15/10/16

Jorge Luis Borges: Odradek [Franz Kafka]







"Unos derivan del eslavo la palabra odradek y quieren explicar su formación mediante ese origen. Otros la derivan del alemán y sólo admiten una influencia del eslavo. La incertidumbre de ambas interpretaciones es la mejor prueba de que son falsas; además, ninguna de ellas nos da una explicación de la palabra.
"Naturalmente nadie perdería el tiempo en tales estudios si no existiera realmente un ser que se llama Odradek. Su aspecto es el de un huso de hilo, plano y con forma de estrella, y la verdad es que parece hecho de hilo, pero de pedazos de hilos cortados, viejos, anudados y entreverados, de distinta clase y color. No sólo es un huso; del centro de la estrella sale un palito transversal, y en este palito se articula otro en ángulo recto. Con ayuda de este último palito de un lado y uno de los rayos de la estrella del otro, el conjunto puede pararse, como si tuviera dos piernas.
"Uno estaría tentado de creer que esta estructura tuvo alguna vez una forma adecuada a una función, y que ahora está rota. Sin embargo, tal no parece ser el caso; por lo menos no hay ningún indicio en ese sentido: en ninguna parte se ven composturas o roturas; el conjunto parece inservible, pero a su manera completo. Nada más podemos decir, porque Odradek es extraordinariamente movedizo y no se deja apresar.
"Puede estar en el cielo raso, en el hueco de la escalera, en los corredores, en el zaguán. A veces pasan meses sin que uno lo vea. Se ha corrido a las casas vecinas, pero siempre vuelve a la nuestra. Muchas veces, cuando uno sale de la puerta y lo ve en el descanso de la escalera, dan ganas de hablarle. Naturalmente no se le hacen preguntas difíciles, sino que se lo trata -su tamaño diminuto nos lleva a eso- como a un niño. "¿Cómo te llamas?", le preguntan. "Odradek", dice. "¿Y dónde vives?" "Domicilio incierto", dice y se ríe, pero es una risa sin pulmones. Suena como un susurro de hojas secas. Generalmente el diálogo acaba ahí. No siempre se consiguen esas respuestas; a veces guarda un largo silencio, como la madera, de que parece estar hecho.
"Inútilmente me pregunto qué ocurrirá con él. ¿Puede morir? Todo lo que muere ha tenido antes una meta, una especie de actividad, y así se ha gastado; esto no corresponde a Odradek. ¿Bajará la
escalera arrastrando hilachas ante los pies de mis hijos y de los hijos de mis hijos? No hace mal a nadie, pero la idea de que puede sobrevivirme es casi dolorosa para mí".

Franz Kafka [El título original es Die Sorge des Hausvofers (La preocupación del padre de familia).]


En El Libro de los Seres Imaginarios (1967)
Con la colaboración de Margarita Guerrero
Versión castellana de Jorge Luis Borges
Afiche Mural II Bienal Borges Kafka
Buenos Aires, abril 2010

14/10/16

Jorge Luis Borges: El desterrado (1977)






Alguien recorre los senderos de Itaca
y no se acuerda de su rey, que fue a Troya
hace ya tantos años;
alguien piensa en las tierras heredadas
y en el arado nuevo y el hijo
y es acaso feliz.
En el confín del orbe yo, Ulises,
descendí a la Casa de Hades
y vi la sombra del tebano Tiresias
que desligó el amor de las serpientes
y la sombra de Heracles
que mata sombras de leones en la pradera
y asimismo está en el Olimpo.
Alguien hoy anda por Bolívar y Chile
y puede ser feliz o no serlo.
Quién me diera ser él.







En La rosa profunda (1975)
Foto por Stefano Montesi
Al pie, portada y contraportada primera edición 1975





13/10/16

Jorge Luis Borges: Nobel, Premio








  No otorgarme el Premio Nobel se ha convertido en una tradición escandinava; desde que nací —el 24 de agosto de 1899— no me lo vienen dando.
  Jurado, 1980

  La Academia Sueca antes premiaba a escritores que eran mundialmente conocidos. Ahora ha cambiado de modus operandi: se dedica a descubrir valores. No lo reprocho, me gustaría ser descubierto.
  Sosa, 1984

  La inteligencia de los europeos se demuestra por el hecho de que jamás me hayan dado el Premio Nobel… ¿Sabe usted por qué?… No hay escritor más aburrido que yo. Es una gran equivocación que la gente me lea, porque ni a mí mismo me gusta lo que escribo y por eso ni yo mismo me leo… Nunca me he leído. Todo lo que he escrito, todo, no pasa de ser borradores… ¡borradores!… papeles sueltos.
  Tokos, 1986








