8/7/15

Borges profesor. Clase 7: Los dos libros escritos por Dios [...]







Los dos libros escritos por Dios
El bestiario anglosajón. Las adivinanzas 
Poema de la sepultura. La batalla de Hastings


Por toda la Edad Media corrió el concepto de que Dios había escrito dos libros, y uno de esos libros era previsiblemente la Sagrada Escritura, la Biblia, dictada a diversas personas de diversas épocas por el Espíritu Santo, y el otro libro era al Universo, todas las criaturas.
Y se repitió que el deber de todo cristiano era estudiar ambos libros, el libro sagrado y ese otro libro enigmático, el Universo. Ahora, en el siglo XVII, Bacon, Francis Bacon,117 vuelve a esa idea, pero vuelve de un modo científico. La idea es que tenemos la Sagrada Escritura de un lado, y del otro el Universo, que tenemos que descifrar. En cambio en la Edad Media, encontramos esta idea de que los dos libros, el libro por excelencia, la Biblia, y el otro libro, el Universo —naturalmente nosotros formamos parte del segundo libro—, tenían que ser estudiados desde el punto de vista ético. Es decir, que no se trataba de estudiar a la naturaleza a la manera de Bacon, que es la manera de la ciencia moderna, haciendo experimentos, investigando las cosas físicas, sino buscando ejemplos morales en ella. Y eso persiste todavía en fábulas sobre la abeja o la hormiga, que nos enseñan a trabajar, la idea de la cigarra, que es ociosa, etc. Y en todas las literaturas de Europa se encuentran libros que se llaman «fisiólogos».118 Aquí la palabra significa «médicos» o «bestiarios», porque se buscaban los ejemplos entre los animales, verdaderos o fabulosos. Así, por ejemplo, el Ave Fénix. Se creía en el Ave Fénix, venía a ser un símbolo de la resurrección, porque arde, muere y luego resucita. Y en el inglés antiguo, en el anglosajón, hubo un Bestiario también. Parece ser que el Bestiario primitivo, o que se ha dado como primitivo, se escribió en Egipto en griego. Por eso hay referencia a tantos animales egipcios, verdaderos o fabulosos, como el Ave Fénix, que viene a morir en la ciudad sagrada de Heliópolis, la ciudad del sol. Y del Bestiario anglosajón se han conservado sólo dos capítulos. Y estos capítulos son curiosos porque se refieren a la pantera y a la ballena. Y la pantera es, asombrosamente, un símbolo de Cristo.119 Esto puede asombrarnos, pero debemos pensar también que la pantera, para los sajones de Inglaterra, para los anglosajones, era simplemente una palabra de la Biblia. Naturalmente, no habían visto nunca una pantera, que es un animal de otras latitudes. Y había un texto, no recuerdo qué versículo es, en el cual aparece la pantera y se la identifica con Cristo. Y entonces se dice ahí, en el texto anglosajón sobre la pantera —se sabía además que tenía muchos colores, es decir, que tenía manchas, era un animal así brillante, resplandeciente—, se la identifica con Cristo. Se dice que la pantera es un animal de voz musical y de suave aliento, lo cual no parece confirmado por los jardines zoológicos o por la zoología. Se dice que duerme durante tantos meses y luego se despierta—esto puede corresponder a los días en que Cristo está muerto antes de resucitar—, que es un animal benéfico, que de las ciudades y de los campos vienen hombres a oír su voz musical, y que tiene un enemigo que es el dragón. Y el dragón viene a ser el símbolo del demonio.
Hay un dicho que yo no he podido explicarme nunca, y que quizás ustedes puedan ayudarme a resolver. Y es un verso de Eliot, que creo que está en los Cuartetos.120 Dice: «Came Christ, the tiger», «Llegó Cristo, el tigre». Ahora, no sé si esa identificación que hace Eliot de Cristo con el tigre está basada en alguna reminiscencia del antiguo texto sajón que identifica a Cristo con la pantera, que es una especie de tigre, o si simplemente —pero no creo, esto sería demasiado fácil— Eliot busca una sorpresa. Porque siempre se compara a Cristo con el cordero, con un animal manso, y él puede haber buscado el opuesto. Pero en este caso, creo que no hubiera pensado en el tigre, sino en el lobo, o quizás el lobo le pareció una comparación demasiado fácil para el cordero. El verso de Eliot es: «En la juventud del año» —no usa la palabra youth, sino una palabra antigua, de inglés medio, juvescence— «Came Christ, the tiger». Y, sin duda, «Cristo, el tigre» logra el efecto de asombro. Pero creo que cuando se lee a Eliot debemos suponer que para escribir su poema él buscaba algo más que la mera sorpresa del lector. La sorpresa como efecto literario es un efecto momentáneo, que se gasta muy pronto.
De modo que tenemos este piadoso poema sobre la pantera, pantera que luego se explica como imagen de Cristo, como un ejemplo de Cristo dado a los hombres. Y luego tenemos el otro poema, y que es el poema de «La ballena», a la que dan el nombre de Fastitocalon, que creo que se parece, pero no sé, en griego, a un nombre de tortuga.121 Entonces ahí se habla de la ballena. La ballena sí la conocían los sajones, ya hemos visto que una de las metáforas clásicas del mar es «camino de la ballena», lo cual está bien, porque la vastedad de la ballena parece sugerir o acentuar la vastedad del ámbito de la ballena, el mar. Y se dice que la ballena duerme o simula dormir, y los marineros la toman por una isla y desembarcan en ella. La ballena se hunde y los devora. Aquí la ballena viene a ser un símbolo del infierno. Ahora, quizás esta idea de la ballena a la que los marineros toman por una isla, la encontramos en leyendas irlandesas.122 Recuerdo un grabado en que hay una ballena, que evidentemente no es una isla, y que está riéndose además, y luego se ve un barquito. Y en el barquito está San Brandán, el santo,123 con una cruz, que con gran prudencia va a embarcarse en la ballena que está riéndose de él, y eso lo encontramos también en el Paraíso Perdido de Milton, en el que habla de la ballena, que muchas veces el marinero encuentra cerca de las costas de Noruega, y desembarca en ella, enciende fuego, entonces el fuego despierta a la ballena, y la ballena se sumerge y devora a los marineros. Y aquí hay un toque poético de Milton. Él podría haber dicho: «La ballena por ventura durmiendo», «on the Norway sea», sobre el mar de Noruega. Pero él no pone esto. Pone «on the Norway foam»,124 que queda mucho más lindo: «Sobre la espuma de Noruega».
