28/11/16

Jorge Luis Borges: Libro de sueños [Prólogo]






 En un ensayo del Espectador (septiembre de 1712), recogido en este volumen, Joseph Addison ha observado que el alma humana, cuando sueña, desembarazada del cuerpo, es a la vez el teatro, los actores y el auditorio. Podemos agregar que es también el autor de la fábula que está viendo. Hay lugares análogos del Petronio y de don Luis de Góngora.

  Una lectura literal de la metáfora de Addison podría conducirnos a la tesis, peligrosamente atractiva, de que los sueños constituyen el más antiguo y el no menos complejo de los géneros literarios. Esa curiosa tesis, que nada nos cuesta aprobar para la buena ejecución de este prólogo y para la lectura del texto, podría justificar la composición de una historia general de los sueños y de su influjo sobre las letras. Este misceláneo volumen, compilado para el esparcimiento del curioso lector, ofrecería algunos materiales. Esa historia hipotética exploraría la evolución y ramificación de tan antiguo género, desde los sueños proféticos del Oriente hasta los alegóricos y satíricos de la Edad Media y los puros juegos de Carroll y de Franz Kafka. Separaría, desde luego, los sueños inventados por el sueño y los sueños inventados por la vigilia.

  Este libro de sueños que los lectores volverán a soñar abarca sueños de la noche —los que yo firmo, por ejemplo—, sueños del día, que son un ejercicio voluntario de nuestra mente, y otros de raigambre perdida: digamos, el Sueño anglosajón de la Cruz.

  El sexto libro de la Eneida sigue una tradición de la Odisea y declara que son dos las puertas divinas por las que nos llegan los sueños: la de marfil, que es la de los sueños falaces, y la de cuerno, que es la de los sueños proféticos. Dados los materiales elegidos, diríase que el poeta ha sentido de una manera oscura que los sueños que se anticipan al porvenir son menos precisos que los falaces, que son una espontánea invención del hombre que duerme.

  Hay un tipo de sueño que merece nuestra singular atención. Me refiero a la pesadilla, que lleva en inglés el nombre de nigthmare o yegua de la noche, voz que sugirió a Víctor Hugo la metáfora de cheval noir de la nuit pero que, según los etimólogos, equivale a ficción o fábula de la noche. Alp, su nombre alemán, alude al elfo o íncubo que oprime al soñador y que le impone horrendas imágenes. Ephialtes, que es el término griego, procede de una superstición análoga.

  Coleridge dejó escrito que las imágenes de la vigilia inspiran sentimientos, en tanto que en el sueño los sentimientos inspiran las imágenes. (¿Qué sentimiento misterioso y complejo le habrá dictado el Kubal Khan, que fue don de un sueño?) Si un tigre entrara en este cuarto, sentiríamos miedo; si sentimos miedo en el sueño, engendramos un tigre. Ésta sería la razón visionaria de nuestra alarma. He dicho un tigre, pero como el miedo precede a la aparición improvisada para entenderlo, podemos proyectar el horror sobre una figura cualquiera, que en la vigilia no es necesariamente horrorosa. Un busto de mármol, un sótano, la otra cara de una moneda, un espejo. No hay una sola forma en el universo que no pueda contaminarse de horror. De ahí, tal vez, el peculiar sabor de la pesadilla, que es muy diversa del espanto y de los espantos que es capaz de infligirnos la realidad. Las naciones germánicas parecen haber sido más sensibles a ese vago acecho del mal que las de linaje latino; recordemos las voces intraducibles eery, weird, uncanny, unheimlich. Cada lengua produce lo que precisa.

  El arte de la noche ha ido penetrando en el arte del día. La invasión ha durado siglos; el doliente reino de la Comedia no es una pesadilla, salvo quizá en el canto cuarto, de reprimido malestar; es un lugar en el que ocurren hechos atroces. La lección de la noche no ha sido fácil. Los sueños de la Escritura no tienen estilo de sueño; son profecías que manejan de un modo demasiado coherente un mecanismo de metáforas. Los sueños de Quevedo parecen la obra de un hombre que no hubiera soñado nunca, como esa gente cimeriana mencionada por Plinio. Después vendrán los otros. El influjo de la noche y del día será recíproco; Beckford y De Quincey, Henry James y Poe, tienen su raíz en la pesadilla y suelen perturbar nuestras noches. No es improbable que mitologías y religiones tengan un origen análogo. Quiero dejar escrita mi gratitud a Roy Bartholomew, sin cuyo estudioso fervor me hubiera resultado imposible compilar este libro.

