10/10/16

Borges secreto [Entrevista de Jorge Montagnaro, 1980]





Desde hace un tiempo proliferan en las librerías obras cuya temática, de algún modo, tiene que ver con el ocultismo, o con el Oriente, al menos: yoga, parasicología, tarot, magia, etc., etc. ¿A qué causa atribuye este fenómeno?
—A la decadencia de Occidente. Indudablemente Occidente está sufriendo una decadencia.
Octavio Paz escribió que los Estados Unidos están padeciendo una decadencia. También dijo que Estados Unidos es la proa de Occidente…
—Desgraciadamente sí. En el siglo XIX Estados Unidos era un país muy rico en progreso, en experimentos; dio hombres como Poe, Emerson, Melville; fíjese que la ballena blanca data de 1851. Actualmente los Estados Unidos es un país muy pobre, pero sigamos con la decadencia de Occidente. A ella contribuyeron esas dos guerras civiles que tuvo Europa; no sé por qué las llamaron guerras mundiales.
¿A esa decadencia se debe entonces que busquemos las llamadas reservas espirituales en Oriente?
—Podría ser. Pero no es tan así. Hace poco estuve en el Japón. Los japoneses ejercen el Occidente mejor que nosotros. Yo me compré una máquina de afeitar japonesa, que era mucho mejor que la que tenía antes, que era inglesa. En cuanto al ocultismo, le diré que es posible. Mi padre dijo una vez que en este mundo todo es posible. Yo pienso también que la magia es posible. No creo que la razón alcance para explicar todas las cosas…
Magia es una palabra que usted usa frecuentemente.
—¿Sí?
Sí. Y hasta se me ocurre que usted debe tener algún talismán escondido. Es una sospecha nomás…
—Qué raro. Ayer escribí algo sobre los talismanes. Aunque no voy a revelar qué escribí; y a mi próximo libro lo voy a titular “Los talismanes”.
Pero no me dijo si tiene talismanes, o no.
—Tengo varios talismanes. Uno de ellos es una pesa de bronce, una pesa de balanza que me regaló Delia Ingenieros. Esa pesa me impresiona, es de un kilo. Tengo otra, muy linda, de medio kilo, que no me impresiona. Una vez tuve un sueño. En ese sueño me encontraba con algo que se llamaba “el peso”. Era un objeto muy pequeño, infinitamente pesado. Creo que escribí un cuento con eso…
Sería un cuento muy borgiano, sin duda…
—Qué vamos a hacer. Trato de no ser borgiano. Ser borgiano es una mala costumbre…
Además de las pesas ¿qué otro talismán tiene?
—Una brújula. Una brujulita, ¿no? La brújula es un objeto misterioso. El hecho de que una aguja propenda al Norte… Como digo yo en ese poema: “Con algo de reloj visto en un sueño / Y algo de ave dormida que se mueve”. La brújula es como un reloj visto en un sueño, modificado. Me gustaría tener una brújula más grande…
Alguna vez leí que usted tiene un facón del cual prefiere no hablar. Ese facón no se lo ha mostrado a nadie…
—Un facón no. Es un puñal toledano que le regaló Álvaro Lafinur a mi padre. Lafinur cometió dos pecados imperdonables en Montevideo: hablar mal de Artigas y hablar mal del gaucho. A propósito de magias y de gauchos, Xul Solar, que era astrólogo, le quiso hacer creer a Lugones que en el entierro de Güiraldes había muchos dioses. Lugones miró por la ventanilla del tren y dijo: “La pampa es atea”. Nosotros vimos lo mismo que Lugones: pocas vacas, algunos charcos y ningún dios.
¿Ha tenido alguna experiencia telepática?
—La transmisión de pensamiento es un fenómeno no sólo común sino continuo. Continuamente sentimos si nuestro interlocutor es hostil, si es amigo nuestro o si es indiferente. De una mujer nos enamoramos no porque sea linda, eso es superficial. De una mujer nos enamoramos a pesar de las palabras.
Pero no ha contado ninguna experiencia en particular…
—He soñado con alguna persona determinada y al otro día la he encontrado. Hablo de personas que hacía años que no las encontraba. Con mi hermana me ocurrieron muchas cosas de este tipo y con Bioy Casares me ocurrió otro tanto. Estábamos preparando un trabajo sobre sir Thomas Browne, cuando encontramos una frase de San Agustín, creo, que decía “Defiéndeme Dios de mí”. “Defiéndeme” tenía una errata. Tres veces y en tres ediciones distintas, en el mismo día, encontré la misma errata. Eso no fue una coincidencia. Quizá esa errata no la hubiera encontrado nunca.
Usted, reacio a todo disfraz, siendo niño insistió en que su madre lo disfrazara de diablo, ¿eso fue una diablura o una simetría mágica?
—Me sentí lindísimo con ese disfraz colorado. Lo cual fue un error. Es que cometí muchos errores. Otro error fue hacerme ultraísta.
Es curioso que Adolfo Bioy Casares, con quien usted compartió el seudónimo de Bustos Domecq, y lo que es más, con quien escribió El libro del cielo y del infierno, también, siendo chico, se disfrazó de diablo: “Era un diablo con cuernos y cola y yo me desilusioné por la falta de poderes de ese diablo. Además, era un diablo muy triste, muy desventurado, porque me disfracé en Las Flores, en el medio del campo, donde no había ni corso ni bailes de disfraz”. Me lo contó Bioy Casares, por teléfono.
—No conocía ese disfraz de Bioy. Nunca me lo había contado. Es muy curioso ¿no?
Cosa e’Mandinga. También debe ser cosa e’ Mandinga que uno de sus libros preferidos, la Divina Comedia, haya sido escrito por Dante, un ocultista. Un Rosacruz, según René Guénon; y según los rosacruces, también.
—Los rosacruces tienen el origen en el siglo XIII. Dante no era Rosacruz. Seguramente los rosacruces se inventaron un pasado. También se dice que Shakespeare era ocultista, y eso es erróneo. Las brujas de Macbeth tienen una explicación. En Macbeth el paisaje es escocés. El rey Jacobo I era escocés y había escrito un tratado de demonología, asunto que, al parecer, le preocupaba mucho. Shakespeare incluyó a las brujas para complacer a ese rey escocés.
Da la impresión que usted sabe mucho de magia, pero calla. Usted estudió la cábala, egiptología, tuvo acceso a los libros sagrados…
—Lamentablemente desconozco el hebreo; también he estudiado otros asuntos: cálculo infinitesimal, por ejemplo; pero lo que me ha atraído siempre son las metáforas, las mejores metáforas, sean de quien sean, no tienen explicación. Son mágicas.
Borges seguramente hubiera preferido hablar de cuchilleros. Por eso al filo de la despedida, masculló algo de un compadrito apellidado Muraña. Y hay más: cuando al cumplir con una elemental norma de cortesía el cronista pronunció —subrayando la palabra— “encantado”, el viejo y astuto escritor sonrió sobradoramente, y dijo:
—Ese talismán, ese puñal toledano del cual prefiero no hablar… Capaz que lo perdí en alguna mudanza…