Tenemos pues estos trozos, y luego hay un largo poema anglosajón, que se refiere al Ave Fénix, y empieza por una descripción del Paraíso Terrenal. El Paraíso Terrenal está figurado como una meseta, sobre una alta montaña en el Oriente. También en el Purgatorio de Dante, en la cumbre de esa especie de montaña artificial o sistema de terrazas que constituyen el Purgatorio, está el Paraíso Terrenal. Y se describe en el poema sajón al Paraíso Terrenal con palabras que recuerdan otras de la Odisea. Se dice, por ejemplo, que no hay exceso de frío, de calor, de verano o de invierno, que no hay granizo, que no hay lluvia, que también no es agobiante el calor del sol, y luego se habla del Ave Fénix, que es uno de los animales descritos en la Historia Natural de Plinio. Y aquí podemos advertir que cuando Plinio habla de los grifos,125 o cuando habla del dragón, o cuando habla del Fénix, ya no se debe eso a que Plinio creyera en ellos. Yo creo que la explicación es otra. La explicación es que Plinio quería reunir en un volumen todo lo que se refiere a los animales, y que ahí él reunía lo verdadero y reunía también la fábula, para hacer más completo el texto. Pero él mismo dice a veces «lo cual es dudoso» o «cuéntase que», por lo que vemos que no debemos imaginarlo como a un ingenuo, sino simplemente como una persona que tiene un concepto distinto de lo que debe ser una historia natural. Esa historia tenía que incluir no sólo lo que se sabe de cierto sobre cualquier animal, sino sobre las supersticiones. Creo que, por ejemplo, él creía que el rubí hace invisibles a los hombres, la esmeralda los hace elocuentes, etc. Es decir, no, él no creía. Él sabía que existían esas supersticiones y las incluía en su libro también.
Me he referido a estas dos piezas del bestiario anglosajón porque son curiosas, no porque tengan materialmente mayor mérito poético. Hay además una serie de adivinanzas anglosajonas,126 una serie de adivinanzas que no están concebidas como ingeniosas a la manera de los enigmas griegos. Ustedes recordarán, por ejemplo, el famoso enigma de la Esfinge: «¿Cuál es el animal que anda en cuatro patas por la mañana, en dos al mediodía y en tres a la tarde?», y luego resulta que todo esto es una larga metáfora de la vida del hombre, que gatea cuando es un niño, que es bípedo, que se mantiene en dos pies al mediodía y luego, en la vejez, que se compara con el crepúsculo, se apoya en un bastón.127 Ahora, los enigmas anglosajones no son ingeniosos, son más bien descripciones poéticas de las cosas, y hay algunas cuya solución se ignora y otras cuya solución es evidente. Por ejemplo, hay una que se refiere a la polilla, y que habla de un ladrón que entra de noche en una biblioteca y se alimenta con las palabras de un sabio, pero que no aprende nada de eso. Tenemos así que se trata de la polilla. Y luego hay una sobre el ruiseñor, cómo lo escuchan los hombres. Hay otra sobre el cisne, sobre el ruido de sus alas, y hay otra sobre el pez: se dice que él es errante y que su casa —el río, evidentemente— es errante también, pero que si lo sacan de su casa se muere. Naturalmente, un pez se muere fuera del agua. Es decir que los enigmas anglosajones vienen a ser unos poemas lentos, no ingeniosos, pero con un sentimiento muy vivido de la naturaleza. Hemos visto que el sentimiento de la naturaleza es una de las peculiaridades de la literatura inglesa desde sus orígenes, desde sus principios. Luego tenemos poemas bíblicos, que son meras extensiones del texto bíblico, extensiones oratorias y muy inferiores ciertamente al texto sagrado en que fueron inspiradas por sus autores. Y luego tenemos otros en que se toman temas de la común mitología o leyenda germánica, pero de los que hemos visto lo principal, creo, que son los textos épicos: el Beowulf, el «Fragmento heroico de Finnsburh», la «Oda de Brunanburh» —espléndidamente traducida por Tennyson, y en cualquier edición de las obras de Tennyson ustedes pueden encontrar esa traducción ejemplar de la «Oda de Brunanburh»—, y la «Balada de Maldon», de la que no he encontrado hasta ahora una traducción ejemplar, pero que ustedes encontrarán traducida literalmente en ese volumen de Gordon, Anglo-Saxon Poetry.
Y luego hay un poema muy triste, un poema escrito después de la conquista-normanda y traducido admirablemente por el poeta americano Longfellow,128 que tradujo también las coplas de Manrique del español, la Divina Comedia del italiano, y luego traduce muchos de los cantos escandinavos y de trovadores provenzales. Tradujo a los poetas románticos alemanes, tradujo baladas del alemán. Era un hombre que tenía una vasta cultura, y durante los años de la Guerra de Secesión, para distraerse de esa guerra, que fue la más sangrienta del siglo XIX, tradujo en endecasílabos, blancos, sin rima, toda la Divina Comedia, según he dicho. Ahora, el poema de «La sepultura»129 es un poema muy raro. Se supone que fue compuesto en el siglo XI o a principios del siglo XII, es decir en plena Edad Media, en una época cristiana. Y sin embargo, en ese poema, «La sepultura», no hay ninguna referencia a la esperanza del Cielo o al temor del Infierno. Es como si el poeta sólo creyera en la muerte física, en la corrupción del cuerpo, e imaginara además, como en un cuento de nuestro Eduardo Wilde, «La primera noche de cementerio»,130 que el muerto guarda conciencia de esa corrupción. Y el poema empieza: «Para ti una casa fue construida antes que nacieras» —es decir que para cada uno de nosotros ya hay un lugar determinado en la tierra en el cual ser enterrado—, «Para ti el polvo fue destinado antes que salieras de tu madre»: «De wes molde imynt, er ðu of moder come», ustedes ven que el final ya se parece bastante al inglés, ya se trasluce el inglés. «Oscura es esa casa», dice después... Perdón, «Sin puertas es esa casa, y adentro está oscura». En inglés sería «Doorless is that house, and dark it is within», y en este inglés antiguo tardío, que ya está profetizando, prefigurando el inglés, dice «Dureleas is þet hus and dearc hit is wiðinnen». Ya en este anglosajón, aunque no hay palabras latinas, estamos acercándonos al inglés. Después describe la casa. Dice que esa casa no tiene un techo muy alto, que el techo está construido tocando el pecho, que es muy bajo, «que ahí estarás muy solo» —dice—, «dejarás a tus amigos, ningún amigo bajará a preguntarte si te gusta esa casa». Y luego dice: «la casa está cerrada y la muerte tiene la llave». Después hay otros versos, cuatro versos agregados que se ve que la mano que los ha escrito es otra, ya que el tono es distinto. Porque dice: «Ninguna mano acariciará tus cabellos» y eso ya corresponde a una ternura que parece posterior, porque todo el poema es muy triste, muy duro. Todo el poema viene a ser una sola metáfora: la metáfora de la casa como habitación última del hombre. Pero ese poema ha sido escrito con tanta intensidad que es uno de los grandes poemas de la poesía inglesa. Y la traducción de Longfellow, que suele estar al final, es no sólo literal, sino que a veces el poeta sigue el orden exacto, el mismo orden de los versos anglosajones. De toda la literatura anglosajona, es la que está escrita en un lenguaje más fácil, porque es la que está más cerca del inglés actual.