Jorge Luis Borges





En Libro de sueños (1975)
Y en Prólogos de la Biblioteca de Babel (1997)
Foto: Roy Bartolomew y Jorge Luis Borges en la Biblioteca Nacional

En revista El Hogar, 11 de noviembre de 1955
Portada de Libro de sueños 
Antología, selección y prólogo de Jorge Luis Borges
Col. La Biblioteca de Babel


27/11/16

Jorge Luis Borges: Vanilocuencia







La ciudad está en mí como un poema
que no he logrado detener en palabras.
A un lado hay la excepción de algunos versos;
al otro, arrinconándolos,
la vida se adelanta sobre el tiempo,
como terror
que usurpa toda el alma.
Siempre hay otros ocasos, otra gloria;
yo siento la fatiga del espejo
que no descansa en una imagen sola.
¿Para qué esta porfía
de clavar con dolor un claro verso
de pie como una lanza sobre el tiempo
si mi calle, mi casa,
desdeñosas de plácemes verbales,
me gritarán su novedad mañana?
Nuevas
como una boca no besada.




Aporte de Marcelo Gill
Transcripción vía

En primera edición de Fervor de Buenos Aires (1923)
Imprenta Serrantes, 1923. 64 pp. [edición sin paginar] 
Excluido de sucesivas reediciones. No antologado.

Referencia en nota 83 de Textos recobrados 1919-1929 
© 1997 y 2007 María Kodama
Buenos Aires, Sudamericana, 2011
[83] *Fervor de Buenos Aires. [Poemas] Buenos Aires, Imprenta Serantes, [jun] 1923. Edición del autor. 300 ejemplares. Hay edición facsimilar de Alberto Casares, Buenos Aires, 1993. Contenido: A quien leyere. [Prólogo] - *Las calles - *La Recoleta - *Calle desconocida - *E1 Jardín Botánico - Música patria - *La plaza San Martín - *E1 truco - *Final de año - Ciudad - Hallazgo - *Un patio - *Barrio reconquistado - *Vanilocuencia - Villa Urquiza - Sala vacía - Inscripción sepulcral (Dilató su valor allende los Andes...) - *Rosas - Arrabal -Remordimiento por cualquier defunción - Jardín - Inscripción en cualquier sepulcro - Dictamen - *La vuelta - *La guitarra - Resplandor - Amanecer -*E1 Sur - Carnicería - Alquimia - *Benarés - Alba desdibujada - Judería - Ausencia - Llaneza - Llamarada - Caminata - La noche de San Juan -Sábados - Cercanías - Caña de ámbar - Inscripción sepulcral (Las cariñosas lomas orientales...) - Trofeo - Forjadura - Atardeceres - Campos atardecidos - Despedida. [Publicamos en este libro los poemas que no llevan asterisco].
Fervor de Buenos Aires. Buenos Aires, Emecé Editores, 4a reimpresión, 1996. (Contiene la última versión de los poemas revisados por el autor en 1977 y se completa con ocho poemas excluidos de las ediciones anteriores).

Incluido en pág. 171 y ss. de Expliquémonos a Borges como poeta
Análisis de Martín S. Stabb (recomendable)
Compilación y prólogo de Angel Flores
Siglo XXI  Editores, 1984

Otra referencia:
Víctor Gustavo Zonana: Jorge Luis Borges. Su concepción de la metáfora en la década del 20, pág. 310
Universidad Nacional de Cuyo
Revista de Literaturas Modernas, Nº 29, 1999, Mendoza, Argentina