En Borges A/Z 
A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Caricatura de Borges por Loredano
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel



12/10/16

Mark Strand sobre J. L. Borges en "La vida continua" (bilingüe)



Mark Strand (1934 - 29 November 2014)
Photo nd © Mary Noble Ours


Estaba en la bañera cuando Jorge Luis Borges tropezó con la puerta. “Tenga cuidado, Borges”, grité. “El suelo es resbaladizo y usted está ciego.” Luego, mientras me enjabonaba el pecho, le dije: “Borges, ¿alguna vez se ha parado a pensar en lo que hay de implícito en una afirmación como ‘Traduzco a Apollinaire al inglés’ o ‘Traduzco a De la Mare al francés’? ¿Es decir, que tomamos la obra fuertemente idiosincrásica de un individuo y la vertemos a una lengua que pertenece a todos y a nadie, un sistema de significados lo bastante general como para permitir no sólo malentendidos sino que se ponga en duda la posibilidad misma de permitir algo más?”

“Sí”, me dijo, con aire resignado.

“¿Entonces no piensa”, le dije, “que es mejor dejar la traducción de poesía a aquellos poetas que sean dueños de un inglés que ellos mismos se han forjado, y que los profesores de lengua, que se sienten responsables de la lengua no en sus alteraciones sino en su totalidad monolítica, son los peores traductores? ¿No sería mejor concebir la traducción como una transacción entre idiomas individuales, entre, digamos, el italiano de D’Annunzio y el inglés de Auden? Si lo hiciéramos, podríamos acabar con esas discusiones irrelevantes sobre quién ha hecho una traducción correcta y quién no.”

“Sí”, dijo. Parecía entusiasmarse.

“Digamos, pues”, le dije, “que si la traducción es una suerte de lectura, la asunción o transformación de un idioma personal en otro, ¿no sería posible entonces traducir una obra escrita en la propia lengua de uno? ¿No sería posible traducir a Wordsworth o Shelley a Strand?”

“Descubrirá usted”, dijo Borges, “que Wordsworth se niega a ser traducido. Es usted quien debe ser traducido, quien debe convertirse, por mucho tiempo que le lleve, en el autor de El Preludio. Esto fue lo que le sucedió a Pierre Menard cuando tradujo a Cervantes. Él no quería componer otro Quijote (lo que sería fácil), sino el Quijote. Su admirable ambición era producir páginas que coincidieran –palabra por palabra y línea por línea– con las de Miguel de Cervantes. El método inicial que concibió era relativamente sencillo: aprender bien el español, abrazar de nuevo la fe católica, guerrear con los moros y los turcos, olvidar la historia europea entre 1602 y 1918, y ser Miguel de Cervantes. Componer el Quijote a comienzos del siglo diecisiete era una empresa razonable y necesaria, tal vez inevitable; a comienzos del veinte era casi imposible.”

“No casi”, le dije, “sino totalmente imposible, pues a fin de traducir uno debe dejar de ser.” Cerré los ojos un segundo y me di cuenta de que, si dejaba de ser, nunca podría saberlo. “Borges...” Estaba a punto de decirle que la fuerza de un estilo debía medirse por su resistencia a ser traducido. “Borges...” Pero cuando abrí los ojos, él y el texto al que había sido llamado llegaron a su término.


En La vida continua
Luego en El clima de las palabras V
Traducción de Jordi Doce

Mark Strand (Prince Edward Island, Canadá, 1934) es uno de los principales poetas estadounidenses. Autor de una decena de poemarios, obtuvo en 1999 el Premio Pulitzer con Blizzard of One (1998; Ventisca de uno). Este ensayo, originalmente publicado en su libro de poemas The Continuous Life (1990; La vida continua), ha sido recogido con posterioridad en The Weather of Words (Alfred A. Knopf, 2001; El clima de las palabras), reciente compendio de su obra crítica. En España han aparecido dos notables muestras de su poesía: Aliento, edición de Julián Jiménez Heffernan, 4 Estaciones, Lucena, 2004; y Sólo una canción, selección, traducción y prólogo de Eduardo Chirinos, Editorial Pre-Textos, Valencia, 2004. Precisamente en el volumen de Pre-Textos se incluye una traducción de esta, la sección quinta del ensayo, aunque mi lectura se aparta en varios puntos de la de Chirinos.