* En revista Siete Días, Buenos Aires, 30 de septiembre de 1980
Entrevista de Jorge Montagnaro

Luego en Textos recobrados 1956-1986
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© Emecé editores
Buenos Aires, 2003

Foto: Borges (1975) by Willis Barnstone 
at Borges at Eighty: Conversations, AA.VV., 1982 
Edition, foreword and photographs: Willis Barnstone 
Contributing authors: Willis Barnstone, Alastair Reid, 
Dick Cavett, Alberto Coffa, Kenneth Brechner & Jaime Alazraki




9/10/16

Jorge Luis Borges: Esquela manuscrita inédita, dirigida a Ulyses Petit de Murat [Buenos Aires, ca. 1928]









compartidor de calles y de versos ¡salve! - A mí, enredado en un certamen literario en Liniers, me sucedió votar por un cuento criollo, cuyo imprevisto autor resultó ser el doctor Clodomiro Cordero, adornado después con una medalla de oro en la supuesta publicidad de un cinematógrafo de barrio (Rivadavia al once mil). Esa colaboración en una apoteosis y el haber intentado conversar anoche con Enrique Banchs, hombre dulce y despavorido, son las únicas noticias raras que se me ocurren. También he visto a Octavio (no muy bien), a Cetara, a Xul, a Paco Luis, a alguna altiva y desganada hermana de Norah Lange y a la calle Montenegro. (Hace unas noches -aprovechando nuestra ausencia- floreció un tiroteo malevo-policial en una callecita profunda y fue muerto de un balazo un furquero llamado con buen sentido del color local, Antonio Rosendo). Esta fotografía de lavanderas en el Bajo es apta para el cultivo patriótico de recuerdos imaginarios. ¿Cuándo te restituís al NORTE? Un abrazo de (fdo.) Georgie. [Al margen]: ¡Viva Groussac!