Imagen: Caricatura de JLB por Horacio Sierra


26/11/16

Jesús Mira: Borges en laberintos cubanos









Fue en el primaveral 16 de setiembre de 1985, es decir, veinticinco años atrás, cuando Buenos Aires recibió al genial escritor cubano Roberto Fernández Retamar, quien era portador de una delicada misión: entrevistar a Jorge Luis Borges para ponerlo en conocimiento de que en Cuba habían decidido editar una antología con parte de su producción (poemas, cuentos y ensayos). Se necesitaba el acuerdo del escritor argentino, sobre todo porque algunas de las creaciones que los cubanos querían incorporar al futuro volumen no figuraban en sus Obras completas, dado que el autor no había autorizado su inclusión en estas últimas.
Como era de dominio público, Borges no manifestaba simpatía alguna por la Revolución Cubana y… finalmente, Fernández Retamar venía con el encargo de hacerle un sensible pedido: que cediera sus derechos de autor en esa puntual edición, porque como consecuencia del bloqueo norteamericano, la editora cubana no disponía de suficientes divisas, por lo que no estaba en condiciones de abonar los honorarios que legalmente le correspondían.
El caso es que Retamar llegó a la Editorial Hyspamérica, donde lo aguardaba su director, el generoso e inteligente Jorge Lebedev, quien había dirigido la colección personal de Borges con la colaboración de María Kodama. Ambos se habían comprometido a gestionar la entrevista.
Retamar y Lebedev toman entonces contacto telefónico con Kodama, y momentos después llegaba la voz de ella con la tan ansiada respuesta:
–Sí… dice Borges que puede venir ahora.
Posteriormente escribiría Fernández Retamar:
El viaje demandó sólo algunos minutos, que me parecieron demasiados. Hasta que al fin me encontré frente al número 994 de la calle Maipú. En el sexto piso, la propia María Kodama me abrió la puerta. Me sentí impresionado por su belleza y la austeridad del piso.
Al entrar, Borges le pregunta:
– ¿Qué edad tiene?
– Cincuenta y cinco años –responde Retamar.
–Pero si es un pibe, che… Yo tengo ochenta y seis.
–Sí, pero yo vivo en el tiempo y usted ya está en la eternidad, que ha historiado, así como también ha refutado al tiempo –puntualiza Retamar.
–Tampoco Borges es sucesivo.
–En todo caso, de mis cincuenta y cinco años, he pasado unos cuarenta leyéndolo a usted.
–Me excuso… –dice Borges.
Los dos intercambian opiniones sobre el Martín Fierro, sobre su autor y otros escritores latinoamericanos.
Retamar le comenta que en su juventud ya lo leía en un barrio orillero llamado La Víbora, y ante la pregunta de Borges: ¿Dónde está ese barrio?, Retamar contesta:
–Queda en La Habana, capital de un país llamado Cuba, cuyo régimen político yo sé que usted no aprecia demasiado… Pero ni siquiera eso puede impedir que usted tenga allí millares de lectores, millares de admiradores.
Borges le hace un reclamo:
–Hay textos que usted no puede poner en su selección –y menciona tres títulos, uno de ellos, “El hombre de la esquina rosada”.
Pero el autor cede al fin, y ese cuento estará en el volumen cubano.
Y así se llega al momento más espinoso de la entrevista, cuando Retamar le plantea el tema de los derechos de autor:
–Lo que no podemos es enviarle dólares.
El escritor argentino acepta las condiciones con una definición muy borgeana:
–A mí no me interesa el dinero.
Breve, contundente y satisfactoria contestación.
La tarde se había hecho noche y cubría con su oscuro manto a la Reina del Plata. Roberto Fernández Retamar se despedía con el compromiso de entregarle a Borges en persona varios ejemplares de la antología cubana de sus obras.
Poco tiempo después, fallecía en Ginebra Jorge Luis Borges, y aquel volumen se publicaba en Cuba con un éxito inusitado. La destacada pintora argentina Hilda Heller, que en aquel momento vivía en la isla, me relató a su regreso que “en sólo tres días se agotó la antología de Borges en las múltiples librerías cubanas”.
Fernández Retamar no pudo cumplir con la promesa de entregar el libro en manos de su autor. Él mismo había escrito el prólogo (lo que enriqueció la antología), en el que incluyó este final:
Cuando falleció Miguel de Unamuno, Borges redacta una sentencia con la que quiero terminar por parecerme justa en ambos casos: “El primer escritor de nuestro idioma acaba de morir”.