Texto original en inglés

I was in the bathtub when Jorge Luis Borges stumbled in the door. “Borges, be careful,” I yelled. “The floor is slippery and you are blind.” Then, soaping my chest, I said, “Borges, have you ever considered what is implicit in a phrase like “I translate Apollinaire into English”? or “I translate de la Mare into French”? that we take the highly idiosyncratic work of an individual and render it into a language that belongs to everyone and to no one, a system of meanings sufficiently general to permit not only misunderstandings but to throw into doubt the possibility of permitting anything else?”

"Yes," he said, with an air of resignation.

"Then don’t you think," I said, "that the translation of poetry is best left to poets who are in possession of an English they have each made their own, and that language teachers, who feel responsibility to a language not in its modifications but in its monolithic entirety, make the worst translators?

Wouldn’t it be best to think of translation as a transaction between individual idioms, between, say, the Italian of D’Annunzio and the English of Auden? If we did, we could end irrelevant discussions of who has and who hasn’t done a correct translation.”

"Yes," he said, seeming to get excited.

"Say," I said. "If translation is a kind of reading, the assumption or transformation of one personal idiom into another, then shouldn’t it be possible to translate work done in one’s own language? Shouldn’t it be possible to translate Wordsworth or Shelley into Strand?"

"You will discover," said Borges, "that Wordsworth refuses to be translated. It is you who must be translated, who must become, for however long, the author of The Prelude. That is what happened to Pierre Menard when he translated Cervantes. He did not want to compose another Don Quixote – which would be easy – but the Don Quixote. His admirable ambition was to produce pages which would coincide – word for word and line for line – with those of Miguel de Cervantes. The initial method he conceived was relatively simple: to know Spanish well, to re-embrace the Catholic faith, to fight against the Moors and Turks, to forget European history between 1602 and 1918, and to be Miguel de Cervantes. To compose Don Quixote at the beginning of the seventeenth century was a reasonable, necessary, and perhaps inevitable undertaking; at the beginning of the twentieth century it was almost impossible.”

"Not almost impossible," I said, "but absolutely impossible, for in order to translate one must cease to be." I closed my eyes for a second and realized that if I ceased to be, I would never know.

"Borges…" I was about to tell him that the strength of a style must be measured by its resistance to translation.

"Borges…" But when I opened my eyes, he, and the text into which he was drawn, had come to an end.


Mark Strand, Translation, from The Continuous Life (Knopf, 1990)
Fuente Entre Gulistan y Bostan 
Vía Zoopat





11/10/16

Jorge Luis Borges: Un doble de Mahoma







Ya que en la mente de los musulmanes las ideas de Mahoma y de religión están indisolublemente ligadas, el Señor ha ordenado que en el Cielo siempre los presida un espíritu que hace el papel de Mahoma. Este delegado no siempre es el mismo. Un ciudadano de Sajonia, a quien en vida tomaron prisionero los argelinos y que se convirtió al Islam, ocupó una vez este cargo. Como había sido cristiano, les habló de Jesús y les dijo que no era el hijo de José, sino el hijo de Dios; fue conveniente reemplazarlo. La situación de este Mahoma representativo está indicada por una antorcha, sólo visible a los musulmanes.

El verdadero Mahoma, que redactó el Qurán, ya no es visible a sus adeptos. Me han dicho que al comienzo los presidía, pero que pretendió dominarlos y fue exilado en el Sur. Una comunidad de musulmanes fue instigada por los demonios a reconocer a Mahoma como Dios. Para aplacar el disturbio, Mahoma fue traído de los infiernos y lo exhibieron. En esta ocasión yo lo vi. Se parecía a los espíritus corpóreos que no tienen percepción interior, y su cara era muy oscura. Pudo articular las palabras: "Yo soy vuestro Mahoma", e inmediatamente se hundió.

(De Vera Christiana Religio [1771], de Emanuel Swedenborg)



En  Historia Universal de la Infamia (1935)
Borges frente a la Mezquita Azul de Estambul,
Foto Muestra Atlas, Feria del Libro de Buenos Aires, 2016


10/10/16

Borges secreto [Entrevista de Jorge Montagnaro, 1980]