Nota de Víctor Aizenman: Texto ológrafo de 24 líneas, escrito en tinta negra sobre el dorso de una tarjeta postal publicada por la Librería “Mitchell’s”, cuyo frente muestra una fotografía de lavanderas en el Bajo [“Riverside Washerwomen, Year 1888”], “apta para el cultivo patriótico de recuerdos imaginarios” (Borges, sic), completada con una vista de la Aduana Taylor y el Ferrocarril del Norte.- Impecable conservación. Encantadora tarjeta postal dirigida a Ulyses Petit de Murat, (“compartidor de calles y de versos”), plena de suave e inteligente ironía, con alusiones, entre otros, a Enrique Banchs (“hombre dulce y despavorido), a Xul Solar, a Fancisco Luis Bernárdez y a Norah Lange. Menciona un concurso literario en el que actuó como jurado y votó por un cuento criollo de Clodomiro Cordero, y relata, con humor socarrón, un episodio policial que demuestra su conocido interés por la vida marginal de malevos y cuchilleros. Concluye con un inesperado y entusiasta “¡Viva Groussac!” (Paul Groussac, escritor francés que se estableció en Argentina, desarrolló una extensa obra de ensayista, narrador e historiador escrita magistralmente en español, fue Director de la Biblioteca Nacional Argentina y, como Borges, quedó ciego.) 



Pieza postal propiedad del librero Víctor Aizenman
Buenos Aires, Argentina
Material inédito no encuadernado





8/10/16

Jorge Luis Borges: Él






Los ojos de tu carne ven el brillo
del insufrible sol, tu carne toca
polvo disperso o apretada roca;
Él es la luz, lo negro y lo amarillo.

Es y los ve. Desde incesantes ojos
te mira y es los ojos que un reflejo
indagan y los ojos del espejo,
las negras hidras y los tigres rojos.

No le basta crear. Es cada una
de las criaturas de Su extraño mundo:
las porfiadas raíces del profundo

cedro y las mutaciones de la luna.
Me llamaban Caín. Por mí el Eterno
sabe el sabor del fuego del infierno.



En El otro, el mismo (1964)
Foto: Saamer Makarius Vía


7/10/16

Fernando Sorrentino: Borges en el cine






F.S. ¿Vio la versión fílmica del Martín Fierro?1

J.L.B. Más exacto sería decir que la oí, porque, en cuanto a ver, se trata de una hipérbole o de una metáfora, en mi caso: yo veo muy poco...

F.S. Y dentro de lo que vio u oyó, ¿qué nos puede decir?

J.L.B. La verdad es que la película no me interesó, y tengo la impresión de que tampoco le interesaba al director. Tanto es así, que yo me pregunté por qué había elegido él un tema que, evidentemente, lo dejaba del todo frío. Desde luego, yo encuentro diversos errores en la película. Ante todo, la veo concebida como una suerte de comedia musical. Uno está oyendo continuamente ese tipo de música que ahora se llama folklórica, y cualquier persona que haya vivido en el campo sabe que pueden pasar meses enteros sin que se oiga una sola guitarra. En cambio, aquí uno tiene una impresión casi continua de fiesta folklórica. Además, creo que el propósito de Hernández, al escribir el poema, era mostrar cómo el Ministerio de la Guerra, mediante la leva, mediante el servicio obligatorio en la frontera, iba maleando a los hombres; es decir, demostrar cómo Martín Fierro empieza siendo un buen hombre, un paisano respetado, y luego cómo el servicio en el ejército lo convierte en un desertor, en un asesino, en un borracho, en un prófugo, y cómo finalmente, con toda inocencia, se pasa al lado de los indios. Es decir, él toma parte en la conquista del desierto sin comprenderla. Me parece que esto puede ser bastante verosímil; me parece que, sin duda, los soldados entendían muy poco de esas cosas: eran gauchos que no podían tener el concepto de patria, y menos aún podían pensar que ellos representaban la causa de la civilización contra la causa de la barbarie. Todo eso pudo ser aprovechado en el film, y, en cambio, al final de la película, uno no sabe si se debe considerar a Martín Fierro como a un pobre hombre que ha sido obligado por las circunstancias a ser un asesino y un desertor, o si debe considerarlo un personaje admirable, y admirado por quienes han hecho el film. Además, creo que si hay algo que se nota leyendo el Martín Fierro (y conste que yo sé muchas páginas de memoria y que he preparado con Adolfo Bioy Casares un libro2 en que está reunida toda la poesía gauchesca desde Bartolomé Hidalgo hasta Hernández, y en el que hay obras, naturalmente, de Ascasubi, de Estanislao del Campo, de Lussich y de otros), además de todo el Martín Fierro anotado, es que este último libro, a diferencia de otras piezas del mismo género, es un libro deliberadamente gris. Por ejemplo, el Fausto de Estanislao del Campo ha sido escrito en colores:

En un overo rosao,
flete nuevo y parejito...

En él tenemos descripciones de la pampa, del paisaje. Y, en cambio, el film Martín Fierro está lleno de colores, a diferencia del libro, que es más bien un libro gris y un libro triste, y en el cual nunca hay descripciones de la llanura, lo cual está bien porque un gaucho no hubiera visto pictóricamente esas cosas. A mí me pareció, en fin, un film que no me atrevo a calificar de bueno, y creo que el director ha de estar plenamente de acuerdo conmigo. Creo que posiblemente ha sido hecho como una empresa comercial, sin mayor entusiasmo por el texto.

F.S. Tengo entendido que Torre Nilsson había filmado antes su cuento "Emma Zunz"3

J.L.B. Sí, lo filmó, y realmente no creo que lo hiciera bien. Agregó una historia sentimental que no tenía por qué figurar, y lo llenó de toda suerte de detalles sentimentales que parecen contradecir la historia, que es una historia dura. Yo le aconsejé a él que no podía hacerse un film con "Emma Zunz". El argumento era demasiado breve, yo lo había escrito de un modo apretado, y hubiera sido mucho mejor hacer tres pequeños films. Uno, digamos con un cuento de Mujica Láinez; otro, digamos con un cuento de Silvina Ocampo o de Adolfo Bioy Casares; y luego un cuento mío, que podría haber contado sin intercalar esos episodios del todo ajenos. Pero él me dijo que no, que él creía que podía hacerse un film con esa historia tan breve y lo hizo, pero llenándolo de episodios sentimentales que debilitan el film.

F.S. ¿Y la versión fílmica de "Hombre de la esquina rosada"4 le agradó?

J.L.B. Sí, y me agradó tanto que... Puedo confesar ahora que yo la vi con prevención, porque a mí el cuento no me gusta, por diversas razones. Y en cambio el film me pareció —a pesar de algún relleno acaso inevitable, ya que también persistieron en hacer un film largo— infinitamente superior al cuento. Yo vi dos o tres veces el film: me agradó mucho, me pareció que los actores trabajaban bien, que la dirección era excelente. De modo que creo que la versión fílmica mejora el texto original.

F.S. Y de la película Invasión,5 ¿qué nos puede decir?