En  La revista del Centro Cultural de la CooperaciónEnero / Abril 2011, N° 11 
Cover, portada y vistas de páginas de la edición seleccionada y prologada por Fernández Retamar
Borges, Jorge LuisPáginas Escogidas, Casa de las Américas, La Habana, 1985






25/11/16

Jorge Luis Borges: Snorri Sturluson (1179-1241)





Tú que legaste una mitología
de hielo y fuego a la filial memoria,
tú, que fijaste la violenta gloria
de tu estirpe de acero y de osadía,
sentiste con asombro en una tarde
de espadas que tu triste carne humana
temblaba. En esa tarde sin mañana
te fue dado saber que eras cobarde.
En la noche de Islandia, la salobre
borrasca mueve el mar. Está cercada
tu casa. Has bebido hasta las heces
el deshonor inolvidable. Sobre
tu pálida cabeza cae la espada
como en tu libro cayó tantas veces.



En El otro, el mismo (1964)
Imagen: Christian Krogh: Illustration for Heimskringla 
1899 edition. «Snorre Sturluson» Vía


24/11/16

Jorge Luis Borges: Prólogo [Para las seis cuerdas]







Toda lectura implica una colaboración y casi una complicidad. En el Fausto, debemos admitir que un gaucho pueda seguir el argumento de una ópera cantada en un idioma que no conoce; en el Martín Fierro, un vaivén de bravatas y de quejumbres, justificadas por el propósito político de la obra, pero del todo ajenas a la índole sufrida de los paisanos y a los precavidos modales del payador.

En el modesto caso de mis milongas, el lector debe suplir la música ausente por la imagen de un hombre que canturrea, en el umbral de su zaguán o en un almacén, acompañándose con la guitarra. La mano se demora en las cuerdas y las palabras cuentan menos que los acordes.

He querido eludir la sensiblería del inconsolable «tango-canción» y el manejo sistemático del lunfardo, que infunde un aire artificioso a las sencillas coplas.

Que yo sepa, ninguna otra aclaración requieren estos versos.

J.L.B.
Buenos Aires, junio de 1965.


En Para las seis cuerdas (1965)
Foto: Borges entrando al Hotel Esja, Reikiavik
Náttbord Lemúrsins, Reikiavik, 2 de agosto de 2014

23/11/16

Jorge Luis Borges: Al idioma alemán








Mi destino es la lengua castellana,
el bronce de Francisco de Quevedo,
pero en la lenta noche caminada
me exaltan otras músicas más íntimas.
Alguna me fue dada por la sangre—
oh voz de Shakespeare y de la Escritura—,
otras por el azar, que es dadivoso,
pero a ti, dulce lengua de Alemania,
te he elegido y buscado, solitario.
A través de vigilias y gramáticas,
de la jungla de las declinaciones,
del diccionario, que no acierta nunca
con el matiz preciso, fui acercándome.
Mis noches están llenas de Virgilio,
dije una vez; también pude haber dicho
de Hölderlin y de Angelus Silesius.
Heine me dio sus altos ruiseñores,
Goethe, la suerte de un amor tardío,
a la vez indulgente y mercenario;
Keller, la rosa que una mano deja
en la mano de un muerto que la amaba
 y que nunca sabrá si es blanca o roja.
Tú, lengua de Alemania, eres tu obra
capital: el amor entrelazado
de las voces compuestas, las vocales
abiertas, los sonidos que permiten
el estudioso hexámetro del griego
y tu rumor de selvas y de noches.
Te tuve alguna vez. Hoy, en la linde
de los años cansados, te diviso
lejana como el álgebra y la luna.