Desde hace un tiempo proliferan en las librerías obras cuya temática, de algún modo, tiene que ver con el ocultismo, o con el Oriente, al menos: yoga, parasicología, tarot, magia, etc., etc. ¿A qué causa atribuye este fenómeno?
—A la decadencia de Occidente. Indudablemente Occidente está sufriendo una decadencia.
Octavio Paz escribió que los Estados Unidos están padeciendo una decadencia. También dijo que Estados Unidos es la proa de Occidente…
—Desgraciadamente sí. En el siglo XIX Estados Unidos era un país muy rico en progreso, en experimentos; dio hombres como Poe, Emerson, Melville; fíjese que la ballena blanca data de 1851. Actualmente los Estados Unidos es un país muy pobre, pero sigamos con la decadencia de Occidente. A ella contribuyeron esas dos guerras civiles que tuvo Europa; no sé por qué las llamaron guerras mundiales.
¿A esa decadencia se debe entonces que busquemos las llamadas reservas espirituales en Oriente?
—Podría ser. Pero no es tan así. Hace poco estuve en el Japón. Los japoneses ejercen el Occidente mejor que nosotros. Yo me compré una máquina de afeitar japonesa, que era mucho mejor que la que tenía antes, que era inglesa. En cuanto al ocultismo, le diré que es posible. Mi padre dijo una vez que en este mundo todo es posible. Yo pienso también que la magia es posible. No creo que la razón alcance para explicar todas las cosas…
Magia es una palabra que usted usa frecuentemente.
—¿Sí?
Sí. Y hasta se me ocurre que usted debe tener algún talismán escondido. Es una sospecha nomás…
—Qué raro. Ayer escribí algo sobre los talismanes. Aunque no voy a revelar qué escribí; y a mi próximo libro lo voy a titular “Los talismanes”.
Pero no me dijo si tiene talismanes, o no.
—Tengo varios talismanes. Uno de ellos es una pesa de bronce, una pesa de balanza que me regaló Delia Ingenieros. Esa pesa me impresiona, es de un kilo. Tengo otra, muy linda, de medio kilo, que no me impresiona. Una vez tuve un sueño. En ese sueño me encontraba con algo que se llamaba “el peso”. Era un objeto muy pequeño, infinitamente pesado. Creo que escribí un cuento con eso…
Sería un cuento muy borgiano, sin duda…
—Qué vamos a hacer. Trato de no ser borgiano. Ser borgiano es una mala costumbre…
Además de las pesas ¿qué otro talismán tiene?
—Una brújula. Una brujulita, ¿no? La brújula es un objeto misterioso. El hecho de que una aguja propenda al Norte… Como digo yo en ese poema: “Con algo de reloj visto en un sueño / Y algo de ave dormida que se mueve”. La brújula es como un reloj visto en un sueño, modificado. Me gustaría tener una brújula más grande…
Alguna vez leí que usted tiene un facón del cual prefiere no hablar. Ese facón no se lo ha mostrado a nadie…
—Un facón no. Es un puñal toledano que le regaló Álvaro Lafinur a mi padre. Lafinur cometió dos pecados imperdonables en Montevideo: hablar mal de Artigas y hablar mal del gaucho. A propósito de magias y de gauchos, Xul Solar, que era astrólogo, le quiso hacer creer a Lugones que en el entierro de Güiraldes había muchos dioses. Lugones miró por la ventanilla del tren y dijo: “La pampa es atea”. Nosotros vimos lo mismo que Lugones: pocas vacas, algunos charcos y ningún dios.
¿Ha tenido alguna experiencia telepática?
—La transmisión de pensamiento es un fenómeno no sólo común sino continuo. Continuamente sentimos si nuestro interlocutor es hostil, si es amigo nuestro o si es indiferente. De una mujer nos enamoramos no porque sea linda, eso es superficial. De una mujer nos enamoramos a pesar de las palabras.
Pero no ha contado ninguna experiencia en particular…
—He soñado con alguna persona determinada y al otro día la he encontrado. Hablo de personas que hacía años que no las encontraba. Con mi hermana me ocurrieron muchas cosas de este tipo y con Bioy Casares me ocurrió otro tanto. Estábamos preparando un trabajo sobre sir Thomas Browne, cuando encontramos una frase de San Agustín, creo, que decía “Defiéndeme Dios de mí”. “Defiéndeme” tenía una errata. Tres veces y en tres ediciones distintas, en el mismo día, encontré la misma errata. Eso no fue una coincidencia. Quizá esa errata no la hubiera encontrado nunca.
Usted, reacio a todo disfraz, siendo niño insistió en que su madre lo disfrazara de diablo, ¿eso fue una diablura o una simetría mágica?
—Me sentí lindísimo con ese disfraz colorado. Lo cual fue un error. Es que cometí muchos errores. Otro error fue hacerme ultraísta.
Es curioso que Adolfo Bioy Casares, con quien usted compartió el seudónimo de Bustos Domecq, y lo que es más, con quien escribió El libro del cielo y del infierno, también, siendo chico, se disfrazó de diablo: “Era un diablo con cuernos y cola y yo me desilusioné por la falta de poderes de ese diablo. Además, era un diablo muy triste, muy desventurado, porque me disfracé en Las Flores, en el medio del campo, donde no había ni corso ni bailes de disfraz”. Me lo contó Bioy Casares, por teléfono.
—No conocía ese disfraz de Bioy. Nunca me lo había contado. Es muy curioso ¿no?
Cosa e’Mandinga. También debe ser cosa e’ Mandinga que uno de sus libros preferidos, la Divina Comedia, haya sido escrito por Dante, un ocultista. Un Rosacruz, según René Guénon; y según los rosacruces, también.
—Los rosacruces tienen el origen en el siglo XIII. Dante no era Rosacruz. Seguramente los rosacruces se inventaron un pasado. También se dice que Shakespeare era ocultista, y eso es erróneo. Las brujas de Macbeth tienen una explicación. En Macbeth el paisaje es escocés. El rey Jacobo I era escocés y había escrito un tratado de demonología, asunto que, al parecer, le preocupaba mucho. Shakespeare incluyó a las brujas para complacer a ese rey escocés.
Da la impresión que usted sabe mucho de magia, pero calla. Usted estudió la cábala, egiptología, tuvo acceso a los libros sagrados…
—Lamentablemente desconozco el hebreo; también he estudiado otros asuntos: cálculo infinitesimal, por ejemplo; pero lo que me ha atraído siempre son las metáforas, las mejores metáforas, sean de quien sean, no tienen explicación. Son mágicas.
Borges seguramente hubiera preferido hablar de cuchilleros. Por eso al filo de la despedida, masculló algo de un compadrito apellidado Muraña. Y hay más: cuando al cumplir con una elemental norma de cortesía el cronista pronunció —subrayando la palabra— “encantado”, el viejo y astuto escritor sonrió sobradoramente, y dijo:
—Ese talismán, ese puñal toledano del cual prefiero no hablar… Capaz que lo perdí en alguna mudanza…