J.L.B. Ése es un film que realmente me interesó mucho, y del cual puedo hablar con toda libertad, ya que me cabe a mí (si es que pueden medirse esas cosas) una tercera parte del film, puesto que yo lo he hecho en colaboración con Muchnik y con Adolfo Bioy Casares. En todo caso, se trata de un film fantástico y de un tipo de fantasía que puede calificarse de nueva. No se trata de una ficción científica a la manera de Wells o de Bradbury. Tampoco hay elementos sobrenaturales. Los invasores no llegan de otro mundo y tampoco es psicológicamente fantástico: los personajes no actúan —como suele ocurrir en las obras de Henry James o de Kafka— de un modo contrario a la conducta general de los hombres. Se trata de una situación fantástica: la situación de una ciudad (la cual, a pesar de su muy distinta topografía, es evidentemente Buenos Aires) que está sitiada por invasores poderosos y defendida —no se sabe por qué— por un grupo de civiles. Esos civiles no son desde luego esa nueva versión de Douglas Fairbanks que se llama James Bond. No: son hombres como todos los hombres, no son especialmente valientes, ni, salvo uno, excepcionalmente fuertes. Son gente que trata simplemente de salvar a su patria de ese peligro y que van muriendo o haciéndose matar sin mayor énfasis épico. Pero yo he querido que el film sea finalmente épico; es decir, lo que los hombres hacen es épico, pero ellos no son héroes. Y creo que en esto consiste la épica; porque si los personajes de la épica son personas dotadas de fuerzas excepcionales o de virtudes mágicas, entonces lo que hacen no tiene mayor valor. En cambio, aquí tenemos a un grupo de hombres, no todos jóvenes, bastante banales algunos, hay alguno que es padre de familia, y esta gente está a la altura de esa misión que han elegido. Y creo que, además de lo raro de esta fábula, hemos resuelto bien el gran problema técnico que teníamos (que supongo que es el problema que enfrentan quienes dirigen westerns): el hecho de que tiene que haber muchas muertes violentas (esto ocurría antes con los films de gangsters, que no sé si se hacen todavía: creo que no), el hecho de que tiene que haber muchas muertes violentas, y que esas muertes violentas tienen, sin embargo, que ser distintas: no pueden ser repetidas y monótonas. De modo que —lo repito— hemos intentado (no sé con qué fortuna) un tipo nuevo de film fantástico: un film basado en una situación que no se da en la realidad, y que debe, sin embargo, ser aceptada por la imaginación del espectador. Creo que en algún libro de Coleridge se habla de ese tema, el tema de lo que cree el espectador en el teatro o de lo que cree el lector de un libro. El espectador no ignora que está en un teatro, el lector sabe que está leyendo una ficción; y sin embargo, debe creer de algún modo en lo que lee. Coleridge encontró una frase feliz. Habló de a willing suspension of disbelief: una suspensión voluntaria de la incredulidad. Y espero que hayamos logrado eso durante las dos horas de Invasión. Quiero recordar además que Troilo ha compuesto, para una milonga cuya letra es meramente mía, una música admirable. Creo, además que el cinematógrafo, como otros géneros (el teatro, la conferencia) es siempre una obra de colaboración. Es decir, creo que el éxito de un film, de una conferencia, de una pieza de teatro, depende también del público. Y sentí curiosidad por saber cómo recibiría Buenos Aires ese film, que no se parece a ningún otro, y que no quiere parecerse a ningún otro. En todo caso, hemos inaugurado un género nuevo —me parece— dentro de la historia del cinematógrafo.



Notas

1 Dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, protagonizada por Alfredo Alcón, con Lautaro Murúa, Leonardo Favio, Wálter Vidarte, Graciela Borges, Julia von Grolman, María Aurelia Bisutti y Fernando Vegal en los personajes principales. En la adaptación del texto colaboraron el mismo Torre Nilsson, Beatriz Guido, Luis Pico Estrada y Ulyses Petit de Murat. 
2 Poesía gauchesca. Edición, prólogo, notas y glosario de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, dos tomos (México, Fondo de Cultura Económica, 1955). 
3 Con el título de Días de odio. Adaptación de Torre Nilsson y Jorge Luis Borges. Productor: Armando Bo. Elenco: Elisa Christian Galvé, Duilio Marzio y Nicolás Fregués. 
4 El hombre de la esquina rosada, dirigida por René Mugica, con Francisco Petrone en el papel de Francisco Real, Susana Campos y Walter Vidarte. 
5 Dirigida por Hugo Santiago (Muchnik). En los personajes protagónicos actuaron Olga Zubarry, Lautaro Murúa y Juan Carlos Paz (prestigioso compositor y musicólogo en su debut cinematográfico como actor).







En Fernando SorentinoSiete conversaciones con Jorge Luis Borges
Buenos Aires, Editorial Losada, 2007, págs. 34-36
Foto: Borges en el set de filmación de Invasión de Hugo Santiago Vía
Al pie: pósters originales de las tres películas comentadas




6/10/16

Jorge Luis Borges: Casi Juicio Final






Mi callejero no hacer nada vive y se suelta por la variedad de la noche.
La noche es una fiesta larga y sola.
En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo.
He atestiguado el mundo; he confesado la rareza del mundo.
He cantado lo eterno: clara luna volvedora y las mejillas que apetece el amor.
He conmemorado con versos la ciudad que me ciñe y los arrabales que me desgarran.
He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre.
A los antepasados de mi sangre y a los antepasados de mis sueños he exaltado y
cantado.
He sido y soy.
He trabado en firmes palabras mi sentimiento que pudo haberse disipado en ternura.
El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón.
Como el caballo muerto que la marea inflige en la playa, vuelve a mi corazón.
Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna.
El agua sigue siendo dulce en mi boca y las estrofas no me niegan su gracia.
Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme si esta gran luna de mi
soledad me perdona?