En El oro de los tigres (1972)
Foto original sin intervención: Stefano Montesi 1980



22/11/16

Jorge Luis Borges: Hotel Esja, Reikiavik (versión bilingüe)






Hotel Esja, Reikiavik

En el decurso de la vida hay hechos modestos que pueden ser un don.
Yo acababa de llegar al hotel. Siempre en el centro de esa clara neblina que ven los ojos de los ciegos, exploré el cuarto indefinido que me habían destinado. Tanteando las paredes, que eran ligeramente rugosas, y rodeando los muebles, descubrí una gran columna redonda. Era tan ancha que casi no pudieron abarcarla mis brazos estirados y me costó juntar las dos manos. Supe enseguida que era blanca. Maciza y firme se elevaba hacia el cielo raso.
Durante unos segundos conocí esa curiosa felicidad que deparan al hombre las cosas que casi son un arquetipo. En aquel momento, lo sé, recobré el goce elemental que sentí cuando me fueron reveladas las formas puras de la geometría euclidiana: el cilindro, el cubo, la esfera, la pirámide.


Hótel Esja, Reykjavík


Á vegferðinni um lífið verða stundum einfaldir atburðir sem geta verið sem náðargjöf. Ég var nýkominn á hótelið. Ég kannaði ókunnugt herbergið sem mér hafði verið úthlutað, staddur í miðri bjartri þokunni sem aðeins augu blindra sjá. Þegar ég þreifaði á veggjunum, sem voru örlítið hrjúfir, og fetaði mig í kringum húsgögnin, uppgötvaði ég stóra og hringlaga súlu. Hún var svo þykk að ég gat varla náð utan um hana með útréttum handleggjum og það var erfitt að spenna greipar utan um hana. Ég vissi strax að hún var hvít. Hún var stór og sterk og náði upp í loftið.
Í nokkrar sekúndur þekkti ég þessa forvitnilegu hamingju sem maðurinn hefur af þeim hlutum sem eru í ætt við frumgerð alls sem er.
Nú veit ég fyrir víst að á þessu augnabliki endurheimti ég sæluna gömlu sem ég fann þegar ég kynntist fyrst hreinum formum í rúmfræði Evklíðs: sívalningnum, teningnum, kúlunni og píramídanum.


Texto original y foto en Atlas (1984)
Versión al islandés de Helgi Hrafn Guðmundsson


21/11/16

Jorge Luis Borges: Epílogo [Historia de la noche]







Un hecho cualquiera —una observación, una despedida, un encuentro, uno de esos curiosos arabescos en que se complace el azar— puede suscitar la emoción estética. La suerte del poeta es proyectar esa emoción, que fue íntima, en una fábula o en una cadencia. La materia de que dispone, el lenguaje, es, como afirma Stevenson, absurdamente inadecuada. ¿Qué hacer con las gastadas palabras —con los Idola Fori de Francis Bacon— y con algunos artificios retóricos que están en los manuales? A primera vista, nada o muy poco. Sin embargo, basta una página del propio Stevenson o una línea de Séneca, para demostrar que la empresa no siempre es imposible. Para eludir la controversia he elegido ejemplos pretéritos; dejo al lector el vasto pasatiempo de buscar otras felicidades, quizá más inmediatas.
Un volumen de versos no es otra cosa que una sucesión de ejercicios mágicos. El modesto hechicero hace lo que puede con sus modestos medios. Una connotación desdichada, un acento erróneo, un matiz, pueden quebrar el conjunto. Whitehead ha denunciado la falacia del diccionario perfecto: suponer que para cada cosa hay una palabra. Trabajamos a tientas. El universo es fluido y cambiante; el lenguaje, rígido.
De cuantos libros he publicado, el más íntimo es éste. Abunda en referencias librescas; también abundó en ellas Montaigne, inventor de la intimidad. Cabe decir lo mismo de Robert Burton, cuya inagotable Anatomy of Melancholy —una de las obras más personales de la literatura— es una suerte de centón que no se concibe sin largos anaqueles. Como ciertas ciudades, como ciertas personas, una parte muy grata de mi destino fueron los libros. ¿Me será permitido repetir que la biblioteca de mi padre ha sido el hecho capital de mi vida? La verdad es que nunca he salido de ella, como no salió nunca de la suya Alonso Quijano.
J.L.B.
Buenos Aires, 7 de octubre de 1977

En Historia de la noche (1977)
Fotos: © Sara Facio, Borges, Buenos Aires
Buenos Aires, La Azotea, 2005

20/11/16

Jorge Luis Borges: Un problema








  Imaginemos que en Toledo se descubre un papel con un texto arábigo y que los paleógrafos lo declaran de puño y letra de aquel Cide Hamete Benengeli de quien Cervantes derivó el Don Quijote. En el texto leemos que el héroe (que, como es fama, recorría los caminos de España, armado de espada y de lanza, y desafiaba por cualquier motivo a cualquiera) descubre, al cabo de uno de sus muchos combates, que ha dado muerte a un hombre. En este punto cesa el fragmento; el problema es adivinar, o conjeturar, cómo reacciona don Quijote.