Hay muchas antologías de la poesía anglosajona, y hay una hecha en Suiza —no recuerdo el nombre del autor— con un criterio muy inteligente. Y es éste: en lugar de empezar por el Beowulf o por el «Fragmento de Finnsburh», que son del siglo VII o siglo VIII, él empieza por lo más nuevo, es decir, por lo que está más cerca del inglés actual, Y luego la antología es retrospectiva, la antología va llegando al anglosajón del siglo VIII y empieza por el anglosajón del siglo XII, es decir, a medida que vamos adelantando en los textos, los textos son más difíciles, pero nos ayudan los primeros, los del comienzo.
Y ahora vamos a concluir esta segunda bolilla, pero habrá que decir algo de historia también. Al principio me referiré a la historia del idioma, para que ustedes perciban cómo se ha pasado del anglosajón al inglés actual. Ahora, ocurrieron dos hechos capitales, y esos dos hechos, cuando ocurrieron, deben haber parecido catastróficos, terribles. Y, sin embargo, prepararon el inglés a ser lo que Alfonso Reyes ha llamado «la lengua imperial» de nuestro siglo. Es decir, el anglosajón era un idioma mucho más complicado gramaticalmente que el inglés actual. Había en él, como en alemán y en las lenguas escandinavas, tres géneros gramaticales. En español tenemos dos, y esto ya es suficientemente complicado para los extranjeros. No hay razón alguna para que digamos «la mesa» o «el reloj», por ejemplo; esto hay que aprenderlo en cada caso. Pero en inglés antiguo, como en alemán y en las lenguas escandinavas, había tres géneros gramaticales. Y así tenemos «el luna», «la sal» y «el estrella». Ahora, se supone que esto de «el luna» corresponde a una época muy antigua, corresponde a la época del matriarcado, a la época en que las mujeres eran más importantes que los hombres. La mujer regía la familia, y entonces a la luz más brillante, al sol, se la vio como femenina, y en la mitología escandinava tenemos análogamente una diosa del sol y un dios de la luna. Ahora, leí en El imperio jesuítico, de Lugones131 —supongo que Lugones no se equivoca— que en guaraní ocurre lo mismo, que en guaraní se dice «la sol» y «el luna». Es curioso que en la poesía alemana esto haya influido, ya que en alemán se dice «el luna», «der Mond», como «mona», luna, era masculino en inglés antiguo, y «sunne», sol, era femenino. En Así hablaba Zaratustra, Nietzsche compara al sol con un gato que camina sobre una alfombra de estrellas. Pero no dice «eine Katze», que podría ser una gata también, sino «ein Kater», un gato, un macho. Y luego pensaba a la luna como un monje que mira envidiosamente a la Tierra, no con una monja. Así, los géneros gramaticales, que son más o menos casuales, influyen en la poesía también. Y en inglés [antiguo], el nombre para mujer es neutro, wif,132 pero también puede ser masculino, porque había una palabra wifmann, y como mann era masculino, se decía «el mujer», o «la mujer» también. En inglés actual, todo esto es mucho más simple. En español, por ejemplo, decimos «alto», «alta», «altos», «altas». Es decir, tenemos género gramatical para los adjetivos. En inglés tenemos high, que puede significar «alto», «alta», «altos», «altas», según lo que venga después. Ahora, ¿a qué se debe esta simplificación que hace del inglés actual un idioma mucho más simple gramaticalmente, pero desde luego mucho más rico en vocabulario que el inglés antiguo? Esto se debe al hecho de que los vikings, daneses, noruegos, se establecieron en el norte y en el centro de Inglaterra. Ahora, el antiguo escandinavo se parecía al inglés. Los sajones tenían que entenderse con los escandinavos, que eran sus vecinos, y además muy pronto los sajones llegaron a confundirse con los escandinavos, que eran menos: la raza escandinava se fundió con la sajona. Pero tenían que entenderse. Y entonces, para entenderse, ya que el vocabulario era muy parecido, se hizo una especie de lengua franca y el inglés fue simplificándose.
Y esto tiene que haber sido algo muy triste para los sajones cultos. Imagínense ustedes que de pronto notáramos que la gente dice «el cuchara», «lo mesa», «lo casa», «la tenedor», etc. Pensaríamos: «Caramba, el idioma está degenerándose, hemos llegado a la perfección del cocoliche». Pero los sajones, que habrían pensado lo mismo, no podían prever que eso iba a hacer del inglés un idioma más fácil. Fíjense que actualmente el inglés casi no tiene gramática. Es el diccionario más sencillo que hay, gramaticalmente. Porque es difícil en la pronunciación, y en cuanto a la ortografía inglesa, ustedes saben que en lo que se refiere a los nombres propios, cuando de pronto se hace célebre alguien, la gente no sabe cómo se pronuncia. Porque, por ejemplo, cuando empezó a escribir Somerset Maugham,133 la gente le decía «Moguem», porque no podía saber cómo se pronunciaba. Y luego tenemos las letras que han quedado de la antigua pronunciación. Por ejemplo, «cuchillo» en inglés se dice «naif» pero se escribe knife. ¿Por qué esta «le»? Porque en inglés antiguo eso se pronunciaba, y eso ha quedado como una especie de fósil perdido.134 Y luego tenemos también «nait», «caballero», que se escribe knight en inglés actual. Esto parece absurdo, pero es porque en anglosajón la palabra era cniht, «servidor». Es decir, [la «c» inicial] se pronunciaba. Y después el inglés fue llenándose de palabras francesas a raíz de la conquista normanda.
Y ahora vamos a hablar de ese año 1066, que es el año de la batalla de Hastings. Ahora, hay historiadores ingleses que dicen que el carácter inglés no estaba formado cuando ocurrió la invasión normanda. Otros dicen que sí. Pero creo que los primeros son verosímiles. Creo que la conquista normanda fue muy importante para la historia de Inglaterra, y naturalmente esto quiere decir para la historia del mundo. Creo que si los normandos no hubieran invadido Inglaterra, Inglaterra actualmente sería lo que es, digamos, Dinamarca. Es decir, sería un país muy culto, admirable políticamente, pero un país provincial, un país que no ha ejercido mayor influencia en la historia del mundo. En cambio, los normandos fueron los que hicieron posible el Imperio Británico y la difusión de la raza inglesa en todas las partes del mundo. Yo creo que si no hubiera habido invasión normanda, no hubiéramos tenido después un imperio inglés. Es decir, no habría ingleses en Canadá, en la India, en Sudáfrica, en Australia. Quizá no existirían los Estados Unidos tampoco. Es decir, habría cambiado toda la historia del mundo. Porque los normandos tenían un sentido ejecutivo, un sentido de organización del cual carecían los sajones. Y esto lo vemos en la misma Crónica anglosajona, escrita por un monje sajón, enemigo de los normandos, pero ellos hablaban de Guillermo el Conquistador,135 el bastardo, que era normando, y cuando murió, dijeron que no había habido nunca en Inglaterra un rey más poderoso que él. Porque antes el país estaba dividido en pequeños reinos. Es verdad que hubo un Alfredo el Grande,136 pero él nunca llegó al concepto de que Inglaterra pudiera ser puramente anglosajona o inglesa. Alfredo el Grande murió con la idea de que Inglaterra sería en buena parte un país escandinavo, y en la otra parte un país sajón. En cambio, llegaron los normandos y conquistaron toda Inglaterra, es decir, llegaron hasta la frontera de Escocia. Y además son gente muy enérgica, gente con un gran sentido de organización, con un gran sentido religioso también, y llenaron Inglaterra de monasterios —ya los sajones tenían sentido religioso, desde luego—. Pero vamos a ver los acontecimientos dramáticos de ese año 1066 de Inglaterra. Y tenemos entonces en Inglaterra a un rey que se llama Harold, el hijo de Godwin. Y Harold tenía un hermano que se llamaba Tostig.