* En revista Siete Días, Buenos Aires, 30 de septiembre de 1980
Entrevista de Jorge Montagnaro

Luego en Textos recobrados 1956-1986
Edición al cuidado de Sara Luisa del Carril y Mercedes Rubio de Zocchi
© 2003 María Kodama
© Emecé editores
Buenos Aires, 2003

Foto: Borges (1975) by Willis Barnstone 
at Borges at Eighty: Conversations, AA.VV., 1982 
Edition, foreword and photographs: Willis Barnstone 
Contributing authors: Willis Barnstone, Alastair Reid, 
Dick Cavett, Alberto Coffa, Kenneth Brechner & Jaime Alazraki




9/10/16

Jorge Luis Borges: Esquela manuscrita inédita, dirigida a Ulyses Petit de Murat [Buenos Aires, ca. 1928]









compartidor de calles y de versos ¡salve! - A mí, enredado en un certamen literario en Liniers, me sucedió votar por un cuento criollo, cuyo imprevisto autor resultó ser el doctor Clodomiro Cordero, adornado después con una medalla de oro en la supuesta publicidad de un cinematógrafo de barrio (Rivadavia al once mil). Esa colaboración en una apoteosis y el haber intentado conversar anoche con Enrique Banchs, hombre dulce y despavorido, son las únicas noticias raras que se me ocurren. También he visto a Octavio (no muy bien), a Cetara, a Xul, a Paco Luis, a alguna altiva y desganada hermana de Norah Lange y a la calle Montenegro. (Hace unas noches -aprovechando nuestra ausencia- floreció un tiroteo malevo-policial en una callecita profunda y fue muerto de un balazo un furquero llamado con buen sentido del color local, Antonio Rosendo). Esta fotografía de lavanderas en el Bajo es apta para el cultivo patriótico de recuerdos imaginarios. ¿Cuándo te restituís al NORTE? Un abrazo de (fdo.) Georgie. [Al margen]: ¡Viva Groussac!