  Que yo sepa, hay tres contestaciones posibles. La primera es de índole negativa; nada especial ocurre, porque en el mundo alucinatorio de don Quijote la muerte no es menos común que la magia y haber matado a un hombre no tiene por qué perturbar a quien se bate, o cree batirse, con endriagos y encantadores. La segunda es patética. Don Quijote no logró jamás olvidar que era una proyección de Alonso Quijano, lector de historias fabulosas; ver la muerte, comprender que un sueño lo ha llevado a la culpa de Caín, lo despierta de su consentida locura acaso para siempre. La tercera es quizá la más verosímil. Muerto aquel hombre, don Quijote no puede admitir que el acto tremendo es obra de un delirio; la realidad del efecto le hace presuponer una pareja realidad de la causa y don Quijote no saldrá nunca de su locura.

  Queda otra conjetura, que es ajena al orbe español y aun al orbe del Occidente y requiere un ámbito más antiguo, más complejo y más fatigado. Don Quijote —que ya no es don Quijote sino un rey de los ciclos del Indostán— intuye ante el cadáver del enemigo que matar y engendrar son actos divinos o mágicos que notoriamente trascienden la condición humana. Sabe que el muerto es ilusorio como lo son la espada sangrienta que le pesa en la mano y él mismo y toda su vida pretérita y los vastos dioses y el universo.


En El hacedor (1960)
Borges junto a Kodama, saludado por los reyes de España 
Entrega del Premio Cervantes, Madrid, 1980, Foto EFE


19/11/16

Jorge Luis Borges: Traducción








Empiezo por recordar a un amigo nuestro que dijo que había dos tipos de literatura, la del conocimiento y la del poder o la virtud. Creo que la primera es traducible.
Quien haya leído la Ética de Spinoza en inglés, español, alemán o francés podrá comprenderla tan perfectamente como el que la haya leído en latín, porque el mundo intelectual es traducible; la otra literatura, la de la emoción, no sé hasta qué punto es traducible, no sé si un poema es traducible, creo que el único modo de traducir un poema es recreándolo, es algo que está más allá del falso juego de sinónimos que los diccionarios nos dan.
Puedo recordar un ejemplo de traducción creativa: Chaucer empleó la frase de Hipócrates ars longa vita brevis y la intercaló en un poema, y quizás llevado por la necesidad de llenar un verso la tradujo en esta forma:
The life so short
the craft so long to learn.
La vida tan breve
El arte tan largo de aprender.

Él le infundió una música melancólica que no tiene el texto original, recreándolo y enriqueciéndolo con esa música que no tenía.
Llego a la conclusión de que podemos traducir lo conceptual, pero para traducir lo emocional tenemos que ser un poco poetas. Los diccionarios nos llevan a una idea falsa haciendo corresponder una palabra a otra de un diferente idioma, y esto ocurre aun dentro del mismo idioma… Las palabras que en idiomas diferentes se refieren a emociones no son traducibles.
«Estaba sentadita» —cuando lo decimos sentimos un cierto cariño— se podría traducir por «She was all alone», pero no tiene exactamente el mismo valor emocional. Así hay otras palabras como saudade en portugués, wisdom en inglés, etcétera, que no podemos traducir a otro idioma.
La poesía, por cierto, puede traducirse siempre que el traductor sea un poeta y que no se quede en la precisión científica o filológica. Lo que es conceptual para los fines de la política, por ejemplo, es esencial y puede traducirse; los pensamientos pueden traducirse, las metáforas no.

Américas, 1971





En Borges A/Z

A. Fernández Ferrer y J. L. Borges, 1988
Foto s/d: Los ojos de Borges Vía
Portada del libro Borges A/Z
Colección La Biblioteca de Babel

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