Yo he visto en el condado de Yorkshire una iglesia sajona construida por los dos hermanos. No recuerdo exactamente la inscripción, pero recuerdo que hice que me la leyeran y quedé muy bien porque la traduje, cosa que los señores ingleses que estaban conmigo no eran capaces de hacer, porque no habían estudiado anglosajón. Yo más o menos, pero a lo mejor hice un poco de trampa al leer la inscripción que había sobre la iglesia. En Inglaterra quedarán cincuenta o sesenta iglesias sajonas. Ésta era una iglesia pequeña. Son edificios de piedra gris, cuadrados, más bien pobres. Los sajones no fueron grandes arquitectos, lo fueron después bajo la influencia normanda. Pero ellos el estilo gótico lo entendieron de otra manera, porque el gótico generalmente tiende a la altura. Pero Yorkminster, la catedral de York, es la catedral más larga de Europa. Tiene unas ventanas llamadas «the York sisters», las hermanas de York. Esas ventanas no fueron destruidas por los soldados de Cromwell porque son ventanas de cristal de diversos colores, y el amarillo prima. Y los dibujos son lo que hoy llamaríamos abstractos, es decir, no hay figuras. Y no fueron destruidos por los soldados de Cromwell—que destruían todo lo que fuera imagen— porque las veían como ídolos. Las «York sisters», precursoras del arte abstracto, no; se salvaron, y es una suerte porque son lindísimas realmente.
Tenemos pues al rey Harold y a su hermano, el conde Tosté o Tostig, según los textos. Ahora, el conde creía que él tenía derecho a parte del reino, que el rey debía dividir Inglaterra con él. El rey Harold no accedió, y entonces Tostig se fue de Inglaterra y se hizo aliado del rey de Noruega, a quien llamaban Harald Hardrada, Harald el resuelto, el duro... Es una lástima que tenga casi el mismo nombre de Harold, pero no se puede modificar la historia. Ese personaje es un personaje muy interesante, porque a la manera de muchos escandinavos cultos, no solamente era guerrero, sino que era además poeta. Y parece que en su última batalla, la batalla de Stamford Bridge, compuso dos poemas. Compuso uno, lo recitó, y dijo: «No está bien».137 Y entonces compuso otro, en el que había más kennings, más metáforas, y que por eso le pareció mejor. Además este rey anduvo por Constantinopla y tuvo amores con una princesa griega. Él escribió —dice Farley,138 con una frase que podría ser de Hugo— «madrigales de hierro». El conde Tostig, que tenía partido en Inglaterra también, fue a Noruega y buscó la alianza de Harald. Y desembarcaron cerca de una ciudad que el historiador islandés Snorri Sturluson139 llama Jórvik, y que es la ciudad actual de York. Y allí se reunieron, naturalmente, muchos sajones que eran partidarios suyos y no de Harold. Éste acudió desde el sur con su ejército. Los dos ejércitos se enfrentaron. Era de mañana.
Ya les he dicho que las batallas entonces tenían algo de torneo. El ejército sajón salió con treinta o cuarenta jinetes. Podemos imaginarlos cubiertos de hierro. Quizá los caballos tuvieran hierro también. Si ustedes han visto Alejandro Nevsky140 puede servirles para imaginar esta escena. Y ahora quiero que ustedes piensen muy bien en cada una de las palabras que [ellos] van a decir. Desde luego que estas palabras pueden muy bien haber sido inventadas por la tradición, o por el historiador islandés que registra la escena, pero cada una de las palabras tiene valor. Se acercan pues estos cuarenta jinetes sajones, quiero decir ingleses, al ejército noruego. Y ahí estaba el conde Tostig, y a su lado el rey de Noruega, Harald. Ahora, cuando Harald desembarcó en la costa de Inglaterra, el caballo tropezó y él cayó. Y él dijo: «En los viajes una caída trae suerte». Algo así como cuando Julio César desembarcó en África, cayó, y para que eso no fuera tomado como un mal agüero por los soldados dijo: «Te tengo, África». Pues éste141 recordó un proverbio. Entonces vienen los jinetes, están todavía a cierta distancia, pero a suficiente distancia como para que los jinetes puedan ver las caras de los noruegos, y los noruegos las caras de los sajones. Y entonces el jefe de ese pequeño grupo grita: «¿Está aquí el conde Tostig?». Entonces Tostig comprende y dice: «No niego estar aquí». Entonces el jinete sajón le dice: «Te traigo un mensaje de tu hermano Harold, rey de Inglaterra. Te ofrece una tercera parte de su reino y su perdón» —por lo que ha hecho, claro, porque se ha aliado a extranjeros noruegos y ha invadido Inglaterra—. Y entonces Tostig se queda pensativo un momento. A él le gustaría aceptar la oferta. Al mismo tiempo ahí están el rey de Noruega y su ejército. Y entonces dice: «Si acepto el ofrecimiento, ¿qué hay para mi señor?» —el otro era rey de Noruega y él era un conde—, «¿Para mi señor Harald, rey de Noruega?». Entonces el jinete se queda pensativo un momento y dice: «Y en eso también ha pensado tu hermano. Le ofrece seis pies de tierra inglesa, y ya que es tan alto, uno más», agrega mirándolo. Y cuando la [Segunda] Guerra Mundial, al principio, en uno de sus discursos Churchill dijo que al cabo de tantos siglos Inglaterra seguía manteniendo su oferta para los invasores, que le ofrecía a Hitler también seis pies de tierra inglesa. La oferta seguía abierta.
Entonces Tostig piensa un momento y luego dice: «En tal caso, dile a tu señor que combatiremos, y que Dios verá a quién le toca la victoria». El otro ya no dice nada más y se aleja. Mientras tanto, el rey de Noruega ha comprendido todo, porque los idiomas eran parecidos, pero no ha dicho una sola palabra. Tiene sus sospechas. Y cuando los otros han vuelto a reunirse con el grueso del ejército le pregunta a Tostig —porque en el diálogo este, todos quedan bien—: «¿Quién era ese caballero que habló tan bien?», dice. Vean eso. Y entonces Tostig le dice: «Ese caballero era mi hermano Harold, rey de Inglaterra». Y ahora vemos por qué Harold ha preguntado al principio «¿Está aquí el conde Tostig?». Naturalmente lo sabía, porque está viéndolo a su hermano. Pero él le pregunta de esa manera para indicarle a Tostig que no debe traicionarlo. Si los noruegos hubieran sabido que era el rey, lo hubieran matado inmediatamente.
De modo que el hermano también se porta con lealtad, porque simuló no conocerlo, y al mismo tiempo se porta con lealtad para el rey de Noruega, porque dice: «¿Qué hay para mi señor?» Y entonces el rey de Noruega, recordando la frase anterior y la frase del otro dice: «No es muy alto, pero parece muy firme en su caballo».