Nota de Víctor Aizenman: Texto ológrafo de 24 líneas, escrito en tinta negra sobre el dorso de una tarjeta postal publicada por la Librería “Mitchell’s”, cuyo frente muestra una fotografía de lavanderas en el Bajo [“Riverside Washerwomen, Year 1888”], “apta para el cultivo patriótico de recuerdos imaginarios” (Borges, sic), completada con una vista de la Aduana Taylor y el Ferrocarril del Norte.- Impecable conservación. Encantadora tarjeta postal dirigida a Ulyses Petit de Murat, (“compartidor de calles y de versos”), plena de suave e inteligente ironía, con alusiones, entre otros, a Enrique Banchs (“hombre dulce y despavorido), a Xul Solar, a Fancisco Luis Bernárdez y a Norah Lange. Menciona un concurso literario en el que actuó como jurado y votó por un cuento criollo de Clodomiro Cordero, y relata, con humor socarrón, un episodio policial que demuestra su conocido interés por la vida marginal de malevos y cuchilleros. Concluye con un inesperado y entusiasta “¡Viva Groussac!” (Paul Groussac, escritor francés que se estableció en Argentina, desarrolló una extensa obra de ensayista, narrador e historiador escrita magistralmente en español, fue Director de la Biblioteca Nacional Argentina y, como Borges, quedó ciego.) 



Pieza postal propiedad del librero Víctor Aizenman
Buenos Aires, Argentina
Material inédito no encuadernado





8/10/16

Jorge Luis Borges: Él






Los ojos de tu carne ven el brillo
del insufrible sol, tu carne toca
polvo disperso o apretada roca;
Él es la luz, lo negro y lo amarillo.

Es y los ve. Desde incesantes ojos
te mira y es los ojos que un reflejo
indagan y los ojos del espejo,
las negras hidras y los tigres rojos.

No le basta crear. Es cada una
de las criaturas de Su extraño mundo:
las porfiadas raíces del profundo

cedro y las mutaciones de la luna.
Me llamaban Caín. Por mí el Eterno
sabe el sabor del fuego del infierno.



En El otro, el mismo (1964)
Foto: Saamer Makarius Vía


7/10/16

Fernando Sorrentino: Borges en el cine






F.S. ¿Vio la versión fílmica del Martín Fierro?1

J.L.B. Más exacto sería decir que la oí, porque, en cuanto a ver, se trata de una hipérbole o de una metáfora, en mi caso: yo veo muy poco...

F.S. Y dentro de lo que vio u oyó, ¿qué nos puede decir?

J.L.B. La verdad es que la película no me interesó, y tengo la impresión de que tampoco le interesaba al director. Tanto es así, que yo me pregunté por qué había elegido él un tema que, evidentemente, lo dejaba del todo frío. Desde luego, yo encuentro diversos errores en la película. Ante todo, la veo concebida como una suerte de comedia musical. Uno está oyendo continuamente ese tipo de música que ahora se llama folklórica, y cualquier persona que haya vivido en el campo sabe que pueden pasar meses enteros sin que se oiga una sola guitarra. En cambio, aquí uno tiene una impresión casi continua de fiesta folklórica. Además, creo que el propósito de Hernández, al escribir el poema, era mostrar cómo el Ministerio de la Guerra, mediante la leva, mediante el servicio obligatorio en la frontera, iba maleando a los hombres; es decir, demostrar cómo Martín Fierro empieza siendo un buen hombre, un paisano respetado, y luego cómo el servicio en el ejército lo convierte en un desertor, en un asesino, en un borracho, en un prófugo, y cómo finalmente, con toda inocencia, se pasa al lado de los indios. Es decir, él toma parte en la conquista del desierto sin comprenderla. Me parece que esto puede ser bastante verosímil; me parece que, sin duda, los soldados entendían muy poco de esas cosas: eran gauchos que no podían tener el concepto de patria, y menos aún podían pensar que ellos representaban la causa de la civilización contra la causa de la barbarie. Todo eso pudo ser aprovechado en el film, y, en cambio, al final de la película, uno no sabe si se debe considerar a Martín Fierro como a un pobre hombre que ha sido obligado por las circunstancias a ser un asesino y un desertor, o si debe considerarlo un personaje admirable, y admirado por quienes han hecho el film. Además, creo que si hay algo que se nota leyendo el Martín Fierro (y conste que yo sé muchas páginas de memoria y que he preparado con Adolfo Bioy Casares un libro2 en que está reunida toda la poesía gauchesca desde Bartolomé Hidalgo hasta Hernández, y en el que hay obras, naturalmente, de Ascasubi, de Estanislao del Campo, de Lussich y de otros), además de todo el Martín Fierro anotado, es que este último libro, a diferencia de otras piezas del mismo género, es un libro deliberadamente gris. Por ejemplo, el Fausto de Estanislao del Campo ha sido escrito en colores:

En un overo rosao,
flete nuevo y parejito...