En Luna de enfrente (1925)
Foto: Borges (1975) by Willis Barnstone at Borges at Eighty: Conversations, AA.VV., 1982
Edition, foreword and photographs: Willis Barnstone
Contributing authors: Willis Barnstone, Alastair Reid, Dick Cavett,
Alberto Coffa, Kenneth Brechner & Jaime Alazraki



5/10/16

Jorge Luis Borges: Militar







  Hace unos días… obtuve algún éxito en una conferencia hablando de gentes y de otras cosas. Dije: «Claro, parece raro, pero en aquella época, hasta los militares peleaban.»
  Todo el mundo se rió, porque, claro, los militares actuales, ninguno ha peleado en su vida, ni saben nada, todo son revoluciones de palacio.
  Gutiérrez de Lucena, 1975


  Es típico de la mente militar pensar en abstracciones, en territorios, y no en seres humanos.
  Montenegro, 1983


  Yo deseaba ser militar, pero ahora sé que no me era posible porque soy muy cobarde. A medida que el hombre se vuelve más complejo, también se vuelve más cobarde y para ser un buen soldado es mejor ser un poco estúpido.
  La Razón, 1983


  No hay ninguna razón para suponer que los militares puedan gobernar bien. Nos llegan del más artificial de los mundos. Un mundo de jerarquías, órdenes, audiencias, arrestos, saludos, marchas, aniversarios, desfiles y ascensos. Han sido educados para obedecer y se nutren en la esperanza de aumentar el mando. Nada de eso en este mundo se aproxima a la inteligencia. Los militares tienen, además, un concepto puramente material de la historia. Suponer que un gobierno militar puede ser eficaz es tan absurdo como suponer que un gobierno de escritores, de médicos, de abogados, de farmacéuticos o de buzos puede ser eficaz.
  Torres, 1983






En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Retrato de Borges por Annemarie Heinrich, Buenos Aires, 1967
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel


4/10/16

Jorge Luis Borges: La traducción de un incidente






La amistad une; también el odio sabe juntar. Dos nombres hermanados por una fraternidad belicosa como de espadas que en ardimiento de contienda se cruzan son los de Gómez de la Serna y Rafael Cansinos Assens. La discordia eterna del arte se ha incorporado en esos adversarios tácitos y entrañalmente opuestos: en el madrileño tupido, espeso y carnal que sumergido en la realidad —en esa enconadísima dureza que nombran realidad los castellanos— quiere desamarrarse de ella mediante pormenores, grabazones y voluntariosos caprichos y en el andaluz, alto como una llamarada de amotinada hoguera e inhábil en el ademán como un árbol, cuyas palabras lentas y eficaces oyen siempre la pena.
Entre ambos hombres y mejor aún entre ambos espíritus, vaciló durante algún tiempo la mocedad literalizada de España. En la ajustada y casi carcelaria botillería de Pombo estableció Gómez de la Serna su conventículo, en tanto el sevillano juntó a los suyos en el Colonial, café de espejos abismáticos que lejos de deformar la vida, la aceptan y repiten y comentan con insistencias generosas de salmo. Ambas reuniones se realizaban el sábado, ya superada la ritual media noche: circunstancia propicia al fervor y a las divagaciones y achacable no a prestigio alguno de hechicería sino a la gran costumbre nocharniega del vivir español y a la provechosa y aprovechada ociosidad del consecutivo domingo. Ambas tertulias eran privativas; quien frecuentaba la una era exclaustrado religiosamente de la contraria y sólo el admirable Eugenio Montes logró, mediante una destreza intelectual que fue voceado escándalo entre sus compañeros, alternar su discutidora presencia en ambas banderías. Yo milité en la de Cansinos y aún perdura en mí la añoranza de la sabática reunión y de los corazones hoy sueltos cuya vigilia de poesía era unánime frente a la enredada ciudad, que arreciaba como una fuerte lluvia en los cristales del café. Advertirá el lector que están situados en el pasado los verbos y con ello quiero indicar que se ha desbaratado ya esa disputa, vehementísima hace cuatro o cinco años. La indiferencia no ha rematado esa rivalidad. Las travesuras leves abaten las austeras lamentaciones; la greguería ha quebrantado el salmo y los paladeadores de apasionadas imágenes que fervorizaban antaño junto a la sombra luminosa de Cansinos Assens, hoy aventuran chascarrillos en Pombo. A las veladas y a la orientación de Cansinos —ya de hombres graves que el desengaño hizo ribereños del arte— no acuden otros jóvenes que yo, regresado eventual a quienes esconderán mañana las leguas. Tal es el incidente; veamos luego la significación que éste implica.
Antes, quiero adelantar una salvedad. No es intención de estos renglones el comparar, en menoscabo de cualquiera de ellos, las personalidades verdaderas de los dos escritores. Son dos países muy distintos y enmarañados que distan un incaminado trecho el uno del otro, tan bravamente incomparables como lo pueden ser, por ejemplo, la perfección de dejadez y huraño vivir que en todo arrabal porteño me agrada y la nerviosa perfección de codicia que alborota las calles céntricas. Yo sé muy bien que Gómez de la Serna es trágico en ese duro forcejear con su índole reseca de castellano y en esa voluntad de fantasía que inflige a su visión. (Ramón, queriendo hacer labor fantástica, ha realizado la autobiografía de nosotros todos). Yo sé que en la rebusca de metáforas que a Cansinos suele atarear, hay sospechas de juego. Pero la igualación del escritor madrileño a la travesura y del sevillano a la trágica seriedad permanece incólume, pues corrobora la significación banderiza que en ellos ve la juventud y que rige su preferencia.
En eso está lo sintomático. La literatura europea se desustancia en algaradas inútiles. No cunde ni esa dicción de la verdad personal en formas prefijadas que constituye el clasicismo, ni esa vehemencia espiritual que informa lo barroco. Cunden la dispersión y el ser un leve asustador del leyente. En la lírica de Inglaterra medra la lastimera imagen visiva; en Francia todos aseveran —¡cuitados!— que hay mejor agudeza de sentir en cualquier Cocteau que en Mauriac; en Alemania se ha estancado el dolor en palabras grandiosamente vanas y en simulacros bíblicos. Pero también allí gesticula el arte de sorpresa, el desmenuzado, y los escribidores del grupo Sturm hacen de la poesía empecinado juego de palabras y de semejanza de sílabas. España, contradiciendo su historia y codiciosa de afirmarse europea, arbitra que está muy bien todo ello.
No hablaré de culturas que se pierden. La constancia de vida, la duradera continuidad de la vida, es una certidumbre de arte. Aunque las apariencias caduquen y se transformen como la luna, siempre perdurará una esencia poética. La realidad poética puede caber en una copla lo mismo que en un verso virgiliano. También en formas dialectales, en asperezas de jerigonza de cárcel, en lenguajes aun indecisos, puede caber.
Europa nos ha dado sus clásicos, que asimismo son de nosotros. Grandioso y manirroto es el don; no sé si podemos pedirle más. Creo que nuestros poetas no deben acallar la esencia de anhelar de su alma y la dolorida y gustosísima tierra criolla donde discurren sus días. Creo que deberían nuestros versos tener sabor de patria, como guitarra que sabe a soledades y a campo y a poniente detrás de un trebolar.




En Inquisiciones (1925)
Foto: Borges tocca una scultura alla Galleria Nazionale, Palermo, Sicilia  
© Ferdinando Scianna / Magnum Photos, 1984


3/10/16

Jorge Luis Borges: Un monumento







Cabe pensar que un escultor sale en busca de un tema, pero esa cacería mental es menos propia de un artista que de un perseguidor de sorpresas. Más verosímil es conjeturar que el eventual artista es un hombre que bruscamente ve. Para no ver no es imprescindible estar ciego o cerrar los ojos; vemos las cosas de memoria, como pensamos de memoria repitiendo idénticas formas o idénticas ideas. Estoy seguro de que el señor Fulano de Tal, de cuyo nombre no puedo acordarme, vio de golpe algo que ningún hombre, desde el principio de la historia, había visto. Vio un botón. Vio ese instrumento cotidiano que da tanto trabajo a los dedos, y comprendió que para transmitir esa revelación de una cosa sencilla tenía que aumentar su tamaño y ejecutar el vasto y sereno círculo que vemos en esta página y en el centro de una plaza de Filadelfia.