Luego se libra la batalla de Stamford Bridge —todavía el lugar puede verse— y los sajones deshacen a los noruegos y a los partidarios de Tostig, y el rey de Noruega conquista los seis pies de tierra inglesa que le habían prometido por la mañana. Ahora, esta victoria es un poco triste para Harold, porque ahí estaba su hermano. Pero era una gran victoria, ya que eran por lo general los noruegos los que batían a los sajones, y aquí no.
Están celebrando esa victoria, y en eso llega otro jinete, un jinete muy cansado, y viene con una noticia. Viene a decirle a Harold que en el sur han invadido los normandos. Entonces, el ejército cansado por la victoria de Harold tiene que dirigirse haciendo marchas forzadas hacia Hastings. Y ahí en Hastings esperan los normandos. Ahora, los normandos eran gente escandinava también, pero habían estado más de un siglo en Francia, habían olvidado el idioma danés, eran franceses realmente. Y tenían la costumbre de rasurarse la cabeza.
Entonces Harold manda un espía —eso era fácil entonces—, lo manda al campamento normando. El espía vuelve y le dice que esté tranquilo, porque el campamento es un campamento de frailes, que no va a pasar nada. Pero eran los normandos. Al día siguiente se libra la batalla, y tenemos un episodio que si no es histórico, digamos, históricamente, es histórico de otra manera. Entra otro personaje en acción, otro jinete. Es Taillefer, un juglar. En esta historia hay muchos jinetes. Es un juglar normando, y le pide permiso a Guillermo el Bastardo, que después sería Guillermo el Conquistador, para ser el primero en entrar en batalla. Le pide ese honor, que es un honor terrible, porque naturalmente los primeros en entrar en batalla son los primeros que mueren. Entonces él entra en el combate jugando con la espada, tirándola y recogiéndola ante los sajones atónitos. Los sajones serían gente más bien seria, desde luego, todavía no creo que existieran muchachos de éstos. Y él entra en la batalla —nos dice la antigua crónica inglesa de William de Malmesbury—,142 cantando «cantilena Rollandi», es decir, cantando una antigua versión de la Chanson de Roland. Y es como si con él entrara toda la cultura francesa, toda la luz de Francia, a Inglaterra.
Ahora, el combate dura todo el día. Los sajones y normandos tenían armas distintas. Los sajones tenían hachas de guerra, armas terribles. Los normandos no logran romper el cerco que forman los sajones, y entonces recurren a un antiguo ardid de guerra, y es el de simular una fuga. Entonces los sajones salen a perseguirlos, los normandos se dan vuelta y deshacen a los sajones. Y así concluyó el dominio de los sajones en Inglaterra.
Hay otro episodio que es poético también, pero es poético de otra manera, y que es el tema del poema de Heine titulado «Schlachtfeld bei Hastings», «Campo de batalla en Hastings». Schlacht, naturalmente, está vinculada a la palabra inglesa slay, «matar», y a la palabra slaughter, «matanza». «Slaughterhouse» se llama en Inglaterra a los mataderos. [El episodio] es éste: los sajones son vencidos por los normandos. Esa derrota es natural, porque ya habían sido diezmados por su victoria sobre los noruegos, porque llegaban muy cansados, etc. Y hay un problema, y es el de encontrar el cadáver del rey. Porque hay mercaderes que han seguido a los ejércitos, y ellos naturalmente roban las armaduras de los cadáveres, los arneses de los caballos, y el campo de batalla de Hastings está lleno de hombres y de caballos muertos. Entonces hay un monasterio ahí cerca, y los monjes naturalmente quieren darle sepultura cristiana a Harold, el último rey sajón de Inglaterra. Y entonces un monje, el abad, recuerda que el rey ha tenido una querida, una querida que no se describe pero que podemos imaginar muy fácilmente, porque se llama Edith Swaneshals, Edith Cuello de Cisne. De modo que sería una mujer muy alta, rubia, de cuello fino. Esta es una de las muchas mujeres que el rey ha tenido. Se ha cansado de ella, la ha abandonado, y ella vive en una choza en medio del bosque. Ha envejecido prematuramente. Además, la gente entonces envejecía muy pronto, de la misma manera que maduraba muy pronto. Y entonces el abad piensa que si hay alguien que puede reconocer el cadáver del rey —o sea el cuerpo desnudo del rey, habrá pensado—, es esta mujer, qué lo ha conocido tanto, a quien él ha abandonado ahora. Entonces van a la choza, sale la mujer, una mujer ya vieja. Los monjes le dicen que Inglaterra ha sido ganada por los franceses, por los normandos, que esto ha ocurrido cerca, en Hastings, y le piden a ella que vaya a buscar el cuerpo del rey. Eso es lo que dice la crónica. Ahora, Heine, naturalmente, aprovecha esto, describe el campo de batalla, describe a la pobre mujer abriéndose camino entre el hedor de los muertos y las aves de presa que están encarnizándose con ellos, y de pronto ella reconoce el cuerpo del hombre que ha amado. Y no dice nada, pero lo cubre de besos. Entonces los monjes reconocen al rey, lo entierran, le dan sepultura cristiana.
Ahora, existe también una leyenda que se conserva en una crónica anglosajona, que dice que el rey Harold no murió en Hastings, sino que después de la batalla se retiró a un convento, y que ahí él hizo penitencia por los muchos pecados que había cometido —parece que su vida fue tormentosa—. Y [dice la crónica] que a veces Guillermo el Conquistador, que reinaría luego en Inglaterra, cuando tenía una dificultad que resolver, iba a ver a este monje anónimo que en un tiempo había sido Harold, rey de Inglaterra, y le preguntaba qué debía hacer. Y seguía siempre sus consejos, porque naturalmente a los dos, al conquistado y al conquistador, les interesaba el bienestar de Inglaterra. De modo que ustedes pueden elegir entre estas dos versiones, pero sospecho que preferirán la primera, la de Edith Cuello de Cisne, que reconoce a su antiguo amante, y no la otra, la del rey.
Después tenemos dos siglos, y en esos dos siglos es como si las letras inglesas ocurrieran de un modo subterráneo, porque en la corte se habla francés, los clérigos hablaban latín y el pueblo hablaba sajón, hablaba cuatro dialectos sajones que estaban además entremezclados con el danés. Y es necesario esperar desde el año 1066 hasta el siglo XIV para que la literatura inglesa, que había seguido de un modo rústico y torpe, que había seguido como un río subterráneo, resurja. Y entonces tenemos los grandes nombres de Chaucer,143 de Langland, y entonces tenemos un idioma, el inglés, que ha sido profundamente penetrado por el francés. A tal punto que, sí, actualmente hay más palabras de origen latino que de origen germánico en un diccionario inglés. Pero las palabras germánicas son las esenciales, son las palabras que corresponden al fuego, a los metales, al hombre, a los árboles. En cambio, todas las palabras de la cultura son palabras latinas.
Y concluimos aquí la segunda bolilla.