En él tenemos descripciones de la pampa, del paisaje. Y, en cambio, el film Martín Fierro está lleno de colores, a diferencia del libro, que es más bien un libro gris y un libro triste, y en el cual nunca hay descripciones de la llanura, lo cual está bien porque un gaucho no hubiera visto pictóricamente esas cosas. A mí me pareció, en fin, un film que no me atrevo a calificar de bueno, y creo que el director ha de estar plenamente de acuerdo conmigo. Creo que posiblemente ha sido hecho como una empresa comercial, sin mayor entusiasmo por el texto.

F.S. Tengo entendido que Torre Nilsson había filmado antes su cuento "Emma Zunz"3

J.L.B. Sí, lo filmó, y realmente no creo que lo hiciera bien. Agregó una historia sentimental que no tenía por qué figurar, y lo llenó de toda suerte de detalles sentimentales que parecen contradecir la historia, que es una historia dura. Yo le aconsejé a él que no podía hacerse un film con "Emma Zunz". El argumento era demasiado breve, yo lo había escrito de un modo apretado, y hubiera sido mucho mejor hacer tres pequeños films. Uno, digamos con un cuento de Mujica Láinez; otro, digamos con un cuento de Silvina Ocampo o de Adolfo Bioy Casares; y luego un cuento mío, que podría haber contado sin intercalar esos episodios del todo ajenos. Pero él me dijo que no, que él creía que podía hacerse un film con esa historia tan breve y lo hizo, pero llenándolo de episodios sentimentales que debilitan el film.

F.S. ¿Y la versión fílmica de "Hombre de la esquina rosada"4 le agradó?

J.L.B. Sí, y me agradó tanto que... Puedo confesar ahora que yo la vi con prevención, porque a mí el cuento no me gusta, por diversas razones. Y en cambio el film me pareció —a pesar de algún relleno acaso inevitable, ya que también persistieron en hacer un film largo— infinitamente superior al cuento. Yo vi dos o tres veces el film: me agradó mucho, me pareció que los actores trabajaban bien, que la dirección era excelente. De modo que creo que la versión fílmica mejora el texto original.

F.S. Y de la película Invasión,5 ¿qué nos puede decir?

J.L.B. Ése es un film que realmente me interesó mucho, y del cual puedo hablar con toda libertad, ya que me cabe a mí (si es que pueden medirse esas cosas) una tercera parte del film, puesto que yo lo he hecho en colaboración con Muchnik y con Adolfo Bioy Casares. En todo caso, se trata de un film fantástico y de un tipo de fantasía que puede calificarse de nueva. No se trata de una ficción científica a la manera de Wells o de Bradbury. Tampoco hay elementos sobrenaturales. Los invasores no llegan de otro mundo y tampoco es psicológicamente fantástico: los personajes no actúan —como suele ocurrir en las obras de Henry James o de Kafka— de un modo contrario a la conducta general de los hombres. Se trata de una situación fantástica: la situación de una ciudad (la cual, a pesar de su muy distinta topografía, es evidentemente Buenos Aires) que está sitiada por invasores poderosos y defendida —no se sabe por qué— por un grupo de civiles. Esos civiles no son desde luego esa nueva versión de Douglas Fairbanks que se llama James Bond. No: son hombres como todos los hombres, no son especialmente valientes, ni, salvo uno, excepcionalmente fuertes. Son gente que trata simplemente de salvar a su patria de ese peligro y que van muriendo o haciéndose matar sin mayor énfasis épico. Pero yo he querido que el film sea finalmente épico; es decir, lo que los hombres hacen es épico, pero ellos no son héroes. Y creo que en esto consiste la épica; porque si los personajes de la épica son personas dotadas de fuerzas excepcionales o de virtudes mágicas, entonces lo que hacen no tiene mayor valor. En cambio, aquí tenemos a un grupo de hombres, no todos jóvenes, bastante banales algunos, hay alguno que es padre de familia, y esta gente está a la altura de esa misión que han elegido. Y creo que, además de lo raro de esta fábula, hemos resuelto bien el gran problema técnico que teníamos (que supongo que es el problema que enfrentan quienes dirigen westerns): el hecho de que tiene que haber muchas muertes violentas (esto ocurría antes con los films de gangsters, que no sé si se hacen todavía: creo que no), el hecho de que tiene que haber muchas muertes violentas, y que esas muertes violentas tienen, sin embargo, que ser distintas: no pueden ser repetidas y monótonas. De modo que —lo repito— hemos intentado (no sé con qué fortuna) un tipo nuevo de film fantástico: un film basado en una situación que no se da en la realidad, y que debe, sin embargo, ser aceptada por la imaginación del espectador. Creo que en algún libro de Coleridge se habla de ese tema, el tema de lo que cree el espectador en el teatro o de lo que cree el lector de un libro. El espectador no ignora que está en un teatro, el lector sabe que está leyendo una ficción; y sin embargo, debe creer de algún modo en lo que lee. Coleridge encontró una frase feliz. Habló de a willing suspension of disbelief: una suspensión voluntaria de la incredulidad. Y espero que hayamos logrado eso durante las dos horas de Invasión. Quiero recordar además que Troilo ha compuesto, para una milonga cuya letra es meramente mía, una música admirable. Creo, además que el cinematógrafo, como otros géneros (el teatro, la conferencia) es siempre una obra de colaboración. Es decir, creo que el éxito de un film, de una conferencia, de una pieza de teatro, depende también del público. Y sentí curiosidad por saber cómo recibiría Buenos Aires ese film, que no se parece a ningún otro, y que no quiere parecerse a ningún otro. En todo caso, hemos inaugurado un género nuevo —me parece— dentro de la historia del cinematógrafo.



