original: Jigokuhen. Haguruma. Aru Ahó no Isshó
Traducción de Mirta Rosenberg

Prólogo de Luis Chitarroni, con epílogo de Jorge Luis Borges
Foto: Borges 1985 en New York © Ferdinando Scianna/Magnum Photos


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