Lunes 31 de octubre de 1966

Notas

117 Francis Bacon, filósofo y estadista inglés (1561-1626).
118 El bestiario o Physiologus fue un género que gozó de enorme aceptación durante la Edad Media. Constaba de unas 48 secciones, cada una de las cuales describía atributos o costumbres de seres más o menos reales o fabulosos, que servían para demostrar virtudes cristianas, hacer alegorías bíblicas y alertar sobre pecados o desviaciones de la fe. El bestiario fue traducido a diversos idiomas y circuló durante más de quince siglos; todas las traducciones descienden de un original en griego que se supone escrito en Alejandría durante el siglo II de nuestra era. El nombre Physiologus, que significa «naturalista», se utiliza actualmente como título del bestiario, pero corresponde en realidad al autor o fuente original de la obra.
119 Borges se refiere al poema anglosajón de la pantera en su Libro de los seres imaginarios, OCC pág. 679.
120 Se trata del vigésimo verso del poema «Gerontion». Este poema se encuentra, no en los Four Quartets, como sospechaba Borges, sino en el libro Poems (1920). Se transcribe a continuación la segunda estrofa: «Signs are taken for wonders, “We would see a sign!”/ The word within a word, unable to speak a word / Swaddled with darkness. In the juvescence of the year/ Came Christ the tiger/ In depraved May, dogwood and chestnut, flovering judas,/ To be eaten, to be divided, to be drunk/ Among whispers; by Mr. Silvero/ With caressing hands, at Limoges/ Who wallced all night in the next room».
121 Fastitocalon es una deformación del griego aspidochelone, de aspís, «escudo», y chelone, «tortuga». La palabra fue deformándose con las traducciones y copias sucesivas del bestiario. Borges provee un resumen del poema de la ballena en la página correspondiente a Fastitocalon en su Libro de los seres imaginarios, OCC pág. 628.
122 Borges analiza el origen de esta leyenda en la página que dedica al «Zaratán» en su Libro de los seres imaginarios, OCC pág. 711. Allí se refiere también al poema anglosajón de la ballena y traduce un fragmento del Viaje de San Brandán.
123 San Brandán el Navegante (c. 486-578). Fundó numerosos monasterios e iglesias, de los cuales el más famoso es el de Clonfert, donde fue enterrado. La obra que narra su legendario viaje a la Tierra Prometida y que incluye el encuentro con la ballena descripto por Borges, se titula Navigatio Sancti Brandani o Viaje de San Brandán.
124 «... or that sea-beast / Leviathan, which God of all his works / Created hugest that swim th’ ocean-stream. / Him, happly slumbering on the Norway foam». «O aquella bestia marina / El Leviatán, a quien Dios creó entre todas sus criaturas / el más grande de las que nadan las corrientes del océano / Aquél, por ventura durmiendo sobre la espuma de Noruega». (John Milton, Paradise Lost, Book I.)
125 Animales fabulosos con cuerpo de león y cabeza y alas de águila. Borges dedica una página a los grifos en su Libro de los seres imaginarios, OCC 639. 
126 Borges incluye seis de estas adivinanzas anglosajonas, traducidas al castellano, que corresponden al pez, a un vendedor de ajos, al cisne, a la polilla, a un cáliz y a la luna y el sol, en Literaturas germánicas medievales, OCC págs. 890-891.
127 Véase la página correspondiente a la Esfinge en el Libro de los seres imaginarios, OCC 627.
128 Henry Wadsworth Longfellow, poeta norteamericano (1807-1882).
129 Este poema ha sido traducido por Borges al castellano y figura en su Breve antología anglosajona.
130 Este cuento, que aparece en numerosas recopilaciones de las narraciones de Eduardo Wilde, fue incluido por Borges en su compilación Cuentistas y pintores argentinos, publicada en 1985 por Ediciones de Arte Gaglianone.
131 Borges incluyó este libro de Leopoldo Lugones como el volumen 12 de la colección Biblioteca personal.
132 De esta palabra desciende la palabra del inglés moderno «wife», «esposa».
133 William Somerset Maugham, novelista y dramaturgo de lengua inglesa nacido en París (1874-1965).
134 En inglés antiguo, «cuchillo» era «cníf».
135 Guillermo el Conquistador (William the Conqueror) (c.1028-1087). Duque de Normandia y rey de Inglaterra desde que venciera en Hastings al rey sajón Harold, en el año 1066. Borges describe los pormenores de esta batalla en las páginas siguientes.
136 El rey Alfredo, llamado «Alfred the Great» (849-899). Desde su coronación como rey de Wessex, en el 871, Alfred debió enfrentar la constante amenaza de los invasores vikingos. En el año 878 los daneses capturaron Wessex y Alfred se vio obligado a huir. Pero regresó al poco tiempo y derrotó a los invasores en Eddington. En el año 886 Alfred firmó con los daneses el tratado de Wedmore, que establecía la partición de Inglaterra. El norte y el este de la isla quedaron bajo control danés, pero Alfred consiguió a cambio extender sus dominios más allá de los límites de Wessex, logrando además la conversión al cristianismo del rey Guthrum. Alfred nunca reinó sobre toda Inglaterra, pero sus reformas y victorias militares marcaron el inicio del proceso de consolidación territorial que permitió a sus sucesores llevar adelante la unificación de la Inglaterra anglosajona.
137 Este episodio aparece en la Saga de Harald Hardrada, Parte 11, cap. 94, de la Heimskringla de Snorri Sturluson.
138 Se refiere probablemente a James Lewis Farley, periodista y escritor inglés, nacido en Dublín (1823-1885). Fue cónsul de Turquía en Bristol y contribuyó a mejorar las relaciones entre este país e Inglaterra. Algunos de sus escritos son: Two Years Travel in Syria, The Massacres in Syria, New Bulgaria, The Druses and the Maronites, Modem Turkey, The Resources of Turkey y Egypt, Cyprus and Asiatic Turkey.
139 Snorri Sturluson: poeta, erudito e historiador islandés (1179-1241). El más conocido de los autores medievales de Islandia. Escribió la Heimskringla o Crónica de los reyes de Noruega y la Edda menor o prosaica. Se le atribuye también la autoría de la Saga de Egill Skallagrímson. Snorri Sturluson estudió en Oddi bajo la tutela del sabio Jon Lóptsson y fue en su época no sólo el erudito más destacado sino probablemente el hombre de linaje más noble de toda Islandia. Además del estudio, a Snorri le interesaban la riqueza y el poder; no le faltaron ni una ni el otro. Tomó parte en intrigas políticas que involucraban al rey de Noruega, Hákon IV, y prometió entregar Islandia a su corona, pero luego —por razones que ahora no se entienden del todo— demoró largamente esa entrega. Como señala Borges, la vida de Snorri Sturluson ha sido descripta como «una compleja crónica de traiciones». En el año 1241, ante un desaire de Snorri, el rey Hákon perdió la paciencia y lo hizo asesinar. Borges desarrolla los puntos fundamentales de su vida en Literaturas germánicas medievales, OCC págs. 950- 951. Véase también el prólogo de Borges a su traducción de la primera parte de la Edda menor o prosaica, titulada Gylfaginning o La alucinación de Gylfí.
140 La famosa película de Sergei M. Eisenstein, estrenada en 1938.
141 Se refiere a Harald.
142 La «antigua crónica inglesa» citada por Borges es la Gesta Regum Anglomm, «Historia de los reyes de Inglaterra», escrita por el cronista e historiador inglés William de Malmesbury (c. 1090-1143) alrededor del año 1125.
143 Geoffrey Chaucer, poeta inglés (c. 1343-1400).



En Borges profesor
Curso de literatura inglesa en la Universidad de Buenos Aires
Edición, investigación y notas: Arias, Martín & Hadis, Martín
© María Kodama, 2000
Foto: Borges en Palermo, 1984 © Ferdinando Scianna/Magnum Photos



7/7/15

Jorge Luis Borges: Un misterio parcial








Admitida una función compensatoria del tango, queda un breve misterio por resolver. La independencia de América fue, en buena parte, una empresa argentina; hombres argentinos pelearon en lejanas batallas del continente, en Maipú, en Ayacucho, en Junín. Después hubo las guerras civiles, la guerra del Brasil, las campañas contra Rosas y Urquiza, la guerra del Paraguay, la guerra de frontera contra los indios... Nuestro pasado militar es copioso, pero lo indiscutible es que el argentino, en trance de pensarse valiente, no se identifica con él (pese a la preferencia que en las escuelas se da al estudio de la historia) sino con las vastas figuras genéricas del Gaucho y del Compadre. Si no me engaño, este rasgo instintivo y paradójico tiene su explicación. El argentino hallaría su símbolo en el gaucho y no en el militar, porque el valor cifrado en aquél por las tradiciones orales no está al servicio de una causa y es puro. El gaucho y el compadre son imaginados como rebeldes; el argentino, a diferencia de los americanos del Norte y de casi todos los europeos, no se identifica con el Estado. Ello puede atribuirse al hecho general de que el Estado es una inconcebible abstracción;* lo cierto es que el argentino es un individuo, no un ciudadano. Aforismos como el de Hegel "El Estado es la realidad de la idea moral" le parecen bromas siniestras. Los films elaborados en Hollywood repetidamente proponen a la admiración el caso de un hombre (generalmente, un periodista) que busca la amistad de un criminal para entregarlo después a la policía; el argentino, para quien la amistad es una pasión y la policía una maffia, siente que ese "héroe" es un incomprensible canalla. Siente con don Quijote que "allá se lo haya cada uno con su pecado" y que "no es bien que los hombres honrados sean verdugos de los otros hombres, no yéndoles nada en ello" (Quijote, 1, XXII). Más de una vez, ante las vanas simetrías del estilo español, he sospechado que diferimos insalvablemente de España; esas dos líneas del Quijote han bastado para convencerme de error; son como el símbolo tranquilo y secreto de una afinidad. Profundamente la confirma una noche de la literatura argentina: esa desesperada noche en la que un sargento de la policía rural gritó que no iba a consentir el delito de que se matara a un valiente y se puso a pelear contra sus soldados, junto al desertor Martín Fierro.



El Estado es impersonal; el argentino sólo concibe una relación personal. 
Por eso, para él, robar dineros públicos no es un crimen. 
Compruebo un hecho, no lo justifico o disculpo.