Notas

1 Dirigida por Leopoldo Torre Nilsson, protagonizada por Alfredo Alcón, con Lautaro Murúa, Leonardo Favio, Wálter Vidarte, Graciela Borges, Julia von Grolman, María Aurelia Bisutti y Fernando Vegal en los personajes principales. En la adaptación del texto colaboraron el mismo Torre Nilsson, Beatriz Guido, Luis Pico Estrada y Ulyses Petit de Murat. 
2 Poesía gauchesca. Edición, prólogo, notas y glosario de Jorge Luis Borges y Adolfo Bioy Casares, dos tomos (México, Fondo de Cultura Económica, 1955). 
3 Con el título de Días de odio. Adaptación de Torre Nilsson y Jorge Luis Borges. Productor: Armando Bo. Elenco: Elisa Christian Galvé, Duilio Marzio y Nicolás Fregués. 
4 El hombre de la esquina rosada, dirigida por René Mugica, con Francisco Petrone en el papel de Francisco Real, Susana Campos y Walter Vidarte. 
5 Dirigida por Hugo Santiago (Muchnik). En los personajes protagónicos actuaron Olga Zubarry, Lautaro Murúa y Juan Carlos Paz (prestigioso compositor y musicólogo en su debut cinematográfico como actor).







En Fernando SorentinoSiete conversaciones con Jorge Luis Borges
Buenos Aires, Editorial Losada, 2007, págs. 34-36
Foto: Borges en el set de filmación de Invasión de Hugo Santiago Vía
Al pie: pósters originales de las tres películas comentadas




6/10/16

Jorge Luis Borges: Casi Juicio Final






Mi callejero no hacer nada vive y se suelta por la variedad de la noche.
La noche es una fiesta larga y sola.
En mi secreto corazón yo me justifico y ensalzo.
He atestiguado el mundo; he confesado la rareza del mundo.
He cantado lo eterno: clara luna volvedora y las mejillas que apetece el amor.
He conmemorado con versos la ciudad que me ciñe y los arrabales que me desgarran.
He dicho asombro donde otros dicen solamente costumbre.
A los antepasados de mi sangre y a los antepasados de mis sueños he exaltado y
cantado.
He sido y soy.
He trabado en firmes palabras mi sentimiento que pudo haberse disipado en ternura.
El recuerdo de una antigua vileza vuelve a mi corazón.
Como el caballo muerto que la marea inflige en la playa, vuelve a mi corazón.
Aún están a mi lado, sin embargo, las calles y la luna.
El agua sigue siendo dulce en mi boca y las estrofas no me niegan su gracia.
Siento el pavor de la belleza; ¿quién se atreverá a condenarme si esta gran luna de mi
soledad me perdona?



En Luna de enfrente (1925)
Foto: Borges (1975) by Willis Barnstone at Borges at Eighty: Conversations, AA.VV., 1982
Edition, foreword and photographs: Willis Barnstone
Contributing authors: Willis Barnstone, Alastair Reid, Dick Cavett,
Alberto Coffa, Kenneth Brechner & Jaime Alazraki



Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...