En Atlas (1984)
Foto: Borges en su departamento, 1° de agosto de 1974,
©Associated Press (AP)
Al pie: Monumento al Botón (Claes Oldenburg) aludido y fotografiado en Atlas


2/10/16

Jorge Luis Borges: Curso de los recuerdos







Recuerdo mío del jardín de casa:
vida benigna de las plantas,
vida cortés de misteriosa
y lisonjeada por los hombres.
Palmera la más alta de aquel cielo
y conventillo de gorriones;
parra firmamental de uva negra,
los días de verano dormían a tu sombra.
Molino colorado:
remota rueda laboriosa en el viento,
honor de nuestra casa, porque en las otras
iba el río bajo la campanita del aguatero.
Sótano circular de la base
que hacías vertiginoso el jardín,
daba miedo entrever por una hendija
tu calabozo de agua sutil.
Jardín, frente a la verja cumplieron sus caminos
los sufridos carreros
y el charro carnaval aturdió
con insolentes murgas.
El almacén, padrino del malevo,
dominaba la esquina;
pero tenías cañaverales para hacer lanzas
y gorriones para la oración.
El sueño de tus árboles y el mío
todavía en la noche se confunden
y la devastación de la urraca
dejó un antiguo miedo en mi sangre.
Tus contadas varas de fondo
se nos volvieron geografía;
un alto era "la montaña de tierra"
y una temeridad su declive.
Jardín, yo cortaré mi oración
para seguir siempre acordándome:
voluntad o azar de dar sombra
fueron tus árboles.




En Cuaderno San Martín (1929)

1/10/16

Jorge Luis Borges: Biblioteca Personal [Prólogo]








A lo largo del tiempo, nuestra memoria va formando una biblioteca dispar, hecha de libros, o de páginas, cuya lectura fue una dicha para nosotros y que nos gustaría compartir. Los textos de esa íntima biblioteca no son forzosamente famosos. La razón es clara. Los profesores, que son quienes dispensan la fama, se interesan menos en la belleza que a los vaivenes y en las fechas de la literatura y en el prolijo análisis de libros que se han escrito para ese análisis, no para el goce del lector. 
La serie que prologo y que ya entreveo quiere dar ese goce. No elegiré los títulos en función de mis hábitos literarios, de una determinada tradición, de una determinada escuela, de tal país o de tal época. "Que otros se jacten de los libros que les ha sido dado escribir; yo me jacto de aquellos que me fue dado leer", dije alguna vez. No sé si soy un buen escritor; creo ser un excelente lector o, en todo caso, un sensible y agradecido lector. Deseo que esta biblioteca sea tan diversa como la no saciada curiosidad que me ha inducido, y sigue induciéndome, a la exploración de tantos lenguajes y de tantas literaturas. Sé que la novela no es menos artificial que la alegoría o la ópera, pero incluiré novelas porque también ellas entraron en mi vida. Esta serie de libros heterogéneos es, lo repito, una biblioteca de preferencias. 
María Kodama y yo hemos errado por el globo de la tierra y del agua. Hemos llegado a Texas y al Japón, a Ginebra, a Tebas, y, ahora, para juntar los textos que fueron esenciales para nosotros, recorreremos las galerías y los palacios de la memoria, como San Agustín escribió. 
Un libro es una cosa entre las cosas, un volumen perdido entre los volúmenes que pueblan el indiferente universo, hasta que da con su lector, con el hombre destinado a sus símbolos. Ocurre entonces la emoción singular llamada belleza, ese misterio hermoso que no descifran ni la psicología ni la retórica. "La rosa es sin porqué", dijo Ángelus Silesius; siglos después, Whistler declararía "El arte sucede". 
Ojalá seas el lector que este libro aguardaba.

J.L.B.

En Biblioteca Personal (1985/1988)
Jorge Luis Borges y María Kodama en Palma de Mallorca, 1982
Foto ©Oscar Pimpkin


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