En Evaristo Carriego (1930)
Foto Borges en su casa, 1981

6/7/15

William Gibson: Una invitación (Introducción a "Labyrinths" de J. L. Borges)






Leí por primera vez Labyrinths de Jorge Luis Borges en una butaca tapizada de un brocado suave, verde lechuga, estampada con hojas que no eran ellas mismas distintas a la lechuga, aunque también fueran como nubes, o tal vez conejos. La recuerdo como un ambiente en y de sí mismo, habiéndola conocido desde mi primera infancia. Era el único lugar más o menos seguro en una habitación que recuerdo como ominosamente formal y adulta, una habitación dominada por grandes muebles oscuros que pertenecían a la familia de mi madre. Uno de ésos era un escritorio demasiado alto, con una estantería encima que tenía dos puertas largas y sólidas y la débil reputación de haber pertenecido al héroe revolucionario Francis Marion. Sus cajones inferiores olían espantosa y químicamente a tiempo, y dentro de ellos había, plegados, unos rollos de papel con los muertos del condado en la Gran Guerra.

Ahora sé que yo creía, sin querer admitirlo demasiado, que ese escritorio estaba embrujado.

Descubrí a Borges en una de las más liberales antologías de ciencia ficción, que había incluido su cuento “Las ruinas circulares”. Eso me intrigó lo suficiente y busqué Labyrinths, que, imagino, debió haber sido bastante difícil de encontrar, aunque ya no recuerdo esas dificultades. Recuerdo, sin embargo, la sensación, a la vez compleja y, de forma misteriosa, simple, producida por mi primera lectura de “Tlön, Uqbar, Orbis Tertius”, sentado en aquella butaca verde.

Si el concepto de software hubiera estado a mi alcance, imagino que me habría sentido como si estuviera instalando algo que aumentara de manera exponencial lo que un día se llamaría ancho de banda, aunque ancho de banda de qué me era imposible saberlo. Esta sublime y cósmicamente cómica fábula sobre información pura (id est, lo ficticio puro) que gradual e implacable se infiltra en lo cotidiano hasta consumirlo, abrió algo que nunca ha sido cerrado dentro de mí.

O sin mí, tal vez, como entendí hambriento y deleitado, mientras los borgianos corredores de espejos se abrían a mi alrededor en todas direcciones. Décadas más tarde, ahora, entiendo la palabra meme, hasta donde puedo entenderla, en términos del mensaje viral de Tlön, su vector inicial, unas pocas páginas misteriosamente sobrantes en un volumen por demás ordinario en apariencia de una enciclopedia para nada estelar.

Las obras que recordamos toda la vida haber leído por primera vez son verdaderos hitos, pero Labyrinths fue uno profundamente singular, para mí, y creo que lo sabía entonces, en mi primera adolescencia. Me fue demostrado esa tarde. Probado. Porque, al tiempo en que había terminado con “Tlön” (aunque uno nunca termina con “Tlön”, ni, de hecho, con ningún cuento de Borges) y había atravesado “El jardín de senderos que se bifurcan” y me había maravillado, con los ojos saltados, con “Pierre Menard, autor del Quijote”, descubrí que había dejado de temer cualquier influencia que pudiera habitar en el imponente escritorio de Francis Marion.

Borges, esta voz elegante y misteriosa, a quien desde el primer instante había aceptado como el más bienvenido de los tíos; este habitante de un lugar mítico llamado Buenos Aires, había de algún modo disuelto en gran parte mi superstición infantil. Había estirado paradigmas básicos tan sin esfuerzo, parecía, como otro caballero podría inclinar su sombrero y guiñar, y yo había sentido una cierta crudeza, una cierta necedad caer.

Me senté, cambiado, en la silla verde, y contemplé un mundo distinto, uno cuyos apuntalamientos me habían sido revelados de una vez infinitamente más misteriosos e interesantes de lo que había podido imaginar.

Cuando dejé esa habitación, me llevé a Borges conmigo, y mi vida ha sido mejor por eso, mucho mejor.

Si aún no has conocido al caballero, sólo puedo urgirte a que lo hagas. Con humildad, no puedo tener otra función, aquí al frente de esta ahora venerable colección de ficciones incomparables, que actuar, breve por piedad, como una suerte de mayordomo. No soy un erudito en Borges, ni, en verdad, ningún tipo de erudito, pero estoy honrado (aunque también avergonzado, sintiéndome indigno) de invitarte.

Por favor.

Muchas tardes, décadas, después de mi propia introducción a Borges, me encontré en Barcelona, a fines de un diciembre, en un festival que celebraba su vida y su obra. Los eventos del festival tenían como escenario una enorme fortaleza o castillo reutilizado, una estructura que imaginé había descansado polvorienta y silenciosa durante los años que parecieron siglos de mando terrible de Francisco Franco, pero que ahora, gracias al confiado y enérgico resurgimiento de la cultura catalana y a las enormes sumas de capital de la Unión Europea, zumbaba y brillaba como el tubo de una aspiradora dentro de un relicario del siglo XIII.

Una tarde, solo, me fui a la busca de una rumoreada muestra de manuscritos y otra miscelánea borgiana, en un hall de un piso superior. Encontrando esto, descubrí que esos objetos eran mostrados tras un vidrio, pero un vidrio tratado de tal forma que se acercara al efecto del comienzo de su glaucoma. Estas reliquias eran visibles sólo estrechamente, y en una forma que imponía una danza dolorosa y molesta en la cabeza si se debían estudiar de cerca. Recuerdo la peculiar, infantil pendiente, de izquierda a derecha, de su letra en una página manuscrita, y la delicadeza de una miniatura laqueada en rojo de una jaula de pájaros china, regalo de un poeta amigo.

Salí caminando, entonces, después de haber sido invitado para encontrarme más tarde en un bar en La Rambla con Alberto Manguel, la única persona a mi alcance que había conocido a Borges. Manguel, cuando lo había visto por primera vez, una década antes, me dijo que él mismo había hablado con un hombre que había conocido a Franz Kafka. ¿Y qué tenía para decir esa persona de Kafka?, pregunté. Que Kafka, me había contado Manguel, sabía todo lo que se podía saber sobre el café. Pero no pude recordar entonces si Manguel tenía alguna información de ese tipo para compartir sobre Borges, y me propuse preguntarle cuando nos viéramos.

Caminando a través de la Plaça Catalunya descubrí un reciente monumento a una figura catalana, mártir de la guerra civil. Este monumento era grave y terrible, chocante. Un vuelo monolítico de escaleras de granito inclinadas de manera poco natural, imposible, hacia delante sobre sí mismas, sobre la horizontal. Una negación de lo que las escaleras y el vuelo y una vida son aspiración. Me paré cerca, temblando, para intentar descifrar la inscripción. Sin poder hacerlo, caminé hacia La Rambla. Allí me encontré con Manguel y sus amigos. Y en el curso de una discusión sobre su nueva posición en el país, en Francia, olvidé hablarle de Borges.

Unos días después, en mi casa en Vancouver, me senté a la computadora y vi la transmisión en vivo de una cámara de video puesta en algún sitio alto de un edificio, con vista a la Plaça Catalunya. Y en mi pantalla estaba ese terrible monumento, las escaleras de granito, rotadas de manera imposible, mudo símbolo de negación.

Y parado a su lado había un hombre vestido con un abrigo marrón, no muy distinto al que yo había usado cuando intentaba descifrar la inscripción.

Me estimulaban, en ese momento, tecnologías que Borges, nuestro tío heresiarca, con sus doctrinas del tiempo circular, sus tigres invisibles, sus paradojas, sus cuchilleros y espejos y ocasos, no había necesitado. Y en ese momento, como sabrás pronto si sos lo suficientemente venturoso como para ignorar la extrañeza de nuestro encuentro aquí y entrar a lo que te espera, supe, una vez más, que estaba en el laberinto.





Traducción Francisco Alvez Francese [FB]

Jorge Luis Borges: Labyrinths Selected Stories Other Writings 
Donald A. Yates (Editor), James E. Irby (Editor), 
William Gibson (Introduction), André Maurois (Contributor)
New Directions, 2007






Fotos

Arriba: 
William Gibson por Frederic Poirot
taken during the Spook Country promotional tour in San Francisco, California, 2007 


Al pie:
Monumento a Francesc Macià, Barcelona, España 
Foto original color de Caio Graco Machado



5/7/15

Jorge Luis Borges: Epílogo [El Aleph]




borgestodoelanio.blogspot.com




Fuera de Emma Zunz (cuyo argumento espléndido, tan superior a su ejecución temerosa, me fue dado por Cecilia Ingenieros) y de la Historia del guerrero y de la cautiva que se propone interpretar dos hechos fidedignos, las piezas de este libro corresponden al género fantástico. De todas ellas, la primera es la más trabajada; su tema es el efecto que la inmortalidad causaría en los hombres. A ese bosquejo de una ética para inmortales, lo sigue El muerto: Azevedo Bandeira, en ese relato, es un hombre de Rivera o de Cerro Largo y es también una tosca divinidad, una versión mulata y cimarrona del incomparable Sunday de Chesterton. (El capítulo XXIX del Decline and Fall of the Roman Empire narra un destino parecido al de Otálora, pero harto más grandioso y más increíble.) De Los teólogos basta escribir que son un sueño, un sueño más bien melancólico, sobre la identidad personal; de la Biografía de Tadeo Isidoro Cruz, que es una glosa al Martín Fierro. A una tela de Watts, pintada en 1896, debo La casa de Asterión y el carácter del pobre protagonista. La otra muerte es una fantasía sobre el tiempo, que urdía la luz de unas razones de Pier Damiani. En la última guerra nadie pudo anhelar más que yo que fuera derrotada Alemania; nadie pudo sentir más que yo lo trágico del destino alemán; Deutsches Requiem quiere entender ese destino, que no supieron llorar, ni siquiera sospechar, nuestros "germanófilos", que nada saben de Alemania. La escritura del dios ha sido generosamente juzgada; el jaguar me obligó a poner en boca de un "mago de la pirámide de Qaholon", argumentos de cabalista o de teólogo. En El Zahir y El Aleph creo notar algún influjo del cuento The Crystal Egg (1899) de Wells.


J.L.B.
Buenos Aires, 3 de mayo de 1949


Posdata de 1952. Cuatro piezas he incorporado a esta reedición. Abenjacán el Bojarí, muerto en su laberinto no es (me aseguran) memorable a pesar de su título tremebundo. Podemos considerarlo una variación de Los dos reyes y los dos laberintos que los copistas intercalaron en las 1001 Noches y que omitió el prudente Galland. De La espera diré que la sugirió una crónica policial que Alfredo Doblas me leyó, hará diez años, mientras clasificábamos libros según el manual del Instituto Bibliográfico de Bruselas, código del que todo he olvidado, salvo que a Dios le corresponde la cifra 231. El sujeto de la crónica era turco; lo hice italiano para intuirlo con más facilidad. La momentánea y repetida visión de un hondo conventillo que hay a la vuelta de la calle Paraná, en Buenos Aires, me deparó lo historia que se titula El hombre en el umbral; la situé en la India para que su inverosimilitud fuera tolerable.




El Aleph (1949, 1952)
Foto Raúl Urbina/Cover/Getty Images

4/7/15

Jorge Luis Borges: All our yesterdays







Quiero saber de quién es mi pasado.
¿De cuál de los que fui? ¿Del ginebrino
que trazó algún hexámetro latino
que los lustrales años han borrado?
¿Es de aquel niño que buscó en la entera
biblioteca del padre las puntuales
curvaturas del mapa y las ferales
formas que son el tigre y la pantera?
¿O de aquel otro que empujó una puerta
detrás de la que un hombre se moría
para siempre, y besó en el blanco día
la cara que se va y la cara muerta?
Soy los que ya no son. Inútilmente
soy en la tarde esa perdida gente.




En La rosa profunda (1975)
Foto original color Raul Urbina/Cover/Getty Images



3/7/15

Jorge Luis Borges: Despedida









Entre mi amor y yo han de levantarse
trescientas noches como trescientas paredes
y el mar será una magia entre nosotros.

No habrá sino recuerdos.
Oh tardes merecidas por la pena,
noches esperanzadas de mirarte,
campos de mi camino, firmamento
que estoy viendo y perdiendo...
Definitiva como un mármol
entristecerá su ausencia otras tardes.



En Fervor de Buenos Aires (1923)
Retrato de Borges, J. Kudelmarf

2/7/15

Jorge Luis Borges: Lluvia







El budismo niega el yo. Una de las ilusiones capitales es la del yo. El budismo concuerda así con Hume, con Schopenhauer y con nuestro Macedonio Fernández. No hay un sujeto, lo que hay es una serie de estados mentales. Si digo «yo pienso», estoy incurriendo en un error, porque supongo un sujeto constante y luego una obra de ese sujeto, que es el pensamiento. No es así. Habría que decir, apunta Hume, no «yo pienso», sino «se piensa», como se dice llueve. Al decir llueve, no pensamos que la lluvia ejerce una acción; no, está sucediendo algo. De igual modo, como se dice hace calor, hace frío, llueve, debemos decir: se piensa, se sufre, y evitar el sujeto.

JLB: Siete noches, 1980

Uno siente la lluvia y uno piensa: «Bueno, ésta es la lluvia de la infancia.»

Antonio Carrizo: Borges el memorioso, 1983





En Antonio Fernández Ferrer & Jorge Luis Borges: Borges A-Z (1988)
La Biblioteca de Babel, 33
Imagen: Monumento a Borges en la Biblioteca Nacional de Bs. As.
Foto Isaías Garde, abril 2014



1/7/15

Jorge Luis Borges: Los Lamed Wufniks - Los justos




© dpa Picture-Alliance borgestodoelanio.blogspot.com




Los Lamed Wufniks

Hay en la tierra, y hubo siempre, treinta y seis hombres rectos cuya misión es justificar el mundo ante Dios. Son los Lamed Wufniks. No se conocen entre sí y son muy pobres. Si un hombre llega al conocimiento de que es un Lamed Wufnik muere inmediatamente y hay otro, acaso en otra región del planeta, que toma su lugar. Constituyen, sin sospecharlo, los secretos pilares del universo. Si no fuera por ellos, Dios aniquilaría al género humano. Son nuestros salvadores y no lo saben.
Esta mística creencia de los judíos ha sido expuesta por Max Brod.
La remota raíz puede buscarse en el capítulo dieciocho del Génesis, donde el Señor declara que no destruirá la ciudad de Sodoma, si en ella hubiere diez hombres justos.

Los árabes tienen un personaje análogo, los Kutb.


En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero 



Los Justos

Un hombre que cultiva su jardín, como quería Voltaire.
El que agradece que en la tierra haya música.
El que descubre con placer una etimología.
Dos empleados que en un café del Sur juegan un silencioso ajedrez.
El ceramista que premedita un color y una forma.
El tipógrafo que compone bien esta página, que tal vez no le agrada.
Una mujer y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto.
El que acaricia a un animal dormido.
El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho.
El que agradece que en la tierra haya Stevenson.
El que prefiere que los otros tengan razón.
Esas personas, que se ignoran, están salvando el mundo.


En La cifra (1981)


Foto Borges en Roma 1982 
© Roberto Pera - Corbis - Deustche Press Agency 




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